La historia se repite año tras año sin apenas variaciones ni matices ni aportaciones novedosas u originales. Llega el otoño, y cual caída de la hoja, comienza el mambo presupuestario como fenómeno estacional. ¿Y en qué consiste tal mambo, que deja chicos a los del famoso Pérez Prado? Pues, en algo muy sencillo: los gobernantes se deshacen en elogios hacia su proyecto de presupuestos para el ejercicio venidero y la oposición arrea estopa como si ya no hubiera un mañana. Los primeros reiteran eso de "sociales, inversores, austeros, beneficiosos para los ciudadanos, etcétera, etc". Y los rivales afirman lo contrario: los presupuestos son antisociales, derrochadores, carentes de la inversión necesaria, dañinos para la gente, etcétera, etc. Y, oiga, ¿no hay término medio, algo en lo que coincidan ambos bandos? No. O al menos yo no lo he hallado en los muchos años que me dedico a estos menesteres periodísticos. Hurgando, hurgando en la memoria, quizás encuentre alguna excepción, alguna rara avis digna de figurar en un museo de la Historia de la Humanidad Española.

Lo curioso (o no tanto) del caso es que esos argumentos y calificativos (lo de sociales-antisociales, austeros-derrochadores y demás) se aplican según y cómo, son algo así como razonamientos cachondos de Groucho Marx: "Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros". Con la diferencia de que aquí los principios se aplican según esté uno en el gobierno o en los bancos de la oposición. Veamos ejemplos concretos:

1) El PSOE fue muy duro con Rajoy y nunca aprobó sus presupuestos. Ahora, Pedro Sánchez gobierna con las últimas cuentas de don Mariano y quizás se vea obligado a prorrogarlas porque no pueda sacar adelante las suyas. El PP fue muy crítico con los socialistas cuando estos se oponían a los presupuestos de Rajoy. Casado hace exactamente lo mismo, pero no se da por aludido si se le reprocha su postura. Siempre hay una justificación.

2) Cada vez que un gobierno se ve en dificultades para aprobar su proyecto presupuestario hace un llamamiento al consenso y se manifiesta dispuesto a ceder para alcanzar un acuerdo. Cuando estaba en la oposición, ese mismo partido decía y hacía justamente lo contrario. O sea, rechazar el pacto salvo que se aceptaran sus condiciones, muchas de ellas imposibles de asumir, por cuestiones ideológicas, por los gobernantes.

3) El asunto adquiere alma de casi esperpento cuando se desciende algunos escalones y llegamos al ámbito regional o municipal. Lo que un partido pide, verbigracia, en Palencia lo rechaza en Zamora; lo que está dispuesto a pactar en Valladolid lo niega en León. Y no importa que se dé de tortas con la estrategia nacional de la formación o con lo que sucede en Andalucía o Murcia. Cada uno hace la guerra por su cuenta. En este sentido, me vienen a la cabeza unas recientes declaraciones del alcalde Palencia, Alfonso Polanco (PP) que acusa a la oposición de cargarse un importante capítulo de inversiones en obras por no dar el sí a los presupuestos. El hombre se lamenta, pero ¿no son iguales los lamentos del regidor zamorano, Francisco Guarido (IU), por la postura del PP aquí?

Podríamos seguir otro ratito porque las contradicciones abundan más que los jabalíes en los maizales. Además, este año se han complicado las cosas con dos aspectos a tener en cuenta. Por una parte, no hay presupuestos del Estado, lo que significa que ya tenemos un chivo expiatorio a quien echarle la culpa de todo, especialmente desde las filas del PP y de Ciudadanos. Y los ingenuos nos preguntamos: ¿cómo va a haber presupuestos si ustedes no los apoyan? Y, claro, la Junta asegura que en Castilla y León no hay presupuestos porque no los hay en España. Entonces, ¿por qué los tiene ya Cantabria o es que Revilla los ha cambiado por anchoas y sobaos pasiegos? El PSOE de Castilla y León, obviamente, respalda las cuentas de Pedro Sánchez, pero no lo hará si las presenta la Junta.

Por otra parte, estamos en pleno periodo preelectoral con todo lo que ello significa, es decir búsqueda de votos utilizando cualquier método, incluso la manipulación, la mentira, la demagogia, la descalificación del adversario y al enemigo, ni agua. ¿Y qué mejor campo de batalla que los presupuestos para ejercer tamañas habilidades?

Y en esas estamos. Llevamos meses de mambo presupuestario. Y los que nos quedan. ¿De verdad piensan nuestros próceres en los ciudadanos cuando se meten en estos charcos que ellos mismos crean? Tengo mis dudas.