Calle de San Andrés 3, sala Espacio 36, en la que Bartolomé se refocila, nunca mejor dicho, en el sentido de entretenerse, deleitarse, regocijarse y solazarse. Vive los temas con tranquilidad, juega fácilmente con sus arquitecturas y nos mete una gama muy interesante de colores por los ojos con la intensidad de quien lo vive íntimamente. Naranjas, violetas, ocres, parecen colores definitivos si se ven desde la óptica simplona de quien debe cuidarse los ojos. Sigue Alfonso buscando verdades en los cuadros y en los dibujos, en el color sublime, en el arte sin más, como una aspiración risueña del alma de un gran artista, poco valorado en su tierra (como pasa a todos los grandes).

Nos ha acostumbrado a lo largo de sus años Bartolomé a una cierta rigidez y excesivo perfil en sus obras, que son por ello muy personales. Un cierto asomo paisajístico se vislumbra con insistencia díscola, descubriendo rincones, ángulos, sorpresas en las fachadas y las lejanías cuando aparecen. Hay críticos que a esto llaman encanto, con soluciones sencillas para todo lo que aparentemente resultaría complicadísimo. Detalles, matices inesperados, trabajo y tiempo, mucho tiempo para conseguir lo que nos enseña. Recorre sus senderos sin aceleración y nos los ofrece vírgenes para nuestra delectación ciudadana comprensiva hacia la labor ingrata siempre del artista a través de su tiempo, pero que llega lejos jugando con luz y sombras. Alguna que otra cara conocida nos sorprende definitivamente en esta exposición.

La desenfadada naturalidad de Alfonso en su trato se traslada vivencialmente a sus obras; dicho fácilmente, es un artista este Bartolomé muy nuestro, de esta tierra, de esta época del siglo XX y XXI, con una fuerte personalidad propia zamorana. oca con rotundidad cualquier tema desde el más vibrante hasta el más sencillo, con motivos religiosos medievales, o de atisbos medievales, con artesanías varias, casas con fachadas peculiares de Sanabria o del duro Aliste, detalles de interioridades rurales, objetos sencillos una vez olvidados. Y todo desde el sentimiento más agradecido a su tierra porque Alfonso Bartolomé hace gala de corazón grande y sano. La sabiduría de lo de todos los días, de lo vivido por todos y cada uno. Y en el fondo el silencioso pasar de Zamora y Castilla en la historia.