Tres años del estallido de la pandemia en Zamora: relato de exconsejera de Sanidad

Verónica Casado relata el paso de la preocupación a la alarma y, casi de inmediato, a la crisis

La UME desinfecta algunas zonas de la ciudad, en las primeras semanas deconfinamiento. | Jose Luis Fernández

La UME desinfecta algunas zonas de la ciudad, en las primeras semanas deconfinamiento. | Jose Luis Fernández / Manuel Herrera

El 27 de febrero del año 2020, la gente de Castilla y León se dio cuenta de que el monstruo había alcanzado sus dominios. Un chico italiano de 18 años en Segovia y un ingeniero iraní que estaba en Valladolid dieron positivo por coronavirus. Menos de dos semanas después, Ramiro Fernández, un hombre de Montamarta que acababa de regresar de unas vacaciones en Benidorm, se convirtió en el primer zamorano contagiado. Este vecino de 72 años ingresó en el Hospital Virgen de la Concha el 9 de marzo; cinco días después, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, declaró el estado de alarma y el país entero se confinó en sus casas. La pesadilla había comenzado.

A los más incrédulos y a los despistados, el mal sueño les llegó de forma repentina, sin haberse planteado siquiera un escenario semejante. Los más metidos en el asunto, sin embargo, llevaban ya algunas semanas barruntando esta posibilidad, sin terminar de creerse que la distopía fuese a convertirse en realidad. Una de las personas que iba sobre aviso entonces era Verónica Casado, la mujer que había pasado de ser reconocida como la mejor médica de familia del mundo en el año 2018 a ponerse al frente de la Consejería de Sanidad de la Junta meses antes de que la humanidad se enfrentara al virus más dañino que ha conocido el planeta en el último siglo.

Desde la lejana China

"A finales de enero, empezamos a trabajar con el Centro de Alertas Epidemiológicas. Al principio, lo veíamos como algo que estaba en China, pero la cosa cambió cuando observamos la situación en Italia y cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la emergencia de salud pública", explica Casado, tres años después de aquel impacto y con la perspectiva que le ofrecen los quince meses que acumula lejos de la política, un mundo que siente ajeno tras una experiencia compleja en el interior de los despachos.

La entonces consejera comenzó a asistir a consejos interterritoriales cada semana a partir de febrero y elevó de forma radical su nivel de preocupación con los primeros casos en la comunidad: "Ahí vimos que iba a estallar", señala Casado, que reaccionó con la constitución del famoso comité de expertos: "Quería personas leyendo, viendo y estudiando permanentemente", afirma Casado, que lamenta "el daño" de la alarma que había generado años antes la amenaza de una epidemia de gripe A que luego no se llegó a concretar.

Francisco Igea y Verónica Casado. | Iván Tomé

Francisco Igea y Verónica Casado. | Iván Tomé / Diego G. Tabaco

Alarma creciente

Para ese momento, a finales de febrero, "la cosa ya se había puesto fastidiada". Los consejos interterritoriales con el resto de las comunidades y con el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, pasaron a ser diarios. La alarma y el riesgo crecían con el paso de las horas; los datos se iban de las manos. El 9 de marzo "la situación ya cambió de manera drástica" y las medidas más impopulares como el encierro de la gente y el control exhaustivo de los movimientos comenzaron a sobrevolar los encuentros a nivel político. Hasta que llegó el 14 de marzo.

El Gobierno decretó el estado de alarma. ¿Debió hacerlo antes? "Si actúas muy pronto, puede haber problemas y, si vas muy tarde, puede costar vidas. Yo siempre soy partidaria de apostar por la salud y de ser más drástica si hay un riesgo, pero a posteriori los análisis son muy fáciles", analiza Casado, que no se arrepiente de ninguna de las decisiones que tomó para Castilla y León durante los meses que duró la crisis. "Lo hice todo con la máxima honradez", advierte. Y con un panorama desalentador.

Más de 40.000 casos

En las semanas que sucedieron al confinamiento duro, Castilla y León llegó a tener más de 40.000 casos, con 2.300 ingresados y 353 pacientes de forma simultánea en unas UCI que, antes de la crisis, contaban con 166 camas. En Zamora, la Unidad de Cuidados Intensivos tuvo que habilitar otra zona para dar cabida, en el pico de esa primera ola, a veinte enfermos críticos. La mortalidad en esta unidad llegó a rozar el 50% y solo bajó a medida que el personal de la UCI empezó a descifrar el comportamiento de la enfermedad y encontró más herramientas para defender a los ingresados.

