Esto no es una guerra. Esta frase parece repetirse como un mantra según este virus maldito y sin compasión recorre el mundo. Lo hace en múltiples foros y encuentra su mejor caldo de cultivo en las tribunas del Congreso de los Diputados. La afirmación es cierta, pero, permítanme la expresión, lo es en términos relativos, no absolutos.

Evidentemente no hay una declaración contra un enemigo invisible. Ni siquiera una línea de frente clara contra la que arremeter, pero sí aparecen los elementos distintivos de una guerra como un hecho social. Valga el símil para acudir a la brillante monografía del profesor Jorge Verstrynge: "Una sociedad para la guerra".

En el texto, el complutense sociólogo identifica las particularidades que hacen de la guerra un hecho colectivo y social, radicalmente distinto de los individuales. A saber: participantes en número suficiente, frecuencia en su aparición y cierta repetición en el tiempo. Además, la guerra, como hecho social, es también calificada como "un hecho histórico".

Todas estas características concurren en el acontecimiento que vivimos y ante el que parece que estamos repitiendo las mismas estrategias que utilizamos hace 100 años. En 1918, la mal llamada gripe española se llevó por delante a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Si hay algo que demostró su eficacia por aquel entonces y que puede guiarnos en la actualidad es la adopción de valores universales que, tradicionalmente, han estado identificados con parte de las virtudes castrenses y que son especialmente útiles para tomar decisiones en situaciones difíciles.

Todos ellos están perfectamente representados en la denominada tarjeta del Ejército de Tierra: "Vencer", una enumeración de atributos que se suponen a cualquier individuo en un conflicto, pero que deberían ser especialmente aplicables y exigibles al Estado en su conjunto.

Valor

Sin duda imprescindible en esta crisis. Se define como la cualidad del ánimo que mueve a acometer grandes empresas y a afrontar los peligros sin desánimo. El mejor ejemplo lo ofrecen los cientos de miles de ciudadanos que cada día se enfrentan a esta pandemia sin más protección que su determinación. Sanidad, distribución, limpieza, seguridad? Son los sectores esenciales que sacrifican su salud y tiempo en beneficio del resto. Sin él, probablemente, sería imposible cumplir su misión.

Espíritu de sacrificio

Representa el peligro o trabajo grave al que se somete una persona por el bien común. No exige recompensa a cambio. Justifica todas las horas extra, voluntarias y altruistas que se dedican desde el inicio de la pandemia en todos los rincones de nuestro país. Vimos miles de ellos en cada ofrecimiento desinteresado en la confección de mascarillas, suministro de alimentos y donaciones de tiempo y trabajo.

Disciplina

Pasa por la observancia de las leyes y ordenamientos de un país. Nos incluye a todos, seamos confinados o no. También a los diputados y senadores. Especialmente a ellos. De todas, es quizá la más importante y por la que pasará la victoria. Su respeto escrupuloso es el que permite la absorción por parte de nuestro sistema sanitario de los contagiados que pueden requerir ingreso. También es, de lejos, la virtud más complicada de cumplir. ¿La razón? Exige fe ciega en el mando. En una sociedad en la que, paradójicamente, existen más sancionados que contagiados se convierte en la clave para recordar que, sin ella, será imposible volver a un estado civil normal.

Compañerismo

Armonía y buena correspondencia entre ciudadanos. Es el test de estrés más importante que sufre nuestro Estado autonómico. Si el virus no conoce de ideologías tampoco lo hace de comunidades autónomas. La solidaridad y ayuda mutua se convierten en los principales exponentes de esta virtud, incluso sacrificando los intereses territoriales propios en beneficio del resto. Sí, también incluye dejarse ayudar, aunque la bandera que luzca en el brazo del uniforme del que te asiste no sea de tu agrado. Hay que ser mezquino e incluso penalmente responsable para negar la ayuda que puede salvar vidas a tus propios ciudadanos.

Ejemplaridad

Es la cualidad de una acción o conducta que puede inclinar a otros para que la imiten. Esta no es exclusiva de los líderes. Es más, encuentra ejemplos ciudadanos en su trabajo diario, en el escrupuloso cumplimiento del confinamiento y en la solidaridad y ayuda vecinal y familiar. Sus antónimos pasan por la depravación, lo escandaloso, imperfecto, indecente, injusto, inmoral o vulgar. Todos ellos constituyen los acelerantes perfectos para convertir la virtud en vicio y convertir el ejemplo en el principal de los defectos.

Honor

Es la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. Se atribuye a Alejandro Magno la frase "Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos". Seguramente se refería a la defensa que proporcionaba el escudo impertérrito del hoplita a su compañero. Independientemente de su autoría, la frase refleja una máxima castrense que implica la prevalencia del grupo frente al individuo. Su desnaturalización en la milicia pasa por la integración en una masa compacta, con un objetivo definido y preestablecido.

El honor es exactamente eso y, a diferencia del espíritu de sacrificio, sí es recompensado, pero con el paso del tiempo. En su segunda acepción premia la gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea.

Por supuesto que esto no es una guerra, pero todos los valores anteriores servirán para erradicar una pandemia que, al menos, deja el doble de víctimas que las producidas en Annual y suponen cinco veces más que los soldados que perecieron en combate en Cuba.

No, esto no es una guerra, ni el Ejército está en ella para aniquilar a nadie. Si lo está es para cumplir la primera de sus misiones, que es la defensa de España y los españoles. Esto es así pese a quien le pese y por mucho que haga honor a su apellido. Incluso si este respondiera al de una persona sin honor, perversa o despreciable.

(*) Analista geopolítico