Procesión de las Capas Pardas en Zamora: sobriedad con denominación de origen
El silencio es el protagonista en la austera procesión de las Capas Pardas, que recorre el casco antiguo con el Cristo del Amparo
Silencio en el barrio de Olivares. Un silencio que se extendió por todo el casco antiguo durante el recorrido de la Hermandad de Penitencia —popularmente conocida como la procesión de las Capas Pardas— y que solo se rompió cada cierto tiempo con el particular quejido de las matracas y el lastimero sonido del bombardino.
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Un año más, los alrededores de la iglesia de San Claudio de Olivares se convirtieron en un hervidero de gente deseosa de ver una de los desfiles más queridos de la Pasión zamorana y cuyos murmullos se acallaron en el momento en el que salieron los primeros hermanos, ataviados con la tradicional capa de chivas, original de los pastores de las comarcas de Alba y Aliste. Una seña de identidad con denominación de origen, de paño pardo, pesada, gruesa y que protegió a los penitentes del frío que impregnaba la noche.
El silencio se hizo todavía más palpable cuando el Cristo del Amparo, portado en andas por una docena de cargadores, hizo su aparición en la plaza, con sus sobrios adornos que emulan el Calvario, simplificados en unos humildes cardos y una calavera, que lleva el sobrenombre de "La Niña", ya que la tradición asegura que se trata del cráneo de una menor.
Al ritmo lento del cuarteto de viento, la procesión —una de las más reducidas de la Semana Santa zamorana— avanzó con la tenebrosa luz de los faroles de hierro por la calle Cabildo, la avenida de Vigo, la cuesta y la calle del Pizarro, la Rúa de los Francos, las plazas de San Ildefonso y Fray Diego de Deza. Allí se realizó una primera parada para el tradicional rezo del Vía Crucis, arropado por decenas de espectadores en un sentido recogimiento, antes de continuar el recorrido por la plaza de Arias Gonzalo, Obispo Manso, plaza de Antonio del Águila, Colomba y Rodrigo Arias, para llegar de nuevo al barrio de salida, el que tiene de vecino al río Duero y conserva todavía una estructura superviviente al paso del tiempo, desde aquel 1955, cuando surgió la hermandad.
Una última vez se rompió el silencio en la madrugada del Miércoles al Jueves Santo: cuando el coro, dirigido por Pablo Madrid, entonó el Miserere alistano, antes de regresar para descansar en el templo de Olivares.
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