"La primera ola fue muy agresiva e impactó de manera extraordinaria", relata Casado. "Tuvimos muchos fallecidos, algunos de ellos sanitarios y varios médicos que entraban al principio en las residencias sin demasiada protección", añade la exconsejera, que recuerda que el COVID era entonces "una enfermedad desconocida, que generaba un montón de casos y que presentaba una letalidad cercana al 5%".

De reunión en reunión

En aquel contexto, los días y las noches discurrían entre reuniones, llamadas, noticias negativas, pequeñas esperanzas y también negociaciones: "Recuerdo estar a las cinco de la mañana cerrando compras con China, cuando no había respiradores ni EPI en ningún sitio. Yo he tenido tratos sellados que se han ido al traste porque venían los americanos con carteras llenas de dólares", explica Casado, que menciona también la existencia de una piratería a la que Castilla y León dijo "no". "El secretario general era muy estricto con eso y se lo tengo que agradecer", concede la exconsejera.

La consejera de Sanidad, Verónica Casado.

La consejera de Sanidad, Verónica Casado. / Miriam Chacón / ICAL

En medio de esa vorágine, lo personal quedaba en un segundo plano: "Yo he llorado lo que no había llorado en toda mi vida. Era una sensación de cansancio y desánimo que siempre terminaba con un golpe en la mesa para seguir al día siguiente, sin concesiones ni licencias", remarca Casado, que rememora una sucesión de esfuerzos de "gestión, planificación, organización y medidas no siempre bien entendidas" para tratar de paliar el impacto de un virus descontrolado.

Dando la cara

Esas medidas llegaban a la gente a través de las comparecencias que Casado realizó día tras día durante semanas y semanas. "Sabía que formaba parte de lo que yo tenía que hacer", indica Casado, que rechazó en su momento que el portavoz del Gobierno, Francisco Igea, diera la cara como escudo ante la crisis: "Todavía hay gente que me para con muchísimo cariño para hablarme de aquello", comenta la consejera, que se convirtió en uno de los rostros más reconocibles para las personas de la comunidad y que, ya en la fase de desescalada, se erigió como la encargada de dictar en qué punto se hallaban cada zona y cada municipio.

Casi el paralelo al principio del fin del confinamiento, Verónica Casado se derrumbó en una comparecencia en las Cortes. Lo hizo cuando se "obligó" a sí misma a leer los nombres de algunas personas, de ciertos compañeros, que habían perecido a causa del virus: "Era una sensación de mucho dolor. Recordaba a quien no había podido despedir a sus seres queridos, a quien había permanecido aislado. Eran muchas historias muy duras", reconoce la exconsejera.

Todo según los datos

Aquellas lágrimas mostraban dolor, pero no remordimiento. Casado insiste en que lo hizo todo en función de los datos que tenía en cada momento: "Cuando meses más tarde decidimos cerrar a las ocho, con una medida que luego nos tumbaron, logramos reducir la mortalidad de una manera espectacular. Y yo no me puedo arrepentir de eso", defiende la consejera, que tampoco acepta lecciones de quien tiene la ventaja de la perspectiva: "A posteriori no vale", zanja.

Verónica Casado, consejera de Sanidad, con Francisco Igea

Verónica Casado, consejera de Sanidad, con Francisco Igea / JCyL

Superadas las dos primeras olas, la vacunación llegó para abrir la puerta de salida al COVID. La recuperación ha ido avanzando con altibajos, sin que nadie pudiera ponerle fecha al final de una pandemia que sigue activa, pero que ahora dormita. La sociedad ha pasado página, vive y los que pueden olvidan. De aquel golpe van quedando cicatrices. En Zamora, tres años después, se han detectado 57.710 casos de coronavirus y 733 personas han muerto solo en el Complejo Asistencial. El saldo de las residencias en la provincia es de 312 fallecidos con coronavirus confirmado y otros 63 con síntomas compatibles, según las cifras oficiales de la Junta.

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