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Mosaico con fotos de FlorenciaCedida

Cuadernos de viaje

Hora es de que la gente heroica y meritoria aparezca en los equipos de autoría, como el séptimo arte viene haciendo, al final de las películas, en los títulos de crédito

Hace unas semanas, daba cuenta en este espacio de un viaje organizado a La Toscana, con base en Florencia, donde las artes tuvieron una larga primavera cuya eclosión y ‘florecimiento’ polinizó el mundo. Salíamos de Santiago de Compostela para devolver la visita (aunque sea mucho decir) a un insigne peregrino cuyo periplo estudió y documentó, con una exposición comisariada en 2005, nuestro guía, el profesor Xosé Antonio Neira Cruz: “ El viaje de Cosme III de Medicis a Compostela”.

El grupo o comitiva, poniéndonos en correcto protocolo, era de un curso sénior de la Universidad compostelana al que fue gentilmente invitado quien escribe. No es fácil mover, por una ciudad atestada de gente de visita, a un grupo de 32 personas siendo así que nuestro guía no disponía de ayudantes ni séquito que el duque de Toscana traía consigo en su viaje por España, formado por una corte de pajes, fámulos, músicos, mayordomos, escribanos, y artistas que acompañaban al peregrino, asombrando a su paso; y asombrando a su vez al señor duque las diversas geografías y gentes que tenía la ocasión de conocer lejos de sus dominios en Italia. El trayecto no pasó desapercibido y ya se encargaron sus ayudantes polígrafos de tomar nota de singulares anécdotas y acontecimientos de su largo viaje.

Nosotros en cambio llevábamos limitada mercancía para el viaje en avión que como se sabe hay que controlar y pesar por no volar en uno privado y con baúles para trajes de pompa y circunstancia. Eso sí, nos conformaba el vano orgullo de que el ilustre representante de la familia Medici, tan equipado y bien provisto, nos visitó antes.

Lejos quedaba todavía la oportunidad para gente sin título nobiliario, como nosotros, de contemplar de cerca las obras que han venido siendo ejemplo, asombro y referente para el arte occidental, que hoy podemos señalar como la aristocracia del arte

Ya en Florencia, donde nos recibió la lluvia que dejamos en Galicia, fuimos alojados en un céntrico hotel cuya fachada mira a una estatua ecuestre de Cosme I de Medici, un antepasado del duque viajero que parecía vigilar nuestros andares por el ancho espacio de sus dominios: la hermosa región de su ducado, La Toscana. A los Medici en Florencia, hoy los asociamos a la estirpe de Lorenzo el Magnífico que fue modelo de príncipe renacentista pero la historia no siempre la escribieron ni la pintaron con arte sino con sangre y gobierno despiadado. Pero su poder e influencia han dejado un rastro que hoy se salda a su favor con el número de visitantes, ya ajenos a las veleidades de su gobierno, que vamos a deleitarnos con lo que a la postre queda visible en las ciudades que sometieron, protegieron y a su modo gobernaron. El arte, la belleza con mayúscula es el denominador común de la Toscana y singularmente de Florencia, el epicentro de ese terremoto artístico que llamamos Renacimiento.

Parece ser que a Cosme III no le impactaba menos todo aquello que veía en su larga excursión fuera de sus dominios dejando notas, a veces desconcertantes, y un tanto ácidas, referidas a vida y costumbres diferentes de las que estaba habituado.

Por aquel tiempo empezaba a usarse entre jóvenes aristócratas ingleses el inicio del “Grand Tour”, un viaje por Italia como parte del programa de su formación, que luego se extendió a ciudades famosas de Europa. Algo así como un Erasmus para ricos. Lejos quedaba todavía la oportunidad para gente sin título nobiliario, como nosotros, de contemplar de cerca las obras que han venido siendo ejemplo, asombro y referente para el arte occidental, que hoy podemos señalar como la aristocracia del arte.

