Después de 36 años y por motivos de salud, ya no procesionaré con mi Cristo Yacente los Jueves Santos de mi querida Zamora.

Hace siete años me ha acompañado y le dejo el testigo a mi nieto Javier. Solo pido al Cristo Yacente le ilusione y le proteja tanto como a mí.

El hecho de renunciar a salir en la procesión no significa que me desligue de la Hermandad. Quiero seguir manteniendo mi cuota íntegra, y no como hermano emérito. Solo quiero acogerme al privilegio de Hermano Emérito para que la lista de espera sea de uno menos. Desde que estoy en Castellón, no hemos faltado a nuestra cita (menos los años de pandemia) con Zamora en la Semana Santa, mis nietas Paula y Balma en la Procesión de Nuestra Madre, mi hijo Nacho y mis nietos Jorge y Diego en la Cofradía de Jesús Nazareno, y por supuesto, Javier y yo en nuestro Cristo Yacente.

Por motivos de salud como ya he dicho, me queda el recuerdo, el cariño a Zamora, a la Semana Santa y a todos los zamoranos.

Cuando, en el año 2016, decidí con mis hijos venirme a Castellón, en mi viejo Suzuki, poco podía traer de Zamora: mis cosas personales, muchos libros, y lo que no dejé y que siempre me ha acompañado en mis correrías por Españafue el arca de roble donde guardo toda nuestra Semana Santa: túnicas, caperuces, tulipas, medallas, guantes, recibos…

Todos en casa la miran con cariño y con mucho respeto, pues se abre una vez al año para preparar la Semana Santa. El olor a alcanfor, esos, días está autorizado en casa. Huele a Semana Santa. Pero sin pastas…

Ahora hablemos de mi Cristo Yacente.

Por los años 1957-58, yo con 17 y 18 años visitaba con frecuencia la iglesia de la Concepción donde se daba culto y se descubrió el Yacente en 1941. Quizás este Cristo Yacente de Zamora yo lo asociara con otro Yacente de Gregorio Fernández que está en el Monte del Pardo en un Monasterio de los padres Franciscanos. Yo lo visitaba mucho cuando hice el Servicio Militar en el Batallón de Transmisiones del Pardo los años 61-62. Después de 16 años fuera de Zamora, en septiembre de 1980, regreso para quedarme.

Poco tiempo después detectan una enfermedad grave a mi esposa y yo me acordaba del Cristo Yacente que visitaba en el Pardo y también del que había dejado en Zamora.

En estos terribles días cuando ves que todo se acaba, y movido por la fe, fui a ver a Dionisio Alba Marcos que era el Hermano Mayor o Notario de la Hermandad del Cristo Yacente. Le conté “todo lo que tenía encima”. Descartada la ciencia, solo confiaba en mi Cristo y que Dionisio me permitiera hacerme de la Hermandad. Era el año 1985. Ese mismo año acompañé a nuestro Yacente por las calles de Zamora. Quiero aclarar, que no hubo ningún tipo de “influencia” ni especulación alguna. Yo conocía a Dionisio como Hermano Mayor y fundador de la Hermandad, pero nada más. Lo único que a él le llevó a admitirme salir en la Cofradía ese mismo año 85 fue su gran Humanidad con mayúscula y ver la Fe tan grande que yo tenía en el Cristo Yacente.

Mi mujer y mi hija me acompañaron cuando me entregaron el medallón de la hermandad y me esperaban al terminar la procesión aquel Jueves Santo de 1985. Ese fue mi primer desfile, con mucha fe, y por qué no decirlo, con esperanza. Me encontraba feliz.

En junio del año 1986 fallecía mi esposa. Mi Cristo Yacente me la llevó, pero yo sigo con mucha fe, y convencido de que nos volveremos a encontrar.

En el recuerdo de mi despedida, no puedo olvidar a mi madre, pues ella y en su casa, me vestía todos los Jueves Santos para salir en la procesión. Mi esposa Paquita y mi hija Mª Carmen ese año del 85 me esperaban a la puerta de Santa María la Nueva al terminar la Procesión. En sus brazos, túnica, caperuz y faja. Y regresamos a casa.

Domingo se despide de la Semana Santa de Zamora y en particular de los hermanos del Yacente. Del Hermano Mayor, Cabildo Menor y en particular de mi buen amigo Pedro Carril que es el Hermano Notario.

De ahora en adelante y donde quiera que esté, el Jueves Santo, minutos antes de las once de la noche en la iglesia de Santa María la Nueva el Hermano Capellán nos invitará a rezar una oración y seguidamente el Hermano Notario o el hermano encargado de la procesión nos comunicará el orden de salida de la procesión según el orden del color del medallón. El mío y el de Javier es el granate. A continuación, los hermanos ya con los caperuces puestos y siendo las once en punto de la noche, el Hermano Mayor con voz potente anuncia: “Que se abran las puertas. Comienza la procesión”.

Como final, no puedo terminar sin un recuerdo a todos los hermanos que nos han precedido. Mi recuerdo y homenaje a Juan F. Encabo, que fue nuestro capellán y Hermano Mayor de la Hermandad. También fue mi párroco de San Torcuato y me unía a él una gran amistad. En el recuerdo final no pueden faltar los hermanos y amigos que año tras año hemos coincidido a la salida de la procesión y nos hemos ayudado a colocar el caperuz, la faja o sujetando el hachón: Antonio Cecilio, Manolo Esbec, Luis Gil, Amador, y el último, que para mí es el primero, mi nieto Javier. A todos mi cariño y mi recuerdo.

Una vez más, mi agradecimiento al Periódico La Opinión,-el Correo de Zamora y a los lectores que tienen paciencia para leerme.

Desde Castellón, capital de la Plana. Un saludo.