Eso le decía el otro día el Señor Argimiro al dueño del bareto donde gusta ir a tomar el aperitivo, aunque a él prefiera decir que va a "tomar un chato" con una tapa, como en los viejos tiempos. "A mí me tiene sin cuidado que el teniente de alcalde pueda ser promovido a diputado en el Congreso, porque no va a afectar en nada a mi vida. Nada en absoluto". Y se quedó esperando a que algún otro parroquiano hiciera algún comentario al respecto, mientras escarbaba con un palillo el intersticio que le había dejado el dentista entre dos implantes dentales, de a mil euros, que le había colocado un par de semanas antes. Hurgaba y hurgaba, sin éxito, intentando sacar un pequeño resto de la tapa de bacalao que le había servido antes el tabernero.

Pasaron unos cuantos segundos, que parecieron minutos, porque allí se cortaba el aire como cuando entra en el salón el matón de una película del oeste. Por fin, una señora que toma allí café todos los días para enterarse de los resultados de La Primitiva, le dijo que estaba de acuerdo con él, porque el hecho que un político fuera promovido a un puesto de superior categoría, no significaba que fuera a tomarse más en serio el servicio que iba a prestar a los ciudadanos. De hecho, puso algunos ejemplos para adornar su argumento. Dijo que una aspirante a alcaldesa había sido promovida a senadora, y que eso no había supuesto ninguna ventaja o ayuda para la ciudad. También sacó a relucir el caso de aquel presidente de la Diputación que había llegado a ser la mano derecha del presidente del gobierno del que tampoco se había notado que aportara ayuda alguna en lo que se refería a los múltiples problemas de la provincia.

El señor Secundino, situado al otro extremo de la barra, trabajador a tiempo parcial y jugón de la máquina tragaperras, no quiso olvidarse de aquel pluriempleado alcalde que además de primer edil, llegó a ser, a la vez, diputado en Cortes, presidente de la asociación de alcaldes, consejero de Caja España, y algún otro acomodo de cuyo nombre no llegaba a acordarse, que no solo no llegó a cambiar la ciudad, sino que, de resultas de lo cual, dejó un marrón de cinco millones de euros, en las arcas municipales, días antes de ir a ocupar otro de sus múltiples cargos. El maestro Don Hermógenes indicó que no cabía tampoco olvidarse de aquel otro insigne zamorano que llegó a ser el primer presidente de la comunidad autónoma, que no fue capaz de ubicar en Zamora ni una simple consejería, como hicieron, en su momento, los vascos con Vitoria, que era entonces la ciudad más atrasada y deprimida de Euskadi y que, merced a colocar allí el parlamento y el gobierno sufrió una espectacular transformación.

Don Emerenciano, recalcitrante republicano, en la actualidad retirado de una fábrica de automóviles, añadió que en los oscuros años de la dictadura se creía que el progreso iba a llegar a través de la democracia, aunque solo fuera por aquello de la solidaridad, la legalidad y la fraternidad. De manera que cuando en 1978 la Constitución fue aprobada, hizo votos porque la cosa llegara a funcionar, aunque luego no resultara así, al menos en aquella provincia, ya que el estado de las autonomías, que hubo que inventarse entonces, solo significó que el poder se trasladó de Madrid a Valladolid, apenas a unos cuantos kilómetros de distancia.

La señora Veneranda, antes lotera, y antes de lotera estanquera, añadió que era triste recordarlo, pero que los hechos de mayor relevancia, realizados en la capital, no habían llegado con la democracia, sino, anteriormente, con la dictadura. Así, en su momento, merced a la actuación de algunos paisanos que gozaban de poder en aquel régimen, entre los que se encontraba el falangista y abogado del estado Pinilla Turiño, se levantó el Hospital Clínico, que vino a sustituir a un decrépito hospital y se implantó una de las primeras Universidades Laborales con las que llegó a contar España. De la misma manera, cientos de paisanos consiguieron un empleo en Correos, merced a otro alto cargo, también falangista, llamado Rodríguez de Miguel que, por entonces, ejercía de director general.

El señor Facundo, del que se decía que era tan lascivo que le ponía ver a los romanos en minifalda en la famosa película "Quo Vadis", quiso dejar claro que el tándem andaluz González-Guerra había abierto al mundo las puertas de Andalucía, primero con el AVE Madrid-Sevilla y después con la Exposición Universal. Y que los catalanes de Puyol se habían llevado los Juegos Olímpicos, y con ellos la transformación de la ciudad de Barcelona. Y qué decir de las espectaculares inversiones realizadas en la autonomía valenciana. Pero que aquí, en esta provincia, apenas si había llegado el humo de la barbacoa, porque los asados se habían marchado a otras regiones.

De manera que el hecho que le dieran un cargo, de mayor o menor importancia, a un concejal no era más que una simple anécdota que solo serviría para su personal promoción, porque a la ciudad era algo que, desafortunadamente, le tenía sin cuidado, insistió Don Práxedes, que se explayó diciendo cuanto le pareció oportuno, aportando temperamento y maestría, para terminar rompiendo en pedazos el manifiesto que había leído minutos antes, pudiéndose observar que era una simple hoja en blanco por ambas caras.

El dueño del bar al que le gustaba decir que las discusiones debían ser hermenéuticas, nada de lo que escuchaba le parecía extraño, ya que estaba acostumbrado a sufrir de sabañones hasta en el mes de agosto. Unos y otros notaban que habían sido ancianos desde la más tierna infancia, y que las cosas que iban mal en Zamora no tenían nada que ver con el Tour de Francia.