Setenta y tres años después y algunas personas siguen «bajando la voz y cerrando las ventanas» cuando hablan de lo que sucedió en el verano del 36 en Morales de Toro. Era el comienzo de la Guerra Civil y cuentan que un grupo de vecinos del pueblo se encaminó por el campo hacia Tordesillas para unirse a la columna que mandaba Largo Caballero. Algúnos dicen que fue un bulo, pero lo realmente cierto fue que en Villaester fueron «cazados como conejos» por falangistas y miembros de la Guardia Civil de Valladolid, Zamora y Toro. A trece de ellos se les formó el único Consejo de Guerra que hubo en la provincia de Zamora -«los consejos eran auténticas pamemas, no había pruebas ni defensa y los sublevados eran los que acusaban a los demás de rebelión, curiosamente»-. Cuatro de ellos fueron condenados a muerte, aunque al final los trece fueron asesinados, como lo fueron los otros 18 represaliados de Morales de Toro. Uno de ellos era un mendigo que se encontraba alojado en la casa refugio del Ayuntamiento, y el número 31 de víctimas lo constituyó una persona cuyo nombre se ha hecho desgraciadamente conocido desde el año pasado, Isaías Carrasco,- murió dos años después a causa de las secuelas que le dejaron las palizas recibidas-, cuyo nieto, del mismo nombre, fue asesinado por ETA por haber tenido la "osadía" de haber sido concejal socialista en el Ayuntamiento de Mondragón.

«Los dos murieron a manos de personas que practicaban el terror, terroristas, por tanto». Quien dice esto (y las frases textuales de más arriba) es Cándido Ruíz González, coautor junto a José Mª del Palacio Alonso -nieto de otro moralino represaliado en campos de concentración-, del libro "Matando sueños, sembrando miedos. Morales de Toro, 1936...", en el que se relata de manera y contextualiza la represión que se ejerció durante la guerra y la postguerra en Morales de Toro, una localidad donde el porcentaje de asesinatos con respecto al total de la población, un 1,34% entre 2.000 habitantes de la época, fue mayor que el registrado en otras provincias latifundistas como Sevilla o Córdoba. La razón hay que buscarlas, dice Ruiz, en que en este pueblo del Alfoz «los obreros estaban más organizados que en otros y eso no se podía tolerar». En el segundo capítulo del libro se hace un análisis de los aspectos sociales, políticos, culturales o demográficos del desarrollo de la II República en esta localidad, donde llama la atención la presencia de diversas asociaciones como el Centro Obrero Socialista (COS) o la sociedad de arrendatarios "El progreso agrícolas moralino", e incluso era «de las pocas localidades que tenía agrupación local socialista». El primer capítulo hace una visión panorámica de España en el primer tercio del XX; el tercero se centra en cómo se produce la sublevación en Zamora, una provincia «donde no hay prácticamente oposición», y en las detenciones; el cuarto en las distintos casos de represión física que hubo en Morales: «palizas, encarcelamientos, asesinatos»; el quinto en el nuevo Ayuntamiento que imponen los sublevados y lo que supone la militarización social del pueblo; y el sexto en "Las otras formas de represión", porque, como matiza Ruiz, «no solo hubo vejaciones». También la hubo económica, procediendo, a través de las comisiones de incautación de bienes y a la aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas, al embargo preventivo del patrimonio. Y laboral, expulsando a seis empleados municipales. Y también la sufrieron, y de forma muy dura, las familias de los represaliados, como la del alcalde, Belisardo García Barbero, al que mataron junto a su hermano Lázaro de 19 años, su padre Rogelio y a dos cuñados. Otros, «para evitar ser asesinados», se fueron al frente y tuvieron que pasar por el «durísimo» trance de «tener que defender a quienes habían matado a sus familias o les querían matar a ellos», aunque, «cuando llegaron al frente se pasaron al otro bando». La postguerra no fue menos dura para los moralinos. Algunos fueron reducidos en campos de concentración y, cuando regresaron, estuvieron sometidos a una libertad vigilada, mientras sus familias sufrían también la represión.

La idea de escribir el libro, cuenta Ruiz, «cuajó» con el fin de «aprovechar» la investigación realizada por ambos autores en los diferentes archivos de Morales de Toro, Toro y en el provincial sobre este tema, por lo que la obra cuenta con un exhaustivo trabajo de documentación, al que suma las numerosas entrevistas realizadas. El objetivo lo tenían muy claro: «recuperar la memoria de verdad no com un truco electoralista, sino para la gente, para que conozcan los hechos sin las tergiversaciones del franquismo, que falseó la realidad». «Recuperar la memoria para profundizar en la Democracia», matiza, y así queda plasmado en el epílogo, donde exponen su teoría de que en «en España hay una memoria histórica tan distorsionada porque oficialmente no se ha recuperado todo aquello, y eso provoca que tengamos una país mal construido, con tantos problemas, y que siga habiendo dos españas». Los franquistas y la Iglesia, dice el autor, han sido «verdaderos artistas de la memoria histórica», pero la memoria «manipulada», tanto es así que hasta a los propios familiares de represaliados «les hicieron creer que tenían culpa de algo. «Es increíble», afirma Ruíz, «pero nos hemos encontrado con muchos familiares que sigue diciendo, "es que no era de nada", como si ser socialista o comunista fuese algo malo», pero lo peor, matiza, «no es que lo digan los que tienen 80 años, sino los que tienen 50, porque siguen teniendo esa lacra». El «miedo», dice, «sigue existiendo, se notaba incluso cuando nos entregaban las fotografías -aparecen en el libro, además de una ficha de cada asesinado-o cuando dicen que perdonan pero no olvidan, lo siguen diciendo para ser admitido por los conservadores, pero si te matan a un padre así, eso no se perdona».