En esta mañana de san Blas, nubosa y con chispeos de agua-nieve, en Santa María, al besar la Reliquia del Santo y con la emoción que causan los recuerdos, he vuelto a sentir el peso de los años y, sin dejar de lado mi realidad física de viejo, he vuelto a la evocación de las vivencias juveniles en aquellos tiempos de intenso frío y privaciones que hoy vislumbro, a pesar de todo los dramas e inconvenientes vividos, con morriña y con pena, ante el olvido de aquella realidad que hoy se desconoce y se obvia.

Volviendo a nuestras tradiciones perdidas, aun recordamos que de estos tres días primeros de febrerillo el loco, dice el viejo refrán: "El primero brigidero, el segundo candelero y el tercero blasero o gargantero" que también se decía, y eran días de feria y, sin menos preciar las de septiembre, las más grandes y famosas: Las Ferias de las Candelas.

El Ferial se llenaba de bueyes y vacas, el ganado vacuno con el caballar, que ocupaba su sitio tradicional de la plaza San Martín, eran los intercambios importantes en aquellas ferias invernales en las que nunca faltó el protagonismo del frio. Todo era consecuencia de que en estos tiempos de la candelaria se desechaban los animales que, superada la sementera, debían de ser sustituidos por los nuevos que había que domar y enseñar a trabajar; porque en aquellos tiempos, de arados romanos y sistemas primitivos de tracción animal y humana, los tractores eran un sueño en la cabeza de los inventores de artilugios y las máquinas de sangre caliente y cuatro patas que ya no servían, se cambiaban por otras nuevas con las que había que trabajar con tenacidad y dureza durante años.

Lo cierto es que el trabajo en el campo exigía un esfuerzo muy duro, con unas circunstancias de reciedumbre, tenacidad y fuerza que debilitaban a los trabajadores, hasta el extremo que con cincuenta años los hombres eran verdaderos ancianos; por eso, en este medio laboral, trabajadores y animales de trabajo acababan pronto la vida activa: cómo han cambiado las labores del campo desde que los animales prácticamente han desaparecido.

La costumbre, en estos días de carámbanos y pinganillos de hielo colgando de aleros y balconadas, en el día específico de San Blas, era seguir la arcaica tradición benaventana de un evento de efecto sanador: besar la Reliquia del santo, pidiéndole la protección contra los males de la garganta. La reliquia se ofrecía, después de los cultos diarios por el párroco oficiante, D. Eustaquio, a una multitud de fieles que acudían de otras parroquias expresamente al acto, para su veneración.

También, para mí, harto ya del largo y frío invierno, era el día de mirar, con esperanza y un deseo inquieto, la torre de San Nicolás, para verificar la llegada de las cigüeñas, por aquello que se decía de: "Por san Blas la cigüeña verás y si no la vieres año de nieves". Entendía que de su venida o ausencia migratoria, dependía el cómo y hasta cuándo seguiría el tiempo invernal; las cigüeñas y las golondrinas eran el anuncio de la anhelada primavera.

Esta mañana, nuestro párroco don Gildo, no ha podido contar ni una docena de fieles y todos muy mayores. Dicen que las buenas costumbres hacen leyes; en Benavente, con el olvido de tantas buenas costumbres y tanto forastero advenedizo, no se puede augurar un buen final. Qué será de nosotros con alcaldables foráneos, personajes que solo les atraen el mando y los euros que apareja su disfrute, y no saben ni de nuestro pasado más reciente ni de nuestra manera de vivir, ¿adónde nos llevarán?