Campana sobre campana

Un pequeño repique de letras para celebrar la distinción de la Unesco

Repique de campanas desde la iglesia de San Juan, en Zamora capital, en una imagen de archivo.

Repique de campanas desde la iglesia de San Juan, en Zamora capital, en una imagen de archivo. / Emilio Fraile

Ángel Alonso

Ángel Alonso

La reciente declaración del toque de campanas como patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO es un reconocimiento que bien merece un pequeño repique de letras para celebrarlo. Las campanas son la voz del tiempo, la memoria sonora de la historia en pueblos, villas y ciudades. Las campanas, ellas fueron las primeras en dar noticia pública de mi nacimiento, aunque mejor sería decir que repicaron para el momento de mi bautismo, evento celebrado a los pocos días de venir al mundo, como se acostumbraba entonces. Este toque festivo, como sabemos, era uno más entre los muchos posibles y adecuados a sucesos tanto religiosos como civiles, llegando en muchos sitios a tener un índice de repiques tan variado, oportuno y diferenciado que por su ritmo o cadencia se sabía lo que desde el campanario nos querían anunciar, advertir, avisar o proclamar sin palabras. Las campanas están asociadas tanto a la vida religiosa como social de los municipios y su utilidad comunicativa ha sido tan eficiente y apropiada que rara es la aldea que aún sin ser titular de parroquia no disponga de una campana en la más humilde ermita local. Por su parte la torre es el soporte, alto andamio y escenario de ese teatro de sones que representan la noticia o acontecimiento tanto alegre como triste, festivo o de alarma.

A la vista de la eficacia comunicativa y la capacidad de convocatoria de las campanas de las Iglesias se empiezan a colocar en los consistorios medievales para llamar a concejo. Así es como los sonidos campaneros van tomando tal carácter, variedad e importancia que si hubo rivalidad a escala europea, y después en América, en la construcción de templos y catedrales en ello iba también la dotación proporcional de enormes y sonoras campanas, con nombre muchas de ellas y con timbre propio y diferenciado de modo que empiezan a ser voz de la piedra, garganta de la torre, y preludio sonoro de los principales acontecimientos del pueblo.

Las campanas están asociadas tanto a la vida religiosa como social de los municipios y su utilidad comunicativa ha sido tan eficiente y apropiada que rara es la aldea que no disponga de una campana en la más humilde ermita local

Pero las campanas no actúan sin gente que las haga sonar: campaneras y campaneros que interpretan los sones que la tradición ha conservado y perpetuado desde tiempo inmemorial; gente portadora de la memoria musical del bronce aéreo, de los ritmos socio religiosos que el badajo bien manejado o el volteo con maña van tañendo con la memorizada partitura mental transmitida sin papel escrito, tan sólo “de oídas”, lo que implica muchas veces un talento musical desconocido por los propios intérpretes aunque reconocido y valorado muchas otras por propios y extraños cuando el son se propaga con brío y personalidad.

No deja de ser elocuente que haya villancicos que nombren a las campanas como propagadoras de la noticia que los ángeles trajeron a los pastores. “Campana sobre campana y sobre campana una…” ¡Qué bellas redundancias conforman la letra de este villancico, popular como ningún otro. De boca en boca y sin campanas corrió por Belén la noticia del nacimiento de un Niño pobre y desvalido. Luego, siglo tras siglo las campanas han tomado el relevo del anuncio de ese acontecimiento primordial de nuestra Religión para recordarnos las fiestas que merece el acontecimiento que sucedió en tales condiciones que no era precisamente para festejarlo si no fuera que con el Niño de Belén nacía nuestra Redención.

Esos humildes autos sacramentales que vienen a ser las Pastoradas comenzaban, como recuerdo de niño en mi pueblo, con versos tan sonoros como estos: “Campanas de Villarrín/ que tenéis la voz delgada/ repicad con alegría/ que empieza la pastorada.” Y si con campanas celebramos la vida que nos llega, sin ellas celebramos la muerte que nos salva porque en Semana Santa enmudecen y toman su relevo esos instrumentos de duelo conocidos como carracas o matracas, con la excepción de pequeños esquilones que porta el Barandales.

Ahora que entramos en la Navidad las campanas siguen sonando con el eco de villancicos y tonadas que forman el repertorio de coros y conciertos por doquier. Las orquestas y agrupaciones musicales siguen ofreciéndonos melodías que en la memoria popular vienen sonando como ese hilo musical luminoso que nos remite a los días más entrañables de nuestra infancia; y a ese tiempo vuelvo cada vez que escucho “Campanita del lugar”, una de las muchas variaciones que hizo Mozart de la popular canción francesa.

“Campanitas de Belén/ tocad al Alba, que sale/ vertiendo divino aljófar/ sobre el Sol que della nace;/ que los ángeles tocan,/ tocan y tañen”.

Con estos versos de nuestro genio de las letras, Lope de Vega, terminamos el homenaje a todas aquellas personas que han hecho posible que las campanas sigan hablando el lenguaje que el pueblo les dio y nosotros nos sintamos conmovidos con la música de su mensaje.

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