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En la muerte de José Jiménez Lozano

Pocas personas han pensado y escrito tanto y tan bien sobre nuestra tierra como él

El pasado lunes falleció en Valladolid José Jiménez Lozano. Copiando el título de una de sus novelas, podríamos decir que ese día hubo Duelo en la Casa Grande. O quizás no, porque seguro que, en la Casa Grande, en las Alturas, se felicitaron por acoger ya, casi a los 90 años, a uno de los mejores pensadores y escritores que ha dado esta tierra, a un ejemplo literario y vital, a un espejo en el que mirarse en tiempos de vanidad, soberbia y primacía de lo huero.

Autor de 19 ensayos, 23 novelas, 13 libros de relatos, 9 de poemas y 7 diarios (y eso que empezó a escribir tarde), José Jiménez Lozano, Pepe, fue (duele escribir en pasado) un hombre culto, una auténtica enciclopedia, un intelectual de los que escasean y un gran conversador. Podías estar horas y horas de charla (casi todo lo hablaba él) sin temor al aburrimiento o a los tópicos, siempre aprendiendo, reviviendo anécdotas históricas, maravillándote de que aquel ser inquieto, con una mirada profunda, curiosa y escrutadora supiera tanto y lo contara con aquella profundidad y aquel tono divertido. Imposible no quedar enganchado en sus palabras, en los personajes que citaba, en sus reflexiones.

Y todo ello sin alharacas, sin buscar el reconocimiento, sin alardes, con la humildad y la sencillez como principales motores de una vida dedicada al estudio, a la lectura, a la escritura y a crecer para dentro, sin preocuparse de que se valoraran o no sus innegables méritos. Desde hacía 50 años vivía en Alcazarén, un pueblo vallisoletano cercano a Olmedo. Su padre trabajó allí y Pepe decidió quedarse, alejado del mundanal ruido, como escribió su admirado Fray Luis de León, a quien dedicó una formidable biografía. Iba y venía a Valladolid, sobre todo en sus tiempos de periodista en El Norte de Castilla, diario que llegó a dirigir, muy a su pesar, a principios de los 90. Le pudo más la lealtad al periódico que la convicción de que no valía para aquello, que le sobrepasaba. Estaba más a gusto en su casa, con los suyos, con Dora, su mujer, sus hijos Ángel, Javier y Jorge, su perro, su jardín, su impresionante biblioteca, sus paseos, sus contemplaciones de la naturaleza y su huida de las pompas y vanidades por las que otros se pelean a muerte. Alguien lo bautizó como el solitario de Alcazarén.

Jiménez Lozano fue siempre un espíritu libre, imposible de encasillar en corrientes o modas. Buscaba la luz, la vida y la verdad en lo auténtico, en lo normal. Una vez, en una encuesta de escritores, la preguntaron su ideología y dijo "jansenista". En otra ocasión, al calificarlo de escritor católico, respondió: "No existen los escritores católicos; si los sabré yo, que soy uno de ellos". Ese calificativo comenzó a ganárselo con sus crónicas, ya hondas, ya impactantes, sobre el Concilio Vaticano II, en sus "Cartas de un cristiano impaciente" y en su apoyo a las tesis reformistas de Juan XXIII, el Papa Bueno. Y durante toda su vida siguió profundizando en ese terreno y, desde una base ética, en las relaciones de la religión con la existencia y en la interconexión de creencias (judíos, moriscos, conversos) y formas de vida y en las vivencias de los heterodoxos, alejados tantas veces de la historia oficial e ,incluso, perseguidos y aniquilados. Su impactante "Los cementerios civiles y la heterodoxia española" es un canto a la tolerancia, una denuncia del fatalismo que llevó a tanta gente a ser enterrada, como apestados, en los "corralillos", lejos de tierra sacra.

Dada su gran formación clásica y sus vastos conocimientos, pudo recrear a personajes como San Juan de la Cruz ("El mudejarillo"), Santa Teresa, Cervantes (genial su "Las gallinas del licenciado"), Sara de Ur, Abraham, o escribir esa tierna delicia que es "El libro de los visitantes", una disponedora, un romano, un vigilante, cuatro reyes y otros personajes que se acercan al portal de Belén. Pero si tuviera que elegir un solo libro de Pepe me quedaría, sin duda, con ese prodigio que es la "Guía espiritual de Castilla", un fabuloso despliegue de sabiduría y reflexiones sobre la esencia de esta tierra. El mismo Jiménez Lozano lo cuenta: "En este libro, se ofrecen simplemente algunas claves y mediaciones para acercarse a las expresiones del arte o a la vida misma de nuestro pasado, que es "res nostra" con la que se une nuestra existencia de ahora mismo". Advierte también que la guía solo acompaña "un trecho o a ciertos lugares permitiendo luego que el lector ande por sí mismo el resto del camino y se dirija hacia donde la sensibilidad le lleve, por su propia cuenta". A través de 24 capítulos, con magníficas fotos del salmantino Miguel Martín, Pepe nos adentra en el mozárabe de San Baudelio, los beatos, la Tebaida berciana, el románico, el mudéjar, las juderías, los vestigios del islamismo, la luz y los rincones de las catedrales, el Sol y la Luna en las viejas iglesias visigodas.... Una Guía que tendría que ser leída en todas las bibliotecas y casas de esta tierra. Nos ayudaría a saber más y a ser mejores. Seguro.

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