De las fotografías del álbum personal de Clara Miranda y Claudio Rodríguez, una adquiere hoy un significado especial. Ambos, de perfil, casi de espaldas, contemplan el mar. Hay algo conmovedor en esa mirada juvenil perdida en el horizonte. Como si entonces lo intuyeran, los días más alegres de su vida se diluirían en el mar, el mar que Clara descubrió a Claudio en Zarautz y que lo curaría de su herida en cuatro tiempos, el mar que atravesarían varias veces al año en sus felices años ingleses, el océano que sobrevolaron en su viaje a Nueva York las inolvidables navidades de 1980… No hay anotación escrita en el reverso de esa fotografía, pero Clara nos reveló, con coquetería y emoción en su confidencia, que Claudio había vendido la moto de su padre para poder comprar el billete que lo acercara aquel verano a ella y al mar: “Sabe que en cada flujo, en cada ola hay un impulso mío hacia ti…”.

Claudio y Clara se conocieron en 1953 en una excursión universitaria a Granada y en pleno proceso de escritura de Don de la ebriedad. A ella le dedica el poema II del Libro tercero, con un encabezamiento entre paréntesis “(Sigue marzo)” que ahora, día siete de ese mes, nos apela y conmueve. “Todo es nuevo quizás para nosotros. / El sol claroluciente, el sol de puesta, / muere; el que sale es más brillante y alto / cada vez, es distinto, es otra nueva / forma de luz, de creación sentida. / Así cada mañana es la primera. / Para que la vivamos tú y yo solos, / nada es igual ni se repite”.

Clara y Claudio Cedida por el Seminario Permanente Claudio Rodríguez

El 23 de julio de 1959 la pareja se casó en Madrid. Su luna de miel coincidiría con su vuelta a Inglaterra, y para celebrar su matrimonio se demorarán unos días en Alfriston, al sur del país, a unos pocos kilómetros de la costa de Sussex: el mar, nuevamente el mar. En “The nest of lovers” (Casi una leyenda, 1991), uno de los poemas que más costó a Claudio terminar por su profunda huella emocional, el poeta revive aquellas horas y condiciona la contemplación al amor: “Y yo te veo porque yo te quiero. / No era la juventud, era el amor / cuando entonces viví sin darme cuenta / con tu manera de mirar al viento, / al fruto verdadero”. Es un poema repleto de cómplices guiños al carácter y los gestos de Clara: su manera de mirar al viento y las puertas, el cariñoso reproche de su mujer a la caligrafía cada vez más tortuosa del poeta: “Viste arañas / donde siempre hubo música”, y el hermoso reconocimiento en ella de “un alma donde nuca hubo / oscuridad sino agua / y danza”. Agua clara.

Ella siempre recordó con entusiasmo su feliz estancia en Nottingham y Cambridge. Pocos recuerdos la volvían tan alegre y locuaz como los de las fiestas universitarias, los amigos españoles, la falta de talento de Claudio para el baile, las casas de Tennyson Road y Panton Street... Alejados de la familia y de Madrid, fuera del ambiente opresivo de la España del momento, en Inglaterra la pareja reforzó su complicidad. Además, aquella estancia favoreció, a su vuelta a España, donde se alojaron en casa de Julia, una tía de Clara, la incorporación de esta al Instituto Internacional de Madrid, de fuerte inspiración liberal en consonancia con la tradición familiar, pues su padre, José Miranda, seguidor de las propuestas de Giner de los Ríos, había mantenido años atrás vínculos con la Residencia de Estudiantes y con las ideas regeneracionistas de aquel proyecto.

CLAUDIO RODRIGUEZ , POETA ZAMORANO PRONUNCIA UN DISCURSO , A LA IZQUIERDA SU MUJER ARCHIVO

Lectora impenitente, su trabajo de bibliotecaria, que mantendría hasta su jubilación, le permitió, estar cerca de los libros y, como Claudio en sus poemas, de la infancia, pues recordaba a menudo la ilusión que le despertaban las actividades dirigidas a los niños. También infantil era su manera de dormir: “casi niña”, “con los pies muy juntos / alta la cara y ladeada”, “la mano silenciosa en la mejilla izquierda / y la mano derecha en el hombro que es puerta / y oración no maldita”, nos describe Claudio en el hermosísimo “Lo que no es sueño” (El vuelo de la celebración, de 1976). Y otra vez el mar: “el oleaje de las sábanas / me dan camino a la contemplación, / no al sueño, pon, pon tus dedos / en los labios, / y el pulgar en la sien, / como ahora. Y déjame que ande / lo que estoy viendo y amo: tu manera /de dormir, casi niña, /y tu respiración tan limpia que es suspiro / y llega casi al beso. /Te estoy acompañando. Despiértate. Es de día”.

Tras años de heridas y pérdidas, Clara atraviesa el Océano Atlántico en diciembre de 1980 rumbo a Nueva York. Allí será “la Eterna” para los anfitriones, sus amigos José Olivio Jiménez y Dionisio Cañas, con los que los “cla-cla” pasan unas navidades gélidas y memorables. El viaje y sus preparativos la ilusionaron, y en una de sus cartas, a su vuelta, manifestó el deseo de poder volver cuanto antes. Clara fue casi siempre la depositaria de la correspondencia de la pareja, la destinataria y remitente de la mayor parte de sus misivas: su carácter afectuoso y alegre tendió siempre a la amistad. Sus amigos zamoranos, junto a los que recordaba cada 22 de julio a Claudio, la acompañaron hasta el final y albergó la esperanza de pasar sus últimos años junto a ellos, cerca del Duero.

En primera fila Clara Miranda en las VI jornadas sobre el poeta Claudio Rodríguez EMILIO FRAILE

Cuando en 2004 se fundó en Zamora el Seminario Permanente Claudio Rodríguez, con el apoyo de la Biblioteca Pública del Estado en Zamora y del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, con el fin de velar y difundir la obra del poeta, se decidió que ella tuviese ese puesto relevante irremplazable que daría altura moral al proyecto. Ha sido, en ese sentido, una referencia insoslayable para todo cuanto se ha hecho en el Seminario hasta hoy. Solía acudir con ilusión a Zamora con motivo de las jornadas bienales que se celebran en torno a la obra poética de Claudio, aunque siempre fue remisa a hablar en público. Tenía la convicción de que su gran aportación silenciosa fue haber atravesado la vida junto al poeta; de ahí su discreción y su negativa a ocupar más espacio del debido en cualquier circunstancia.

Siguiendo su voluntad, sus cenizas reposarán en el cementerio zamorano junto a Claudio Rodríguez. De nuevo juntos los dos. Siempre lo estuvieron. Descanse en paz nuestra querida Clara Miranda, agua clara.