La Buena Muerte, con la emoción de las primeras veces

El Cristo procesiona de nuevo tras la pandemia y traslada su solemnidad a las calles

Procesión de la Buena Muerte de Zamora.

Procesión de la Buena Muerte de Zamora. / Emilio Fraile

Las puertas de San Vicente se abrieron esta vez sin temor para permitir el paso imponente y conmovedor del Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Con el sonido de la medianoche, el crucificado agonizante partió rumbo a las atestadas calles de la ciudad para iniciar el recorrido procesional que no pudo ser en 2022 por la lluvia y el 2020 y 2021 por la pandemia. La espera se había hecho eterna para los hermanos y para las gentes de Zamora, devotas de una cita ineludible; orgullosas de un desfile que pone los pelos de punta a cualquiera, fiel o no. Los cuatro años hasta esta noche pasaron demasiado lentos.

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Sin embargo, como en las buenas amistades, la espera hasta el encuentro no se dejó notar en el momento en el que la procesión y el pueblo se abrazaron de nuevo. Ocurrió entonces que regresaron los recuerdos, las emociones se trasladaron a la piel y se produjo el retorno de sensaciones conocidas. Las teas ardieron como siempre, los tambores retumbaron al igual que cada vez y los hermanos acompañaron a la imagen con la pausa obligada y con el temple exigido por el momento.

Ya en la salida, el público respondió fiel, dispuesto a despedir el lunes y a recibir el martes al pie de San Vicente, preparado para contemplar las llagas del Cristo y las 500 túnicas de estameña y arpillera, cuyo origen se remonta al ropaje retratado por Francisco de Zurbarán en el siglo XVII. En esos primeros pasos, el desfile puso rumbo a la Plaza Mayor y más tarde a Balborraz, antes de continuar hacia la plaza de Santa Lucía, atestada mucho antes de la llegada de los protagonistas. Los pacientes espectadores aguardaban allí uno de los momentos cumbre de la Semana Santa zamorana.

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VÍDEO | Así fue la procesión de la Buena Muerte de la Semana Santa de Zamora

Ander Vecino

El momento del Jerusalem

Y entonces ocurrió otra vez. La piel de la ciudad se erizó, todo se detuvo y el silencio se impuso antes de que el canto de "Oh Jerusalem" rasgara la noche, provocara las lágrimas y despertara la admiración de propios y ajenos. Resulta difícil resistirse al magnetismo del momento. No es algo solamente religioso. El público contuvo la respiración, sintió el instante y todo continuó. La cuenta atrás para vivirlo de nuevo comenzó mientras el último hermano doblaba la esquina en la cuesta de San Cipriano para afrontar el resto del desfile, ya entrada la madrugada, con el frío invernal apoderado de abril.

Las temperaturas endurecieron el desfile para sus protagonistas, particularmente para aquellos dispuestos a sacrificar la sandalia en pos de la penitencia del pie descalzo. No fue una noche sencilla, pero quien lo siente así comprende que vale la pena. Las callejuelas, las piedras que amparan a la ciudad y el público que prefiere la paz del final antes que las apreturas del principio se mantuvieron ahí hasta el cierre, cuando San Vicente se abrió de nuevo para acoger al Cristo que había abandonado sus muros unas horas atrás.

La procesión finalizó y, con ella, Zamora superó uno de los días especiales de su Semana Santa. Eso sí, para encarar otro. La ciudad ya ha entrado en calor, sigue palpitando y tiene fuerza para disfrutar lo que viene. Siempre, con la emoción de las primeras veces.

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