La situación política, social y económica en el país respecto al resto de Europa es el mapa en el que Enric Juliana desarrolla su última obra, un ensayo que plantea profundas reflexiones no sólo sobre la crisis, sino sobre el papel que desempeñan las comunidades autónomas. Provincias como Zamora son, para el analista, ejemplo de lo que denomina el nuevo sur político de España.

—«La deriva de España, geografía de un país vigoroso y desorientado» muestra el mapa de la Europa más próspera dentro de las dos próximas décadas a la que se incorporan el País Vasco, Cataluña, parte Zaragoza, Valencia y Madrid. ¿Qué le espera al resto?

—Son unos escenarios sobre la Unión Europea en el horizonte de 2030. Esos datos, lo que señalan es dónde se produciría el mayor dinamismo y crecimiento. No quiere decir que lo que esté fuera de estas áreas se convierta, y hablamos siempre de hipótesis, en un desierto. Efectivamente, uno de los problemas a los que se enfrenta España en los próximos años, ante la crisis que ha paralizado un modelo de crecimiento económico en el que la construcción jugaba un papel muy importante, es que este país puede avanzar a velocidades muy distintas.

—Zamora y Orense son las dos únicas provincias que en los últimos censos pierden población. ¿Constituyen el nuevo sur?

—Reconocemos que hay un sur geográfico que durante muchos años ha sido el sur político. Todavía hoy existe un gran acuerdo en que debe ser protegido y ayudado. Yo lo que me pregunto en el libro es dónde está hoy el sur político. El sur geográfico no se mueve de sitio, pero el político sí. Hoy hay un sur político en España, que es el que forman determinadas provincias, sobre todo el oeste, que es difícil determinar de una manera precisa, porque por ejemplo Galicia tiene distintas realidades. Lo mismo ocurre con Asturias o con Castilla y León.

—¿La pérdida de población y el envejecimiento son factores determinantes para colocar a la provincia zamorana entre las que van a avanzar a un segundo ritmo en Europa?

—Son dos factores muy negativos. Posiblemente en España, cuando se hable de la necesidad de los reequilibrios, habrá que tener en cuenta no sólo los desequilibrios tradicionales, que quizá han disminuido en algunos aspectos, sino también que han aparecido otros nuevos. Y en este caso ni tan siquiera pueden identificarse con una comunidad autónoma específica, porque si dices Castilla y León te estás refiriendo a algunas como Zamora, no a todas.

—¿Zamora es el prototipo de lo que usted define como nuevo sur?

—Sí. España tiende a concentrar la población en una serie de comunidades. Aquí todo lo que es la costa mediterránea, hasta el estrecho de Gibraltar; Madrid, pero entendido no como la ciudad ni como estrictamente la Comunidad Autónoma, sino como una región nueva que va más allá de los límites de la comunidad; y luego núcleos urbanos potentes, como es el caso de Zaragoza, que absorbió una porción muy importante de la población aragonesa. Por otro lado, se produce una despoblación de determinados sectores. Pero no sólo pasa en Zamora o en Palencia. Ocurre por ejemplo en Teruel o en Cuenca. Hay una serie de provincias que han quedado fuera de los ejes de actividad importante, y presentan esta doble característica de despoblación y envejecimiento. Eso debería ser objeto de atención, sin duda.

—¿Hasta qué punto el nuevo modelo de financiación del que tanto se habla estos días puede corregir esta realidad económica y social?

—El problema de la financiación es que el acuerdo que se ha alcanzado, esencialmente, lo que hace es reconocer que en España, en los últimos siete años, ha habido un incremento de población importante derivado de la inmigración. Hay comunidades como Cataluña, Madrid y Valencia, que son las que han visto su censo más incrementado, y que percibían del Estado una cantidad en la que esas personas no aparecían. Eso ha provocado el disgusto y la protesta de aquellas comunidades en las que no se ha incrementado la población, y donde está dispersa. ¿Cómo se puede corregir eso? Que el país tenga una buena red en la que todos los núcleos de población medianamente importantes estén bien comunicados. Quizá la compensación podría llegar a través de la vía de las infraestructuras. Por ejemplo, una mayor velocidad o celeridad en la conexión del AVE.

—En Zamora la previsión para la alta velocidad es que la conexión con Madrid esté en 2012. ¿Va a ser el maná, como algunos auguran, o tampoco hay que depositar en el AVE todas las expectativas de desarrollo?

—El AVE es muy importante en España. Aquí la geografía por una vez nos ayuda. Las poblaciones españolas de cierta entidad están bastante distantes entre sí. La alta velocidad es efectiva para distancias en las que el trayecto sea de una hora. ¿El maná? No. Pero en el caso de Zamora, Madrid va a quedar en una hora, y eso es muy importante. No sólo porque los zamoranos puedan viajar a Madrid. Hoy en día hay personas que pueden trabajar en Madrid y que decidan vivir en Zamora. Estando a una hora pueden plantearse cambiar su residencia. O habrá quien pueda tener una residencia de fin de semana en Zamora, y eso es posible con el AVE, no pasándote en una carretera todo el domingo por la tarde. Yo creo que va a ser un beneficio importante para Zamora. Es un factor de reequilibrio interesante.

—¿Qué influencia tiene Portugal en la nueva visión geográfica y económica de España? ¿Son dos países condenados más que nunca a entenderse?

