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Ridículos en campaña electoral

El marketing basado en provocar la supuesta risa genera rechazo en el votante

La pelea por el voto en las campañas electorales hace sacar, a veces, a los candidatos lo peor de sí mismos, confundiendo el mensaje político con un sainete variopinto donde importa más el envoltorio que otra cosa. Lo estamos viendo estos días en nuestras ciudades y en no pocas comunidades autónomas en las que los políticos bailan sin gracia, se suben a un camión disfrazados de 'supermanes', interpretan canciones inventadas con letras infumables o protagonizan video clips vergonzosos. Es cierto que lograr notoriedad exige en ocasiones iniciativas arriesgadas, sobre todo si se trata de candidatos escasamente conocidos. Pero no todo vale, hay que evitar el ridículo y que al final el candidato acabe mostrándose ante el electorado como una persona sin ninguna autenticidad, porque a partir de ese mismo instante habrá dejado de ser creíble. Por ello entiendo cada vez menos ese laboratorio de marketing político basado en provocar la burla y la supuesta risa, cuando, al contrario de lo que piensan los ideólogos de los partidos, genera más bien el rechazo del público y una incontenida sensación de vergüenza ajena.

Dudo mucho que de esa forma un candidato vaya a conseguir más votos. Más bien lo que puede producir es el efecto contrario y que el elector, una vez ahogada la primera carcajada, sepa discernir el mensaje maniqueo que le quieren colocar envuelto en un sketch más cerca de lo dantesco que de lo cómico. Hacer campaña es algo más sutil que presentarse como lo que no eres, y el político habitualmente no es un bailador de jotas ni un cantante de concurso, por ejemplo; como tampoco es un adivino glamuroso en cuya bola de cristal solo aparece el apocalipsis si vencen los otros.

Cuanto más sean como son, más credibilidad trasladarán al conjunto de los ciudadanos, que, para sorpresa de muchos políticos, son absolutamente capaces de diferenciar entre lo falso y lo auténtico, entre la insolencia y lo inaudito. La estulticia que revelan muchos de los candidatos al erigirse en lo que no son convierte la política en algo burlesco en lugar de lo que es o, al menos, debería ser: un instrumento para desarrollar la legítima vocación de servicio público en beneficio del interés general.

Cuándo se darán cuenta de que la mejor estrategia de comunicación y marketing en campaña electoral es el contacto directo con la gente, siendo como uno es, porque en la cercanía y en la naturalidad está la virtud y quizá hasta el mismo voto. Sólo así se genera la necesaria confianza, esquivando además el ridículo que siempre te va a perseguir en la hemeroteca y en el archivo audiovisual a lo largo de los tiempos.

¿Por qué lo fácil, la sensatez y la normalidad son cualidades que desechamos tan a la ligera y, en cambio, optamos por lo artificial, perdiendo la compostura y el saber estar? Sin duda, se equivocan quienes así piensan y actúan.

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