Cuando en 2005 publiqué un ensayito sobre el paso de La Sentencia, la figura de su autor, Ramón Núñez Fernández (1868-1937), no disponía de un estudio monográfico, pese a ser un escultor con numerosa y relevante obra. Ese vacío ha sido cubierto recientemente por un libro de enigmático y artificioso título: “De Santa Cruz a lo más alto. Ramón Núñez F. Matheu, ‘el escultor de las alturas’ (según F. Cossío)”, escrito por Salvador Andrés Ordax, profesor jubilado de la Universidad de Valladolid, que ya se había ocupado con anterioridad de estudiar algunas de sus obras.

Hay en este trabajo mucho dato y poco análisis, además de una desafortunada maqueta e ilustraciones, y aunque nada aporta sobre su fugaz paso por Zamora, me sirve de pretexto para revisitar la figura del que fuera el “discípulo amado” de D. Ramón, y seguramente quien mejor le conoció. Obviamente, lo que con él aprendió fue más bien poco, ya que se formó en la madrileña Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, donde destacó en las asignaturas de escultura, modelado del natural, teoría e historia de las Bellas Artes y anatomía artística, y en el taller del escultor catalán Juan Samsó. Formación que además de robusta se fue acrisolando con su labor docente en la Escuela de Artes y Oficios de Santiago de Compostela, de la que fue director, y en su Facultad de Medicina, como escultor anatómico.

Sus años en Galicia fueron también los más fructíferos escultóricamente hablando. Entre lo mucho que allí hizo, el proyecto decorativo de la fachada de la Universidad es sin duda el de mayor enjundia. Lo forman cuatro monumentales figuras que representan a los protectores del estudio compostelano (Diego Juan de Ulloa, Lope de Marzoa, Álvaro de Cadaval y el Conde de Monterrey), un gran relieve con la alegoría “Minerva premiando el estudio”, dos medallones con los bustos de Diego de Muros y Alonso de Fonseca, y un escudo con las armas reales de España sostenido por dos matronas (1901-1902). La novedad de este conjunto escultórico reside en el empleo del cemento armado, técnica de la que afirmó ser inventor, y que en el campo de la creación plástica, no obstante ser considerada una burda imitación de la piedra, sería encumbrada por la arquitectura racionalista. Otra obra de relevancia, pareja en monumentalidad, es el declamatorio frontón de la Facultad de Medicina, realizado en mármol, que plasma una inusitada escena: la intervención quirúrgica de una mujer en un quirófano.

Monumentales son asimismo las tres esculturas de las virtudes teologales, en piedra de Novelda, que rematan los frontones del antiguo Hospital Psiquiátrico de Conjo, en especial el original grupo de la Caridad (1898). De no menos fuste – tres metros – son las imágenes de la Fe y la Esperanza, esculpidas en mármol, de los sepulcros de los arzobispos Bartolomé Rajoy y Lope de Mendoza, de la catedral compostelana (1900). Para Santiago haría también los bustos de los monumentos a Montero Ríos (bronce) y Cervantes (cemento), y algunas piezas de imaginería religiosa: Santa Juana de Lestonnac, San Félix de Valois y San Juan de Mata. Entre los trabajos interesantes de esta fructífera época habría que destacar el desaparecido altorrelieve “Defensa del reducto del Pilar”, presentado a la Exposición Hispano Francesa de 1908.

Apartado arbitrariamente de la dirección de la Escuela de Artes y Oficios Núñez pidió traslado a la de Valladolid, siendo nombrado director por real orden de 25 de diciembre de 1912. Aquí también compaginó la labor docente con la escultórica, atendiendo su taller numerosos encargos. Uno de los más singulares fue la imagen de cuatro metros de altura, realizada asimismo en cemento armado, de la Virgen María, en su advocación “Stella Maris”, que corona el frontispicio del Seminario Pontificio de Comillas. Pero sin duda la obra que habría de dejar mayor huella de su paso por Valladolid fue la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que corona la torre de su catedral. La inacabada fábrica de esta iglesia, recibiría a fines del siglo XIX un impulso, levantándose a la sazón una de las torres de las cuatro que proyectase Juan de Herrera en el siglo XVI, aunque nada se pensó para su remate. Sin embargo, Núñez ya tenía en 1915 una idea sobre el particular, y así se lo hizo saber al cardenal Cos, que habría de ser su promotor, aunque fue su sucesor, Remigio Gandásegui, quien la culminaría.

