Opinión | Identidades zamoranas

Un gigante de ...

Emiliano, el fundador del Teléfono de la Esperanza, pasó la vida haciendo el bien

EMILIANO ACEVEDO, JOSE MANUEL JIMENEZ Y FELICIANO FERRERO.

EMILIANO ACEVEDO, JOSE MANUEL JIMENEZ Y FELICIANO FERRERO.

En la tarde noche del 28 de abril este periódico adelantaba una noticia triste: "Ha fallecido Emiliano el fundador del Teléfono de la Esperanza en Zamora". Pronto los teléfonos ardieron. No se sabe cómo pero la Iglesia de San Ildefonso, la de su pueblo Valcabado y el cementerio, 24 horas después, estaban llenas. Emiliano no tenía hijos. Tenía amigos y admiradores que le seguíamos. Lo queríamos, lo admirábamos. Desde hacía mucho tiempo. Era el amigo fiel, el servidor atento, el faro luminoso que impartía esperanza, bondad y consolaba día y noche. Con la muerte de Emiliano no desaparece todo. El justo vivirá y él lo era. El creyente no muere, entra en la vida plena para formar parte de los ciudadanos del cielo, moradores de la casa de Dios y Emiliano era un creyente y practicante de los recios, firmes, consecuentes. Más de 40 años de amistad lo testimonian. Seminarista en sus tiempos jóvenes, maestro de vocación en Alcañices muchos años, impulsor de una escuela innovada, renovada. Trabajador constante y ejemplar en el grupo prensa en las aulas. Esposo de Rosa, cuidador de ella en su larga enfermedad, aspirante a diácono permanente, colaborador de confianza y cualificado en su parroquia de Valcabado, siempre atento a aminorar los muchos trabajos de su párroco Juan Luis, Fundador del Teléfono de la esperanza al que atendía día y noche. Y se formaba para ello estudiando y participando en encuentros profesionales. Colaborador constante y a demanda de la LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, preparando las crónicas de hace 100, 50 y 25 años. Emiliano ha muerto con 80 años llenos de gracia, virtud, trabajo, honradez, amistad.

A su teléfono llamaban unos y otros de todas la edades y condiciones, de todos los lugares y Emiliano mediante la escucha y el consejo les insuflaba ganas de vivir y vivieron

En su velatorio y acompañamiento posterior estábamos muchos, muchos, leales y sinceros. Cargados en años y en el recuerdo del buen Emiliano. Allí se respiraba cariño, amistad, dolor, pena por el amigo que se ha ido. Algo se moría en nosotros. Pero quedaban en nuestro corazón los muchos recuerdos y sobre todos acciones de ayuda, concordia, colaboración, amistad. Emiliano era humilde y servicial. En el grupo, no quería nunca sobresalir, sino era en el trabajo y aceptar las tareas más arduas. Cuando con dolor y sabedores de que su vida ha sido un regalo para muchos depositábamos su cuerpo en la tumba, nos despedíamos conscientes que habíamos sido compañeros de una persona llena de virtudes, un verdadero gigante de humanidad, un maestro bien preparado y ejemplar, una persona entregada a hacer el bien. Éramos portadores de una gran herencia de honestidad, responsabilidad, entrega, servicio a los desconocidos y heridos de soledad, desengaño, desconfianza, pobreza material y espiritual. A su teléfono llamaban unos y otros de todas la edades y condiciones, de todos los lugares y Emiliano mediante la escucha y el consejo les insuflaba ganas de vivir y vivieron. Su palabra era caliente, convincente, esperanzadora. Personas así, son gigantes de todo, gracia para quienes lo hemos conocido y tratado.

Emiliano pasó haciendo el bien en su pueblo, en el seminario, en la escuela, en el hogar, en la calles, en el teléfono, en la redacción de este periódico, en prensa en las aulas, en el CEP, en Za- 49. Por donde pasaba dejaba un rastro una estela de humanidad y bien hacer. Y cuando fue herido en su alma primero experimentando la penosa enfermedad y la muerte de su amada esposa, Rosa, lo que más quería y luego en su cuerpo con el cáncer, Emiliano como el santo Job nos edificó a todos anclando su vida en Dios de quien sabía que se había fiado y en tanto desierto, encontró amigos que le ayudaron, aconsejaron, acompañaron y sobre todo creyó y esperó en la ayuda de Dios. Y le llegó, una y la otra. Bien rezado y bien acompañado. La Iglesia de San Ildefonso, la de Valcabado y el cementerio se orlaron de fiesta, de flores procedentes de Toledo,Valladolid, Amsterdan , llenas de nombres, de música, de luz, de poemas. Juan Luis tu párroco con alguna lagrimita, Héctor tu amigo y discípulo de la escuela de Alcañices y otros dos presbíteros pusieron su alma en buenas manos, Doña Pili, la maestra glosó sus andanzas de maestro y familiares y amigos le lloramos. Allí, los Pedros Roda y Remesal, Santa Cecilia, Conchi, Lourdes , María Luisa, Laureana, Aquilino, Ángel, Pablo, Jesús, Marisa y otros, otros muchos de Za 49, Teléfono de la Esperanza, amigos, familiares Todos fuimos reconfortados en la amistad y por el ejemplo y la vida de este Gigante de la fe, la esperanza y el bien y buen hacer.

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