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Semana Santa en Zamora: El milagro de Jesús Yacente

El canto del Miserere, ya de madrugada, coronó uno de los momentos cumbres de la Pasión

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Semana Santa en Zamora: Jesús Yacente

La Esperanza había conquistado la mañana y La Vera Cruz había brillado por la tarde. El sol acompañó una jornada que tardará en repetirse: todo salió a la perfección. Con la ciudad llena y los turistas preguntando "dónde es el Miserere", se hicieron las once de la noche, muy cerca ya del momento cumbre de la Pasión: el Miserere.

De hecho, por la mañana cientos de zamoranos habían abarrotado la iglesia de Santa María la Nueva -sede de Jesús Yacente- para escuchar el ensayo definitivo del Miserere del padre Alcácer. Buen acercamiento, sí, pero lejos de vivir el momento en que los hermanos cantan a al hombre que está a punto de morir en la plaza de Viriato.

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Con puntualidad británica se abrieron las puertas de Santa María, recuperado templo tras largas obras. Y comenzaron a desfilar los hermanos de caperuz largo y estameña de lana cruda atendiendo a los colores de los faroles. Como siempre, con una oganización sin mácula no exenta de mérito dado el elevado número de hermanos.

Los símbolos de la Pasión buscaban ya las calles de La Horta en sus clásicos cojines y los hermanos portadores de las cruces de penitencia arrastraron la madera, haciéndola chispear sobre el empedrado de las calles del casco histórico y de los Barrios Bajos. Un discurrir clásico para la noche del Jueves Santo, momento álgido y preámbulo de la enorme celebración que supone la madrugada, el día más largo que se mueve entre el centro histórico y Las Tres Cruces.

Ya de madrugada comenzaron a vibrar las gargantas de los miembros del coro. Y los visitantes que preguntaban desorientados por la celebración del Miserere entendieron el milagro. No era una simple actuación, ni un concierto. Los hermanos le cantaron a un hombre en parihuelas a punto de expirar . Y las voces callaron para regresar a Santa María, cuando el milagro ya se había producido.

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