Las balas hacen más ruido y la sangre genera más espanto, pero casi cualquier atentado terrorista es alcanzado en gravedad y trascendencia simbólica por los acontecimientos de la Nochevieja de esta vieja Europa culta, civilizada y adormecida. Empezamos a conocer lo ocurrido en Colonia pero rápidamente se ha extendido por el resto de Alemania y por otros países del centro y norte de Europa un reguero de denuncias.

Europa entera se escandalizó con toda la razón con la patada de la periodista al refugiado que llevando a su hijo de la mano corría hacia la paz y la libertad huyendo de la barbarie y el genocidio del Estado Islámico sirio. Todos deberíamos habernos escandalizado y haber llorado más aún ante la fotografía del cuerpo del pequeño Aylan, ya inerte a sus tres años, con la cara semienterrada en un rincón de la costa turca que no fue playa sino sepultura para él y demasiados otros.

Ser civilizados supone disfrutar de aquello por lo que otros a lo largo de los siglos han luchado y han construido. También supone ser conscientes del privilegio que supone vivir sin hambre, sin violencia generalizada, con lujos y comodidades, con alimento para el espíritu en forma de cultura, ocio o deporte.

Debemos trabajar para que otros también puedan alcanzar estas cotas de civilización en sus sociedades, ayudarles a luchar contra las tiranías y también abrir los brazos para acoger a quienes no tienen otra posibilidad de supervivencia o libertad. Pero también ser inflexibles para que nadie a quien acojamos convierta la agresión a nuestro modelo de convivencia o a nuestros ciudadanos en su modo de actuación.

La actuación no ha sido aislada sino coordinada por cientos -se habla de miles- de individuos y se ha centrado en un objetivo concreto, la mujer, con agresiones fundamentalmente de índole sexual, precisamente el campo en el que la enferma mentalidad del radicalismo islámico más frontalmente choca con nuestra civilización.

Conviene que Europa aplique con máxima dureza la ley y que sepan los inductores y los ejecutores de estos actos que no caben entre nosotros si no se adaptan rápida y sinceramente a nuestro modo de vida. Que aquí cada mujer vale lo mismo que cada hombre y quien no acepte eso está sobrando dentro de nuestras fronteras. A la vez, sorprende que en línea con cierta absurda corrección política, las autoridades alemanas hayan tardado varios días en facilitar el significativo dato de que los agresores denunciados responden todos a un mismo perfil.

La agresión producida contiene no pocos elementos identificativos del peor terrorismo y obliga a que los estados europeos se pongan en guardia y los ciudadanos elevemos nuestro nivel de exigencia ética sin caer en los riesgos de la intolerancia. Reforcemos a la vez nuestro compromiso de convivencia amparado por la defensa sin fisuras del avance que nuestra civilización ha consolidado tras no pocos esfuerzos, convulsiones sociales y vidas y sufrimientos.

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