La Opinión de Zamora

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El Pozo del Tío Rodrigo, un oasis en Toro

Vecinos recuperan la noria y los canjilones de la fuente y reivindican su valor histórico, porque en su entorno se asentó un extinto poblado

Los cuatro promotores del proyecto de restauración posan en las instalaciones del “Pozo del Tío Rodrigo”. | Cedida

Recuperar un enclave deteriorado y abocado al olvido. Este objetivo unió a cuatro vecinos del barrio toresano de Tagarabuena, Lauren, Alberto, José y Marcelino, que por motivos sentimentales y por su apego a la tierra pusieron en marcha una iniciativa ciudadana ejemplar, que ha culminado con la restauración del “Pozo del Tío Rodrigo”.

A pesar de ser un paraje idílico y de que hace siglos la existencia del pozo propició la fundación de un poblado, su estado se había agravado en los últimos años por el “abandono administrativo y ciudadano” y porque de sus pilones dejaron de beber los rebaños de ovejas.

Incluso, la maleza acumulada en el entorno del “Pozo del Tío Rodrigo”, con plantas que superaban el metro y medio de altura, evidenciaba el olvido de un espacio que ha recobrado su encanto tras una intervención altruista, que le ha devuelto su estampa de “oasis dentro de un secarral” rodeado de una arboleda, que los vecinos de Toro o Tagarabuena podrán volver a utilizar para reunirse o celebrar eventos.

Los impulsores del proyecto con otros vecinos que han colaborado en la recuperación del paraje. | Cedida

Uno de los promotores del proyecto, Lauren Núñez, reconoció el “dolor” que le producía pasear por el “Pozo del Tío Rodrigo” y constatar su progresivo deterioro, un espacio natural ligado a la historia de su familia. En este punto, recordó que la hermandad de labradores de Tagarabuena, que era la propietaria del pozo, encargaba a su padre y a su tío, Mariano y Eugenio, respectivamente, la reparación de la noria y de los cangilones, mientras que el carretero del pueblo, Julián, restauraba las estructuras de madera.

El “Pozo del Tío Rodrigo” cumplió durante muchos años la función de saciar la sed de animales y de vecinos

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La fragua de la familia de Núñez cerró sus puertas en el año 1970, por lo que han pasado más de cinco décadas desde que se ejecutara la última reparación, aunque el pozo siguió funcionando con un motor para dar servicio a los ganaderos. El “Pozo del Tío Rodrigo” cumplió durante muchos años la función de saciar la sed de animales y de vecinos que, “conscientes de la necesidad del agua para la vida”, lo acondicionaron y revistieron desde abajo con piedra, lo que ha permitido que se haya conservado hasta la actualidad.

En una siguiente fase se instaló una noria que, mediante una manivela, hacía girar tres piñones desiguales y sobre el último una estructura arrastra una cadena de cangilones que transportan el agua.

La nueva noria de acero inoxidable que activa el pozo. | M. J. C.

Los promotores de la restauración han reparado la noria del pozo que “se encontraba en un estado deplorable” y, aunque su primera intención también fue rehabilitar la cadena y los canjilones que los Bomberos de Toro rescataron del fondo, finalmente, han sido fabricados de nuevo en acero inoxidable, con el objetivo de que perduren y de higienizar el agua.

Aunque se desconoce con exactitud la procedencia del agua subterránea que confluye en el pozo, Núñez precisó que, según el relato de vecinos mayores, existió un sendero bajo tierra creado con tejas por el que fluía desde Tiedra, aunque otros sostienen que proviene de los Montes Torozos. Tras realizar un estudio sobre el agua del pozo, se ha podido constatar que “se puede beber, añadiendo unas gotas de lejía por litro de agua”.

El pueblo en torno al pozo

Los promotores del proyecto de recuperación del pozo también han recopilado datos históricos sobre sus orígenes y han podido corroborar que, en su entorno, se asentó un pueblo denominado “Tío Rodrigo”.

La primera referencia histórica sobre el poblado data del año 1256 y, el censo del 1530, refleja que contaba con 13 percheros, habitantes que tenían que pagar una renta al rey. Tres décadas más tarde, el poblado contaba con 28 vecinos y un cura, pero con el paso del tiempo sus moradores se trasladaron a vivir a Tagarabuena y desaparecieron todas las construcciones, salvo el pozo, consumándose su despoblación en 1648. Once años más tarde el obispado de Zamora, se encargó del reparto de “los despojos y derechos de fábrica”.

En el entorno del pozo se asentó un antiguo pueblo

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El bien más valioso, el retablo manierista de la iglesia del poblado, se trasladó a Zamora hasta que el capitán Morán Pereira impulsó la construcción del Hospital de la Encarnación que, en la actualidad, forma parte del edificio que aloja la sede de la Diputación de Zamora, y en 1664 se procedió a su montaje en una capilla. No obstante, el traslado del retablo se materializó con la condición de que si el poblado del Tío Rodrigo volvía a ser habitado debía ser devuelto. Otros bienes recalaron en la Colegiata y en la iglesia de Tagarabuena, a la que le correspondieron una tabla de un crucificado que se conserva en la sacristía y dos vírgenes.

El pozo, en cuyo entorno se asentó el poblado es el que ha motivado el proyecto de restauración en el que cuatro vecinos han empleado casi tres meses de trabajo. En tan loable tarea han colaborado la Fundación González Allende, ProCulto o los Bomberos, mientras que el Ayuntamiento se ha comprometido a sufragar el coste de los materiales. Los promotores del proyecto destacaron la importancia de no olvidar el pasado porque, gracias al “Pozo del Tío Rodrigo” “nuestro pueblo prosperó”, a la vez que resaltaron que por la sequía y el cambio climático, en un futuro es posible que “vuelva a ser esencial en nuestras vidas”.

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