Da verdadero pavor enterarse que la pobreza se cronifica en Zamora y que una organización de la Iglesia Católica del prestigio de Cáritas tiene que hacer frente a todos los problemas que emanan de ella cuando, en realidad, la pobreza es un problema de todos. Son ya muchos, demasiados, los años endosándole a Cáritas el enorme abanico de atenciones que presta a tantos, desgraciadamente, cada vez más sin que nos demos cuenta o a lo mejor sí, de que los excluidos, los marginados, los invisibilizados, lo son más cuando la sociedad les vuelve la espalda y pasa de ellos olímpicamente. Parece que molestaran.

A lo mejor tiene mucho que ver la mendicidad con mendacidad a la que se abonan algunos para tocar la fibra y sacar los cuartos al prójimo. Esos son unos pocos que están controlados. Los que en verdad pasan penurias han encontrado en Cáritas el bálsamo que les ayuda a sobrellevar el problema del paro cronificado, del hambre cronificada, del frío cronificado, de la permanente angustia cronificada de los que echan mano de Cáritas porque de otra forma no podrían subsistir. A lo mejor mi amigo Israel discrepa como tantas veces, con respecto a lo que aquí escribo. Seguro que antes de entrar a clase me dejará un recadito al respecto. Israel es de los que gusta negar que Cáritas es una organización de la Iglesia Católica que cumple con su misión y con lo que el Estado promete y no puede o no sabe cumplir.

Hay organizaciones que de no existir habría que inventarlas. Cada uno tiene la suya. La mía, no lo niego, es Cáritas, no de ahora, si no de siempre. Siendo como es una organización de la Iglesia Católica tiene para mí todas las garantías, por mucho que haya quien cuestione su servicio que pasa por ayudas a la vivienda, pago de facturas de la luz, agua e hipotecas, así como subsidios para alimentación o productos de primera necesidad en higiene y material para bebés. Si en Zamora no hay más desahucios es gracias a Cáritas. Cumple con su deber sin hacer ruido cuando en realidad bien podría.

Hay algo que me parece tremendo y en lo que Antonio Jesús Martín de Lera, delegado diocesano de Cáritas, también ha incidido: la soledad. En Zamora hay personas que están solas, solitariamente solas, que se mueren de soledad, que tienen a la soledad como compañera mañana, tarde y noche. La soledad es una enfermedad. Dicen que la soledad es patrimonio de la gente adulta. Algo de verdad debe tener cuando los más solos, los que más compañía necesitan son siempre los adultos. Dice el padre de mi vecina Maite, que la soledad es terrible e insoportable. Siempre que nos encontramos al entrar o salir del ascensor me lo recuerda, con los ojos vidriosos y la pena en los labios. Y eso que el padre de mi vecina Maite tiene a sus hijos y a sus nietos para mitigar la soledad.

Tiene que ser terrible no tener a nadie con quien compartirla. La soledad es para un ratito, mientras se lee, se escribe, se piensa y poco más. La soledad es una pésima compañera que a veces llega para quedarse. Lo malo es cuando no se la puede desterrar. La eterna búsqueda del ser humano es, precisamente, para romper su soledad. Sólo que a veces esa búsqueda es infructuosa. La sociedad zamorana tiene mucho que hacer al respecto para evitar que los solos se sientan marginados y eso que la labor de los voluntarios, especialmente los de Cáritas, en ese sentido es impecable.

Menos mal que, gracias a las campañas de Cáritas nos enteramos de la realidad, de lo que no se ve pero existe, de lo que no se cuenta pero cuya verdad es innegable.