(Título puesto con el máximo respeto y admiración al autor real del milagro, y con la alegría de haberlo entendido y poderlo explicar a mi manera, claro).

Que la solidaridad es la ternura de los pueblos –dicho cuya autoría comparten los revolucionarios comandante Che Guevara y la escritora Gioconda Belli- vuelve a demostrarse cuando nos conmovemos al ver a hombres y mujeres y ¡ay los niños, qué pena!, intentando huir desde la que ha sido su maltratada tierra afgana hasta otros países donde sobrevivir primero, y volver a vivir en paz y con derechos. Cuando se desata una ola de empatía, de compasión y de apoyo ante una catástrofe natural como el terremoto de Haití o antinatural como otra guerra más sin sentido. También cuando no aceptamos como normal que todos los días del verano se ahoguen en el mar los que intentan escapar del hambre en pateras.

Lo dicho en el poema de Bertolt Brecht sobre la lucha, también puede decirse de la solidaridad. Hay hombres que son solidarios un día, y son buenos. Hay otros que son solidarios un año y son mejores. Hay quienes son solidarios muchos años y son muy buenos. Pero hay los que son solidarios toda la vida: esos son los imprescindibles.

Como es imprescindible dar el paso de la ternura de la solidaridad de los pueblos -que podría quedarse en un sentimiento pequeñoburgués de justificación- a la necesidad de compartir de esos mismos pueblos, y a la decisión política de hacerlo. Más aún, a la lucha para poder compartir de los hombres que luchan un día, o un año o toda la vida.

Porque sólo los pueblos salvan a los pueblos, y o nos salvamos todos o nos vamos todos al garete. Y esto que parece un pensamiento complejo, es algo que vivimos cotidianamente y que hacemos a veces sin darnos cuenta.

Es la versión laica del milagro de los panes y los PCEs: si compartimos el pan y el trabajo, podemos comer todos; si compartimos los bienes del mundo, podemos vivir todos. Al final, la multiplicación de los panes y los peces es una división: repartir.

Por ejemplo, esta necesidad de salvarnos todos juntos es una convicción a la que ha llegado la comunidad científica ante la vacuna por el virus del COVID. Porque tras actuar con el egoísmo de siempre para salvarnos en cada país o en cada casa, se vuelve a poner en evidencia que o nos vacunamos todos o el virus se va a hacer más fuerte que nosotros sobreviviendo en las zonas del mundo donde no llegan las vacunas porque no pueden comprarlas ni tienen personal sanitario para ponerlas. Y volverá a atacar con mutaciones más resistentes a los vacunados en los países ricos. Es decir: o nos salvamos juntos y todos, o naufragamos todos y más o menos juntos.

Lo que el virus del COVID está demostrando tampoco es algo nuevo, aunque nuestra condición humana nos lleva a olvidarlo. No es más que la versión humana del milagro divino de los panes y los peces, por el que se multiplicaron cinco panes y un par de peces, para que comieran más de cinco mil personas. La versión humana del milagro –tal vez también la cristiana- es el milagro de la solidaridad: compartir. Es la versión laica del milagro de los panes y los PCEs: si compartimos el pan y el trabajo, podemos comer todos; si compartimos los bienes del mundo, podemos vivir todos. Al final, la multiplicación de los panes y los peces es una división: repartir.

Porque sólo los pueblos salvan a los pueblos. Y ante la revuelta de la Zamora vaciada de agua por Iberdrola que ha llevado a la lucha a los pueblos zamoranos, también puede aplicarse esa ternura de la solidaridad que nos conmueve al ver que a los hijos y nietos de quienes anegaron sus casas y sus pueblos en nombre del progreso no les dan ni agua. Esa justa solidaridad de querer compartir la riqueza de las empresas hidroeléctricas con los habitantes que perdieron la fertilidad de sus vegas. Y esa convicción de que también Iberdrola necesita que haya gente en los pueblos de Zamora aunque solo sea para que paguen el recibo de la luz. Porque si apagamos nos vamos todos, empresas incluidas, a pique: de golpe como han vaciado este año el embalse, o gota a gota como mueren ahogados en los mares que nos rodean quienes intentan llegar a nuestra tierra en pateras huyendo de la gran catástrofe antinatural que es la desigualdad económica entre países ricos y pobres, entre pueblos ricos y pobres.

Desde la pequeña parte de la humanidad que somos todos y todas –claro que sí- la solidaridad de cada día nos permite descubrir el milagro de los panes y los peces. De hecho yo lo he descubierto cuando en el camping de verano no teníamos apenas comida y llegaba más gente justo a la hora de comer; entonces se compartía lo que teníamos entre todos y ¡milagro! comíamos todos y hasta sobraba.

Desde la pequeña humanidad que es la asociación de los Comunales de Cobreros, y que también somos todos y todas –claro que sí- la lucha de cada día ha permitido que la Junta anule la recalificación del suelo que la Diputación había autorizado para poner un parque solar en su tierra, y que se negó a dejar en suspenso tras las reclamaciones vecinales.

Desde la pequeña humanidad que son los habitantes de Villaflor que se quedaron aislados y tenían que llegar a su pueblo en barca cuando hicieron el embalse, la utopía de cada día les ha llevado a pedir nada menos que una playa fluvial para evitar su desaparición justo el año en que el embalse se ha vaciado de agua. Su fuerza también somos todos y todas ¡Claro que sí!

Definitivamente, la solidaridad, la lucha y la utopía son el milagro humano de los panes y los peces: compartir para llegar a todos.

“Porque no es lo que importa llegar sólo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo” (León Felipe, paisano).