Hay escenas de la infancia que te acompañan durante toda la vida. Por ejemplo, con apenas ocho, nueve o diez años era habitual que mis hermanos y yo acompañáramos a mis padres al mercado de ganado en Benavente, que se celebraba los jueves. Ahora ya no existe porque los modos de compra y venta de ganado han cambiado, igual que tantas cosas durante los últimos tiempos. De aquellas épocas recuerdo con nitidez cómo se producían los tratos, es decir, para quienes no entiendan el significado de dicha palabra, la negociación entre quienes vendían, por ejemplo, un ternero o una vaca y quienes querían comprar eso mismo. Mi padre siempre me sorprendía. Y es que, como decían por allí, era muy bueno para el trato. No se amilanaba, se mantenía en sus trece y casi siempre obtenía lo que pretendía. Era duro de pelar, decían los entendidos. De esas escenas, hay una que siempre me llamó la atención: cuando se cerraba un trato, se daban la mano. Y ya no se negociaba nada con nadie, incluso aunque el dinero aún no se hubiera recibido.

En aquellos tiempos no era necesario emitir ningún papel, ningún certificado, ni estampar ninguna rúbrica para saber que lo que se había negociado y acordado entre dos personas había que cumplirlo a rajatabla

La palabra dada iba a misa. Y así una y otra vez, fuera jueves de mercado en Benavente o se tratara de la compra y venta de cualquier otro producto (trigo, uvas, remolacha, lechugas, pan, aceite, etc.) en cualquier otro momento o circunstancia de la vida cotidiana. Quienes los hayan vivido recordarán que en aquellos tiempos no era necesario emitir ningún papel, ningún certificado, ni estampar ninguna rúbrica para saber que lo que se había negociado y acordado entre dos personas había que cumplirlo a rajatabla. Era suficiente con la palabra dada. En el mercado de ganado en Benavente yo nunca presencié escenas sobre tratos que se volvieran atrás; sin embargo, sí recuerdo que, en otros ámbitos, algunas veces había reproches o algo más entre quienes consideraban que alguien había incumplido la palabra dada. En esos casos, las disputas podían acarrear consecuencias no deseadas, pues faltar a la palabra dada siempre se consideraba un acto grave, una traición. ¿Y quién deseaba o desea vivir con personas de semejante calaña?

Durante los últimos días he escuchado que alguien ha faltado a la palabra dada. Que si Fulano había llegado a acuerdos con Mengano y que, a la hora de la verdad, nada de nada. Parece ser que, al igual que los jueves en el mercado de ganado en Benavente, nadie firmó ni estampó ninguna rúbrica sobre lo hablado y acordado. Todo se fio a la buena voluntad de las personas, es decir, a la palabra dada. Pero hete aquí que, según parece, alguien se ha vuelto atrás y ha dejado a la palabra dada con el culo al aire. El relato es una ocasión de oro para reflexionar en cualquiera de los niveles de enseñanza (infantil, primaria, secundaria o universitaria) sobre la importancia de la palabra dada en las relaciones sociales, es decir, entre unos y otros. Por eso, propongo algún juego de simulación, adaptado a las edades de niñas y niños, adolescentes y jóvenes, para que hablen y reflexionen sobre estas historias. Y es que la vida cotidiana nos lo pone tan fácil para aprender que no debemos pasar por alto lo que se nos viene encima.