Los rockeros ya no van al infierno

Las letras insustanciales del reguetón han contagiado incluso a los políticos

BRUCE SPRINGSTEEN

BRUCE SPRINGSTEEN / ALBERT OLIVÉ

Bárbara Palmero

Bárbara Palmero

Ser rockero nunca ha estado bien visto. España ya no es una dictadura, ni hiede a falsa moralina, pero ver greñudos embutidos en camisetas negras con calaveras, y muñequeras de tachuelas, sigue siendo algo difícil de asimilar para la sociedad bienpensante.

Ser madre no es tarea sencilla. Una madre acepta que la vida es como un campo de minas para la prole. Pero nadie la prepara para observar atónita a las crías haciendo headbanging, puño al aire, en la habitación, mientras atruena lo que para un extraño puede sonar a puro ruido.

Pintas zarrapastrosas aparte, el rock se ha destacado por ser más que un movimiento cultural. El rock nació para romper con cualquier dogma imperante. Los rockeros llevan en el ADN la imperiosa necesidad de asaltar la valla de lo políticamente correcto y posicionarse en contra de lo establecido. Porque el rock es subversión.

El rockero se resiste a acatar la construcción social de la realidad que se le pretende imponer. El rockero es un renegado por naturaleza. He perdido la cuenta de la cantidad de bandas rockeras que se llaman Non Serviam. Aquel famoso “No te serviré” de Lucifer a Yahvé, el primer acto de rebeldía de la historia.

Pero lo maravilloso del rock, es que no se trata de una rebeldía irracional, por pura cabezonería o mentecatez. Al contrario, si algo define las letras rockeras, es que contienen un mensaje poblado de razones y buenos argumentos. Un mensaje poderoso, sublime. Incontestable.

Una sociedad infantilizada y del género necio, en la que la ausencia de principios lo ha emponzoñado todo. Incluso la política, aquel otrora noble arte de trabajar para preservar el bien común

Por otra parte, y pese a la violencia machirula y testosterónica que pueda parecer que rezuma, al rock no le gana nadie a la hora de ponerse meloso. Por eso las mejores baladas y canciones de amor son puro rock and roll. Y es que nadie ha llorado jamás tanto, y con palabras más hermosas, el mal de amor, que un rockero con el corazón hecho pedazos.

La música importa, importa el mensaje. Por eso los rockeros nunca han necesitado salir a un escenario a enseñar carne rodeados de bailarines, ni realizar estúpidas coreografías para distraer al público, y que este no preste atención a unas letras propias de oligofrénicos y a esa pseudo música fabricada por ordenador.

Los rockeros son una especie en peligro de extinción. Sólo así se entiende la degeneración de nuestra sociedad. Una sociedad sumisa y enferma de superficialidad, huérfana de ideales y sin un motivo por el que seguir adelante, salvo el meramente narcisista del yo me mí conmigo.

Una sociedad infantilizada y del género necio, en la que la ausencia de principios lo ha emponzoñado todo. Incluso la política, aquel otrora noble arte de trabajar para preservar el bien común. Donde lo habitual ahora es encontrarse con C. Sánchez, Ione Peluso, Bad Santi o Cuca G haciendo gala de su reverenda estulticia.

Ser madre no es fácil, insisto. Ser madre exige cargarse sobre las espaldas con el peso del mundo y tomar decisiones tan desagradables como necesarias. Pero alguien tiene que hacerlo. Y a una madre le sobran las agallas para dar un paso al frente y ofrecerse voluntaria.

Ser político tampoco es una labor a envidiar. Exige explicarle a la población que no hay más agua que la que escasea. Y que España necesita otra urgente reconversión industrial, en esta ocasión motivada por la pertinaz sequía. Para la que sólo hay una única salida: Reducir drásticamente la producción en todos los sectores. Es decir, decrecer en lo económico para sobrevivir.

Hablando en plata: el plan Tierra de Campos de DJ Gallardo y Mañuecozzz es inviable. La falta de agua y su continuado despilfarro no lo hacen posible. La sequía existe, es real, no son los comunistas. Ni los fanáticos del clima. La sequía lleva con nosotros desde siempre, está inexorablemente ligada al clima Mediterráneo de la península.

La sequía era también un drama en 1979, cuando el artista Pere Noguera crea su obra “Mapa d´Espanya”, el profético reflejo de una España yerma. Lo único que hemos logrado desde entonces, gastando agua por encima de nuestras posibilidades, es acelerar su escasez.

Hablando en oro: la amnistía en Doñana nos conduce al desastre como país. No hay agua para tanto fruto rojo. Como tampoco la hay para tanta piscina privada ni tanto megahotel, ni para esa industria cárnica alemana que planea trasladarse a España, dado que Alemania la ha prohibido en su suelo.

No somos un país soberano. En un pasado fuimos colonia de Roma y en el presente somos colonia de la UE. El regadío agota nuestras fuentes de agua para que la producción se marche camino de la exportación. 59 millones de cerdos macrogranjeros anuales destinados al mercado internacional, con intención de llegar a los cien millones cada año, que consumen un agua que nos falta. Campos de golf, macrorrenovables, urbanizaciones de lujo o megacruceros que contribuyen a desecar unas reservas de agua exiguas…

Y una Mesa de la Sequía que acabará, piensa mal y acertarás, regalando más dinero público a quien más agua malgasta.

El futuro Gobierno no lo va a tener fácil. Deberá abordar una salvaje reconversión industrial que ponga freno y reduzca la producción agraria, la energética, la construcción, el turismo de masas, y la de todas las industrias que demandan un consumo excesivo de agua. Sí, con la consiguiente pérdida de incontables puestos de trabajo.

Mucho peor lo tuvo Felipe González, a él se le soliviantaron las masas. Ahora será un camino de rosas. Los obreros del campo y la ciudad han perdido la conciencia de clase, y viven abducidos por las redes sociales. Y lo que es mejor, no quedan ya rockeros que escriban himnos legendarios y de mensaje combativo capaces de despertar al pueblo de su letargo.

(*) Ganadera y escritora

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