Algo bueno ocurrió el lunes 13 de junio; parece que san Antonio velaba por este pueblo para que su día no transcurriera inútil total. El "debate a cuatro" gozó de una atención extraordinaria, no solo cuando se lo esperaba, sino -y eso es lo más importante- a lo largo de su transcurso. Las conversaciones posteriores así lo han declarado. Ahora, como ocurre siempre que hay una confrontación, todo son planteamientos y respuestas a la pregunta importante: ¿ ganó? La respuesta que debía esperarse por más correcta sería: "El pueblo español". Cuando se planea algo tan general, en lo que participan todos los contendientes, parece que el resultado legítimo es el bien de la generalidad. Lo que se refiere a los contendientes entre sí solo tiene una importancia muy particular para cada uno de ellos, tal vez con repercusiones en sus votantes; el resultado de la contienda debe redundar en beneficio de la nación en general.

Lo que los contendientes pretendían, según se ha admitido por todos los comentaristas, era ganar para su causa, traducida en votos, a una masa muy importante a la que las encuestas sitúan en ese espacio informe de los que, por el momento, no han manifestado su intención de voto; se trata de una masa tan importante que, seguramente, en su decisión final puede estar la victoria de un partido y la derrota de los restantes: si ese 30% largo de personas se decide en un sentido, no cabe duda de que el beneficiario de esa decisión sería el ganador. Lo que se comprobó y se deduce de los comentarios entre los entendidos es que ninguno se ganó claramente el voto de los indecisos. Yo siempre he creído que no son todos, ni mucho menos, "indecisos": lo que ocurre es que no expresan a nadie su decisión los que ya la han tomado incluso antes de que todo esto comenzara. Y, siendo así la realidad, serán pocos los que de verdad se pueden considerar "indecisos".

Nadie se decide, de una manera clara, por un ganador; todos los que se preocupan de juzgar la contienda que fue el debate a cuatro se dividen; y creo que solo coinciden la mayor parte en señalar a uno o dos de los que menos pudieron obtener aquello que pretendían. El único que, al parecer, mantuvo su posición fuerte fue el que acudió como defensor de la situación actual y aspirante a continuar otros cuatro años dirigiendo la marcha del Estado. Los restantes, también, parecen haber quedado como estaban, poco más o menos. Si esto es así, el debate -igual que se esperaba razonablemente- no sirvió para nada. Si bien se piensa, no cabía esperar otra cosa en esta campaña que, después de los cinco meses largos que hemos sufrido, se manifiesta innecesaria, atendiendo al sentido común y a una recta valoración. Este largo tiempo (no vacío, sino lleno de manifestaciones de los cuatro candidatos, a favor y en contra de todos ellos) es más que suficiente para conocerlos y sospechar fundadamente qué puede ofrecer cada uno al futuro del Estado. Si se aplica un criterio razonable y sabio -dentro de lo que cabe-, cada ciudadano puede saber qué se puede esperar de una gobernación llevada a cabo por los diferentes aspirantes a ocupar la Presidencia del Gobierno de España. ¿Para qué, pues, esta campaña electoral? Todo lo ocurrido después de aquellas inútiles elecciones generales de finales del año 2015 es más que suficiente para conocer a los cuatro líderes de los partidos políticos; y es innecesario todo lo que se arbitre para desentrañar la verdadera realidad. Incluso pueden trasladarnos el acontecer ordinario las alteraciones -en algunos casos importantes- que han sufrido las propuestas manifestadas por alguno de los contendientes; parece (pero ¿será eso la realidad?) que se han suavizado algunas posturas, que resultaban inaceptables por extremas. Eso ya lo hemos visto antes de estas fechas de campaña. Y, precisamente, esas nuevas manifestaciones hacen más innecesaria la redundancia en una campaña electoral. Luego, si la "campaña" es innecesaria, el "debate a cuatro" ideado como una parte importante de esa campaña, no será tampoco de una necesidad o utilidad relevante. Sirvió, eso sí, para que el pueblo se reuniera y -contra lo que ocurre en las campañas, donde cada cual oye a "su candidato"- escuchara lo que decían todos los candidatos y, también, lo que cada cual oponía a las afirmaciones de los contrarios. Ese puede ser el beneficio del debate que nos proporcionó la televisión el feliz día de san Antonio.