—Sí, aunque es complicado, porque España y Portugal se han estado ignorando siempre. Sin embargo, mientras tanto la economía ha hecho su trabajo. De tal forma que la portuguesa está muy condicionada por la española. El nivel de intercambios comerciales es muy fuerte, porque España vende a Portugal más que a toda Latinoamérica; y las multinacionales que están en la Península Ibérica normalmente tienen su sede central en España, sobre todo en Madrid. Hay una interconexión económica muy fuerte, y a su vez una necesidad de cooperación como nunca la había habido. Eso, de alguna manera, se enfrenta a inercias históricas de ciertos recelos y de, quizá en ocasiones por parte española, cierta prepotencia. Para lo que respecta al noroeste son muy importantes todos los planes que existen de conexión entre Oporto y Vigo.

—¿Cuál es el futuro de las autonomías en la Europa que se construye en estos momentos?

—Hasta la fecha las autonomías han funcionado muy bien en el país. Pero van a sufrir un problema. En España se ha establecido un acuerdo al que nadie puede decir que ha sido ajeno, el de transferir a las autonomías el Estado del Bienestar. Mientras las cosas han ido bien todo esto era perfecto y nadie se quejaba. ¿Y ahora? Cuando se produce una crisis económica severa, como la que estamos padeciendo, el aspecto de la vida que se resiente más es el de los servicios sociales. La razón es que hay mayor demanda y el Gobierno dispone de menos recursos para hacer frente no sólo a esa mayor demanda, sino a la propia situación estándar. En España esta gestión está regionalizada, y eso va a provocar problemas. A veces hay que tomar decisiones complicadas y no muy populares. Si ya es difícil para el Gobierno de un Estado imagínese para uno regional. Por eso viene una época de dificultades, y se corre el riesgo de que algunos caigan en la tentación de señalar al Estado autonómico como chivo expiatorio. Cuando las cosas se complican hay que señalar a un culpable, y ese riesgo existe para las autonomías.

—¿El PSOE va a sobrevivir en España al «efecto crisis»?

—La crisis, sobre todo el año que viene, va a tener efectos sociales mucho más preocupantes de los que hay ahora. Eso lo sabe todo el mundo. El Gobierno, en estos primeros meses, trata de amortiguar el golpe a base de iniciativas y va a seguir haciéndolo. Son medidas que cuestan dinero y que incrementan el déficit, pero todo dependerá de cómo se atraviesan los próximos dos años. Y también de la calidad y la capacidad de la oposición para articular un mensaje alternativo que convenza.

—En el orden internacional, ¿el PP español está descolocado respecto a la etapa liderada por José María Aznar?

—Mientras gobernaba, Aznar fue en la misma dirección ideológica que la persona que gobernaba Estados Unidos. Ahora, aparentemente, sucede al revés, y es el presidente español el que va en la misma dirección que el presidente de Estados Unidos, que no es socialista, pero que forma parte de un gran centro-izquierda. ¿Eso puede ser un obstáculo insalvable para el PP? No. De la misma manera que no lo fue para Zapatero, que ganó las elecciones tras haberse quedado sentado ante la bandera norteamericana. Si uno puede ganar las elecciones sentado ante la bandera americana, supongo que también es posible ganarlas quedándose sentado ante Obama.

—Tres años después del nuevo Estatut, pendiente aún del Constitucional, y con todo el revuelo que se originó, ¿han desaparecido las suspicacias sociales?

—Aún está pendiente de la resolución del Tribunal Constitucional. Creo que tuvimos un momento muy crítico, cuando se aprobó, porque supuso una sacudida para la opinión pública. Por un lado hubo quienes sentían cierto temor a que se rompiesen las reglas del juego, y por otro salieron viejos sentimientos anticatalanistas. Ahora, con la financiación, pasa algo similar, aunque con menos intensidad. El país va madurando y todos nos vamos conociendo un poco mejor. No creo que en estos momentos en España la gente tenga una actitud ni negativa ni agresiva hacia Cataluña. Sinceramente. Creo que hay una cierta corriente sociológica, no mayoritaria, de una cierta agresividad hacia Cataluña, pero la política catalana, en los últimos años, tampoco ha dado lo mejor de sí en algunos aspectos. También en Cataluña hay que corregir cosas. Los catalanes tenemos todo el derecho del mundo a que se nos respete y a plantear nuestra visión de España y del mundo. Pero a su vez tenemos que hacerlo de la manera que se nos entienda mejor.

«A pesar de los problemas que tiene Rajoy, la crisis económica juega a favor del PP»

—Cuando todo parecía perdido para Rajoy, el balón de oxígeno le llegó en forma de resultados electorales. Pero ahora le saltan los casos de corrupción, y de nuevo Esperanza Aguirre asoma la cabeza. ¿Qué se le viene encima?

—El problema del PP es que tiene varios componentes en el interior: al centro y a la derecha. Además, también intereses territoriales, aunque eso también pasa en el PSOE. Hay que cohesionar todo ello y dar una dirección coherente. Y ahí creo que hay dificultades. Primero porque subsisten las discrepancias. Está claro que Aguirre discrepa de Rajoy, y en su fuero interno le gustaría ser la líder del partido. Por otro lado, hay una serie de dificultades objetivadas. Pese a todas ellas, el PP tiene algo que le ayuda y que lo vamos viendo en las últimas elecciones, y es que la crisis económica juega a su favor. Eso no se puede perder de vista en ningún momento.