La noticia es reciente. En grandes titulares aparece en la portada de algún periódico de tirada nacional: "Liberados". Y debajo: "Fin del secuestro de los periodistas españoles que permanecían retenidos en Siria desde el pasado julio". La liberación no ha sido de manera espontánea, efectuada por sus retentores; ha sido el resultado de una laboriosa tarea llevada a cabo por instituciones españolas asistidas por auxiliadores extranjeros. Todo esto trae a la actualidad un problema que podría haberse debatido en múltiples ocasiones: ¿Debe admitirse un traslado voluntario a trabajar en países peligrosos por guerras intestinas?

No puedo entrar en el terreno propio de los miembros de las Fuerzas Armadas destacados en el extranjero en virtud de nuestra pertenencia a la OTAN. Y conste que tampoco la ausencia de estos compatriotas es aceptada unánimemente. El papel de las Fuerzas Armadas españolas -casi exclusivo de defensa, según la Constitución de 1978- debería estar limitado casi de manera absoluta al territorio nacional; o, a lo sumo, al ámbito del territorio de los países miembros de la OTAN. Sin embargo, compatriotas nuestros -unos militares y otros de otras profesiones (estos también en misión cuasi-militar)- pierden su vida en Afganistán o en países africanos, externos a la OTAN uno y otros. Por esta razón veo muy bien que sus cuerpos sean repatriados a España para que no sean privados de sepultura nacional: su misión humanitaria no debe suponer un supremo despojo de sepulcro español.

Los periodistas "de guerra" que han ido voluntariamente a países peligrosos no son funcionarios estatales encuadrados en el servicio oficial del Estado. Y así lo han entendido personas en nada ajenas al interés por la patria. Por eso me resultó de un proceder justo, hasta casi la exageración, la reacción de don Julio Anguita cuando su hijo murió en Irak como consecuencia de un tiroteo que protagonizaron las fuerzas de los Estados Unidos en aquel país. Al contrario de lo que ocurrió con otro periodista, que murió en su habitación del hotel, también por ataque norteamericano, don Julio se expresó, más o menos, con estas palabras: "Mi hijo fue a Irak voluntario; y, como tal, ha fallecido en aquel lugar afectado por la guerra". (Y nadie podrá tildar de no patriota a don Julio Anguita: Se trata de un hombre que, aparte de su dedicación a la profesión docente, en la que ha servido puntualmente al Estado, se ha dedicado a la política de manera tan arriesgada que, en más de una ocasión, tuvo su vida en peligro, por dos infartos, que yo sepa). Aunque duela a nuestra sensibilidad humana, la objetividad de la situación es tan desgarradora: quien voluntariamente va a un país cuajado de peligros, sabe a lo que se expone y lo acepta de antemano. Unos salen indemnes y otros son sorprendidos por el peligro pagándolo con su propia vida.

Los tres periodistas de la noticia del día 7 de mayo de 2016 no han pagado con la vida su atrevimiento, cuando se fueron voluntarios a Siria el año pasado. Solo (¡qué adverbio de poca cantidad ese "solo"!) han sido secuestrados; nada más han pagado con su libertad acompañada de la indecisión de su supervivencia. Pero ya es suficiente la pérdida de la libertad, aunque no estuviera abocada a un peligro mayor. Afortunadamente los esfuerzos que se hicieron para liberarlos han tenido un feliz resultado. Y esa fortuna parece que se extiende a que su liberación no ha supuesto pérdida de vidas de liberadores. No ocurre así, empero, en todos los casos. Todos tenemos en mente lo ocurrido en nuestro mismo país en más de un intento de salvar a montañeros que han arriesgado su vida para satisfacer su afición en condiciones desfavorables. No parece aceptable que pierdan la vida miembros de la Guardia Civil cuando se han dedicado a buscar y rescatar a quienes se arriesgaron en las montañas de la cordillera Cantábrica. Y ha ocurrido más de una vez. No es extraño que haya parecido bien, en algún momento, la decisión de algún país vecino cuyo gobierno o la Dirección General correspondiente han prohibido el intento de rescatar a osados ciudadanos que se arriesgaron alocadamente en una excursión por el mar. Sabían a lo que se exponían y no parece justo que su capricho pudiera suponer el orfanato de seres inocentes. ¿No podremos pensar lo mismo de los españoles que voluntariamente van a países peligrosos por una guerra miserable?