Nuestra vida transcurre dentro de una burbuja generacional. Ortega lo explicaba con su maestría habitual cuando señalaba que una generación es algo así como una caravana que atraviesa un desierto; nuestro mundo es el de esa caravana y nunca bajamos de ahí, aunque a veces nos crucemos de manera ocasional con la gente de otra caravana. Para muchos de nosotros, los que no vivimos ni la postguerra ni el franquismo, para la gente de mi generación, los españoles nacidos en los años setenta y principios de los ochenta, estos últimos meses, este último año ya, será para siempre el año de la pandemia. Quizá el gran hito de nuestras vidas -desde luego, de lo que llevamos hasta ahora de ellas- y, también, el año en el que descubrimos el miedo. Bien mirado, fue un año de descubrimientos en clave generacional. La gente de mi cohorte vital descubrió lo humanos que somos, tan listos como nos creíamos, tan urbanos, tan modernos… Primero minimizamos el problema, luego le buscamos causas y finalmente culpables, para acabar con el mismo remedio -quietos en casa- que la humanidad lleva aplicando desde hace siglos cuando sobreviene una peste. Y es que el ciclo de reacción ante una peste es el mismo desde que el ser humano comenzó a vivir en ciudades…

También hemos descubierto la sensación de ser vulnerables, una sensación que no habíamos experimentado -hablo en términos generacionales- hasta ahora. Así que (una parte de) nuestro sólido mundo se desvaneció en el aire, quizá porque eso sea la modernidad, como quería Marx. Y es curioso, mirando hacia atrás, comprender que, en los últimos tres siglos, y siempre en el gozne de entre la primera y segunda década de la centuria, nos hemos tenido que ver de frente con esa vulnerabilidad.

Ahora que todo va terminando, sólo nos queda avisar a nuestros descendientes para que a principios de la década de los años veinte del próximo siglo estén preparados

Esa fragilidad nos dejó, por ejemplo, sin verano. No teníamos en Europa un año sin verano desde 1816, el primer año del miedo de la edad contemporánea, cuando la erupción de varios volcanes -sobre todo la del Tambora el 11 de abril de 1815- dejó al mundo occidental con un verano lleno de nieve, granizo y lodo. Debió de ser terrible por nuestra tierra, aunque tenemos poca memoria de aquello ya que aún no había periódicos en circulación regular fuera de las grandes ciudades.

Es inevitable mirar de nuevo hacia atrás y pensar también en la gran gripe de 1918, otro año maldito; una gripe que apenas ha dejado memoria en nuestra tierra y eso que fuimos uno de los territorios más afectados de Europa. Si Zamora capital duplicó las tasas de muertos en toda España, el otoño de aquel año fue desolador en Sanabria: en octubre ya informaba la prensa que “tendía a propagarse la epidemia de Grippe” como la llamaban los medios, y ya había habido muertos en la Puebla. El 23 de octubre el gobernador civil clausura todas las escuelas de Sanabria y a finales de ese mes se comunicaba que en el pueblo de San Ciprián estaban casi todos los vecinos infectados y, de hecho, a principios de noviembre el inspector provincial de sanidad visitaba el pueblo e informaba de que allí había más de 300 infectados y que habían muerto ya 64 personas sólo en el pueblo. Por esas mismas fechas, en Ferreras de Arriba se informaba de más de cuarenta muertos a causa de aquella gripe maldita.

La gripe del 18 se fue como llegó, dejando una huella perenne de muerte y pobreza. Las estadísticas demostraron el trauma que sufrieron “los hijos de la gripe”: un bebé nacido en 1919 era más bajo que la media, tenía menos posibilidades de graduarse y de ganar un buen salario cuando empezase a trabajar y tendría más dificultades de salud a lo largo de su vida, como cuenta Laura Spinney en “El jinete pálido”, un libro fundamental para comprender el alcance y las secuelas de aquella enfermedad.

Los tiempos han cambiado, y ahora el año sin verano que fue 2020 se notó porque se quedó un año mudo en nuestra tierra; la primera vez en décadas en las que no hubo fiestas en muchos de los pueblos que las siguen celebrando año tras año con el esfuerzo de los vecinos y de los emigrados. Un año sin los juegos infantiles, sin el vermú al salir de misa, sin el baile y sin el bingo por la noche… Es verdad que todo pasará, y que parece que este verano volveremos a disfrutar de nuestras rutinas, pero son muchos los que se han quedado por el camino. Personas que formaban parte de nuestra vida, padres de amigos, personas con y nombre apellidos como Suso o Paquito González Muela, Ángel Prieto; abuelos que se han ido demasiado pronto, amigos a los que ya no volveremos a ver volveremos a ver

Ahora que todo va terminando, sólo nos queda avisar a nuestros descendientes para que a principios de la década de los años veinte del próximo siglo estén preparados. Como escribió Albert Sánchez Piñol en “La piel fría”, hay algunas verdades que requieren nuestra atención, así que es mejor que nos anotemos en rojo algunas fechas en el calendario del próximo siglo. Como el año 2122, por ejemplo