Deseo manifestar que el presente escrito es conocido y aceptado por diversas personas de distintas ideas y pensamientos, eso sí, con una profunda convicción democrática. Nos une el afecto por nuestra tierra y por nuestro país, de donde una parte muy importante es Cataluña.

Nos dirigimos a los catalanes, independentistas o no, con todo el respeto, para pediros que, como en tantas otras ocasiones y ante próximos acontecimientos, hagáis alarde de vuestro seny, de vuestra capacidad de reflexionar y no adoptéis nunca decisiones que no tengan vuelta atrás y nos conduzcan a todos -incluso a quienes no participamos directamente en esas elecciones- a un futuro, como mínimo, incierto, con daños para todos. Queremos, simplemente, con esa reflexión, que aunque a lo largo de cientos de años de nuestra historia -muchos más que los que hemos formado parte de un Estado- los pueblos de estas tierras -que los colonizadores romanos bautizaron con el nombre de Hispania, hace ya más de dos mil años- es evidente que tenemos muchas más cosas en común y que nos unen, que las que puedan separarnos.

Hispania, España, Sefarad, Espanya... es algo distinto y mucho más que el Estado Español. Es una realidad plural cuyos pueblos, que a lo largo de siglos -incluso cuando formaban parte de reinos distintos, e incluso enfrentados entre sí- hemos tenido proyectos en común desde los que proyectarnos en esa realidad más amplia, de la que también nos sentimos miembros, que es Europa y América.

Aunque todos y cada uno de nosotros nos hemos sentido -y nos sentimos- orgullosos de ser, por ejemplo, aragoneses, andaluces, castellanos, leoneses, catalanes, gallegos o vascos, en Europa, ya a finales de la Edad Media, y sobre todo en el Renacimiento, cuando no había reyes de España, sino una simple unión personal o una Corona Hispánica, que abarcaba también otros territorios patrimoniales de sus monarcas, éramos ya conocidos como españoles. Nuestra diversidad -incluso lingüística y cultural- no ha estado reñida con una identidad más amplia, desde la cual hemos querido hacer una aportación conjunta al desarrollo de la civilización.

Lo que representa, por ejemplo, la obra de Iñigo de Loiola y la de Teresa de Ávila, no es vasco y castellano, respectivamente, sino español. Ni Tirant lo Blanc y el Quijote, alfa y omega de las novelas de caballería, son valenciana y manchega. Ni puede afirmarse que la pintura de Velázquez, con esos cielos madrileños, es andaluza, y la de Picasso, catalana, olvidando sus orígenes malagueños. Tampoco cabe considerar que sea vasco, y no salmantino, el pensamiento de ese gran bilbaíno que fue Miguel de Unamuno. ¿Y Antonio Machado y su poesía? ¿Son andaluces esos Campos de Castilla?

En otro orden de cosas, acaso, cuando en estas tierras se ha masticado la tragedia, junto a la heroicidad ¿estuvo solo o en uno solo de los bandos, un pueblo de nuestras Españas? Esa guerra del francés, que nosotros preferimos llamar Guerra de la Independencia, registró páginas gloriosas en la Puerta del Sol de Madrid, ante la Puerta del Carmen de Zaragoza y en las montañas del Bruc. Nacida en Girona era la condesa de Bureta, heroína de los Sitios de Zaragoza, y Villarroel, el jefe militar que resultó gravemente herido defendiendo Barcelona, frente a los ejércitos del Borbón, aunque barcelonés de nacimiento descendía de familia gallega y era castellano parlante. La resistencia heroica de Madrid, durante cerca de treinta meses, desde 1936 a 1939, ¿no fue considerada, acaso, por tantos españoles como ejemplo de la lucha de todos para impedir el triunfo de los generales franquistas y africanistas? ¿No es cierto que entonces, como se podía leer en un cartel, que Defensar Madrid és defensar Catalunya? Sean los historiadores los que profundicen, como lo vienen haciendo, en ofrecer luz donde se está sembrando confusión.

Mientras escribo estas líneas tengo en la memoria a tantos amigos y familias catalanas con las que hemos compartido, aquí y allí, lo mejor de nuestra vida de anhelos e ilusiones por construir una Castilla y León, una Cataluña y en definitiva una España en paz, democrática, moderna, para que nuestros hijos vivieran y compartieran fraternalmente el futuro, sin tener que hacer un Erasmus para encontrarse. Somos conscientes de que uno de nuestros problemas actuales es la falta de un proyecto sobre todo de un liderazgo ilusionante para todos los españoles, una vez agotado el que supuso la recuperación de las libertades y la integración en Europa, en el último cuarto del pasado siglo. Que los mayores responsables gubernamentales, señores Rajoy y Mas, no han estado a la altura de su condición de hombres de Estado ensombreciendo sus carencias y responsabilidades y que junto a Aznar (¿se acuerdan de "hablar catalán en la intimidad", o de "Pujol enano habla en castellano"?) han "fabricado" más independentistas que en toda la democracia.

Tenemos que construir sobre lo ya construido un nuevo proyecto entre todos. No tratar de buscarnos cada uno el nuestro. Y en esa elaboración de un proyecto común son necesarios los catalanes y el resto de los españoles.

Creemos que algunas cosas han tenido que hacerse mal en estos últimos años como para llegar a donde hemos llegado. Es hora de que en el conjunto de España decidamos, todos, entablar conversaciones democráticas y tratar propuestas más constructivas que la estricta y atroz "desconexión" que no solo sería de España, también de Europa, que solo produciría desgarro interno en la sociedad catalana.

Esta es mi opinión y la de muchos castellanos y leoneses. Permitidme que acabe con la expresión que encabeza esta carta:

Pensamos, como muchos británicos, con ocasión del referéndum escocés, que es Better, together. Juntos, mejor.