El ambicioso proyecto encontró un momento propicio tras la consagración de España al Sagrado Corazón por Alfonso XIII en 1919, aunque su materialización hubo de esperar unos años. En 1922 el artista ya disponía del boceto, abriéndose al efecto una suscripción para costear la monumental figura y la obra necesaria para su emplazamiento. Realizada en cemento armado – “con fuerte trabazón de alambre de telégrafo” – su modelado y la hechura del molde le ocuparon catorce meses; el vaciado se hizo en la misma torre durante cuarenta días, trabajando ininterrumpidamente para su correcto fraguado. No obstante su fina capa - diez centímetros -, sus ocho metros de altura, sin pedestal, y diez toneladas de peso obligaron a construir un pie de hierro en el interior de la torre que la sustentase. Dificultades técnicas que su experiencia y la colaboración de su joven taller – contó con la ayuda, entre otros, de Baltasar Lobo – pudieron resolver. La imagen era bendecida, con pomposa liturgia y fervor popular, el 23 de junio de 1923. Ramón Núñez la concibió como ofrenda, tal y como proclaman los versos que el mismo compuso para la ocasión: “Soldado del ejército cristiano /que sigue tu bandera victoriosa/te ofrezco cual plegaria fervorosa/la estatua que labró mi torpe mano”. La colosal imagen efigia a Cristo con rostro grave vestido con larga túnica, brazos flexionados y manos que descubren su pecho y muestran su corazón ardiente. La interpretación iconográfica, sin ser original, es personal. Su referente más cercano, con pequeñas licencias, está en la imagen que su maestro - Juan Samsó – labrase para la Capilla del Palacio Real. Fruto del bullir de la devoción fue el encargo, por el Apostolado de la Oración de Valladolid, de un paso en madera policromada de Cristo Rey sentado en un trono y llevado en andas por cuatro ángeles, con los símbolos de los evangelistas, hoy perdido.

Durante su estancia en Valladolid alumbraría otras esculturas del Sagrado Corazón para Fuentes de Béjar y Puertollano, una imagen asimismo en cemento de la Virgen de Lourdes para el colegio del mismo nombre, el retrato de Luis del Mercado, y dos obras de clara fisonomía modernista: “Ensueño” y “La mujer adúltera”, así como la decoración escultórica de algunas viviendas proyectadas por el arquitecto Jacobo Romero, con el que formó la empresa “Construcción y Arte”, y los conocidos pasos para la Semana Santa de Zamora y Palencia. No sabemos qué le llevó, en 193o, a solicitar traslado a Madrid, donde habría de pasar sus últimos días como jefe de sección de la Escuela de la C/ de la Palma (Artes y Oficios), en la que ocupó accidentalmente su dirección. Estos años no registran trabajos de escultura, al menos conocidos. Aquí, en plena Guerra Civil, moría el 1 de abril de 1937; hoy se cumplen pues ochenta y cuatro años de su muerte.

Aunque el libro no ofrece una valoración de su obra nos reafirmamos en la que ya hicimos en su día: Ramón Núñez fue un escultor de sólida formación y depurada técnica. Aun habiendo trabajado todos los materiales, en su variada y numerosa obra destacan las esculturas monumentales, singularmente las vaciadas en cemento armado, innovadora técnica que experimenta con magníficos resultados. Su estética, afirmada en la belleza formal, elegancia y gravedad, es deudora de un academicismo de cuidada ejecución, amalgamado con la sensualidad del modernismo.