En mi hambre mando yo

Los Verdes alemanes renunciaron a su ideología en favor de un pragmatismo que los ha llevado al poder

Concentración de CO2 en la atmósfera

Concentración de CO2 en la atmósfera / FILIP SINGER

Bárbara Palmero

Bárbara Palmero

Érase una vez un señorito andaluz que paseaba a caballo por un latifundio en el que nunca se ponía el sol. Se encontró a un labrador doblando el lomo, en un porfiado afán de mendigarle algo que cosechar a la árida tierra, y que cantaba con voz baja aquello de en el cortijo de mi pueblo dijo el jornalero al amo, la riqueza que yo creo te hace dueño y a mí esclavo.

Cómo las elecciones estaban cerca, sin bajarse del caballo, el señorito le entrega al obrero del campo una lista electoral y unos billetes, y le deja caer: "Ahora ya sabes a quien votar". El campesino mira la lista, mira los billetes, y le devuelve todo antes de contestar: "En mi hambre mando yo".

No todo el mundo actúa con la dignidad del jornalero. Pobre, pero a mucha honra. Die Grünen/Los Verdes alemanes son un claro ejemplo. Ellos fueron más pragmáticos, aceptaron la lista electoral y los billetes, pese a tener que renunciar a su ideología y entregar su alma al diablo.

Allá por los años ochenta, en España nadie sabía qué era eso del movimiento ecologista. El pueblo español, por aquel entonces bravo y sin domesticar, estaba muy ocupado reventando las calles. Bastaba con que Felipe González tosiera, para que cualquier colectivo se enajenara y montara otra huelga. Pedro Sánchez, resabiado, ha aprendido bien la lección, por eso subvenciona a diestra y siniestra. Con cebada y paja en el pesebre, nadie se mueve.

En los telediarios de aquellos años, entre batalla campal y batalla campal de Jarrai y la Guardia Civil, de vez en cuando se colaba alguna acción de Die Grünen. Encadenados, e impidiendo la entrada a centrales nucleares, protestando contra hidroeléctricas, minas, barcos petroleros desvencijados o trenes que transportaran basura radioactiva.

Así eran Los Verdes alemanes, una institución, una leyenda, y la vanguardia del movimiento en defensa de la Madre Tierra. Hasta que dejaron de serlo, para convertirse en los actuales socios de gobierno de esos políticos liberales a los que antes maldecían.

Los pastores se enfrentan ahora al dilema moral de blanquear a las empresas más contaminantes mediante una trapallada legal que reportaría un dinerillo extra con el que salvar la granja familiar

Un buen día llegó el señorito a caballo, o el canciller Scholz, tanto monta monta tanto, y les ofreció dejar de protestar contra las nucleares para pasarse a defender que la energía nuclear es verde. Les ofreció dejar de encadenarse a las puertas de Heckler&Koch, para pasarse a defender que hay que producir mucho más armamento.

Es lo que tiene hacerse mayor. Sir Winston Churchill lo definió a la perfección, cuando sentenció aquello de que quien a los dieciocho años no es de izquierdas, es que no tiene corazón, y quien a los cuarenta no es de derechas, es que no tiene cartera.

A los pastores de ovejas se nos plantea ahora el mismo dilema moral que al labriego del cuento, a Los Verdes alemanes, y al gran hombre que defendió a Inglaterra de la bestia nazi, y a quien el pueblo sajón premió con posterioridad haciéndole perder las siguientes elecciones: aceptar la lista electoral y los billetes, o conservar la dignidad y el orgullo de pertenecer a un oficio en peligro de extinción.

Las buenas prácticas ganaderas, como son la extensiva, regenerativa, ecológica, el pastoreo y la trashumancia, junto con las buenas prácticas agrícolas, como son la ecológica, holística y regenerativa, son actividades que generan lo que se denomina derechos de emisión de CO2.

Unos derechos de emisión de dióxido de carbono (CO2) que no son sino otra trapallada legal más que se ha inventado la Unión Europea para blanquear a las industrias contaminantes. Porque, por un lado, la UE apremia a las industrias contaminantes a que vayan reduciendo sus emisiones de CO2 antes del 2030. En el 2050 las emisiones de CO2 deben ser cero.

Pero, por otra parte, y gracias a esos derechos de emisión de CO2, a las industrias contaminantes les sale más barato pagar a los buenos profesionales de la agricultura y la ganadería por esos derechos que generan, que invertir en maquinaria más eficiente y menos contaminante.

Mercadeando que es gerundio.

Los derechos de emisión de CO2 se compran y se venden, así lo ha establecido la UE, y se baja su precio o se sube en función de variables externas. Con la crisis del 2008 se redujo su precio, porque había que anteponer los beneficios económicos de las industrias contaminantes a una reducción de las emisiones de dióxido de carbono. El planeta puede esperar, las cifras macroeconómicas no.

Visto lo cual, esos derechos de emisión de CO2 se convierten en un dinerillo extra muy jugoso con el que los pastores pueden contar a la hora de intentar salvar la granja familiar en estos momentos de incertidumbre alimentaria, de sequía severa más el fenómeno meteorológico de El Niño, y de adaptación a la nueva realidad de caos climático.

No se puede descartar pues que el día menos pensado, no un señorito andaluz a caballo, pero sí un macrogranjero en un Toyota Hilux, quizás el mismo que encharca las tierras con los purines que envenenan a mis ovejas cuando aprovechan las rastrojeras, me entregue en mano, no una lista electoral, pero sí unos billetes a cambio de mis derechos de emisión de CO2.

Quedando a mi libre elección, y en mi conciencia, el blanquear, o no, a la ganadería intensiva, la industria que más enfermedades causa a la población, y la industria que más contamina a la Madre Tierra, por encima incluso de la textil, la nuclear o la petro-química.

Menos mal que al menos en mi hambre sí que mando yo.

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