El “cuaderno de viaje” del Duque son muchos si incluimos los oficiales y los escritos por los varones importantes de su séquito, como el médico, y el cuaderno de acuarelas que su pintor de cámara estaba obligado a realizar para recuerdo y remembranza. Es así que la fuente documental de “la escapada” del noble florentino supone un riquísimo mosaico de paisajes y descripciones de ciudades y pueblos por donde pasaba, y del talante y trato con las gentes de la época a lo largo del itinerario peninsular que luego prolongaría hasta Inglaterra y Francia.

Nuestro viaje sin cuaderno pero con guía excepcional que domina la lengua de Dante y fue alumno de Umberto Eco no podía sino tener el éxito que tuvo para quienes nos dejamos llevar a los lugares, museos, palacios, ciudades, villas y templos que siembran las nutridas rutas turísticas que se pueden elegir. Eso sí, ahora la cámara del móvil registra tantos detalles, espacios y monumentos que es preciso ordenar luego en el archivo la belleza guardada, el arte que te hartaste de mirar y retratar. Se lleva la palma el selfie y photoshop ante el David de Miguel Ángel que con tanto barullo a sus pies ganas no le faltarían, si no fuese de piedra, de echarse al monte a seguir practicando con su onda. Es lo que tiene la fama, de la que gozó en su tiempo una española, Leonor Álvarez de Toledo, casada con un Médici y cuyo traje de boda con diseño frutal de ecos españoles causó admiración y creó moda. En Los cuadros de Broncino la vemos segura de sí misma y complaciente con su papel de aristócrata bien casada y rica. No sabemos si feliz después, aunque murió joven.

Ella fue la promotora de los jardines del Palacio Pitti al que se trasladó para vivir con más luz y holgura que la del palacio Vecchio, en la plaza de la Signoria.

Aunque hablemos principalmente de gente ilustre y de genios me gustaría decir que un servidor no dejó de pensar en los artesanos, canteros, albañiles, pintores, etc., empleados en los talleres de los genios, y gente anónima subalterna que hizo posible y visible la maqueta y el diseño de lo que hoy despierta tanto asombro a tanta gente. En este sentido me agrada señalar que en el “Museo de la obra de la catedral de Florencia”, además de poder contemplar los bronces originales de la famosa puerta del Paraíso del Baptisterio y otras piezas que en su tiempo formaron parte de la iconografía del conjunto, pudimos ver una muestra de herramientas y artilugios, de poleas y carros de transporte originales que operarios anónimos y peones manejaron con destreza, y no menos riesgo, para dar forma y remate a torres y cúpulas, a sólidas columnas, arcos esbeltos y pináculos de vértigo. Sin aquellos artistas de “segunda fila”, sin los artesanos del pueblo que no figuran en las enciclopedias nada se habría podido elevar ni definir y, por lo que a nuestro viaje concierne, jamás habría tenido lugar ni motivos para emprenderlo. Hora es de que esta gente heroica y meritoria aparezca en los equipos de autoría, como el séptimo arte viene haciendo, al final de las películas, en los títulos de crédito.

La historia, o su relato, tampoco es generoso con personas que sí lo fueron a manos llenas; y en este aspecto, siguiendo con la familia Medici, cabe destacar a la última descendiente, Ana María Luisa Medici que donó su herencia artística al pueblo florentino; un legado no suficientemente reconocido. Su retrato aparece en lugar discreto de La Galería de Los Uffizi. El cuaderno del viaje por la vida de la famosa familia de Florencia tuvo un final triste para dicha saga al extinguirse pero gloriosa para la humanidad.

Cuando fueron exhumadas las sepulturas mediceas a causa de las filtraciones de humedad en su capilla de la Iglesia de San Lorenzo,”en la tumba de una doncella durmiente apareció un estuche de cristal que guardaba unas páginas escritas a mano con letra menuda y pulcra, tres siglos antes, cuando una muchacha que hablaba en primera persona, había iniciado su relato diciendo simplemente: El armiño duerme.” Transcribo el final del preámbulo de la novela del profesor Neira Cruz, que pone voz a Bianca Medici en cuyas manos yertas apareció el pequeño cuaderno con tapas de nácar. Otro cuaderno de viaje, el de nuestro guía erudito, que condensa los muchos que realizó al territorio donde el mármol refulge y la belleza a la muerte desafía.

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