está hoy la oposición en su papel de poner todos los peros imaginables al Gobierno, aunque hay quien duda que lo haga bien. La izquierda española, que está como gato escaldado, no se fía en absoluto casi de nada que no haya elaborado ella misma. Y así nos va a todos, a ellos y a nosotros.

Habrá que ponerse en su lugar para poder entender bien sus razones. Alguien ha querido hacer de ella unos zorros de los de quitar el polvo y en vez de tratarla como personaje de problema político ha terminado por hacerla una mera cuestión de orden público, parecido a lo de la violencia en el fútbol.

La izquierda, por su lado, ha cometido errores de bulto significativos. Sus planteamientos clasistas a veces, su tremenda afición a lo utópico y, en definitiva, su maximalismo, le han enajenado la adhesión y la simpatía de sectores amplios del país. Por todo ello, sería deseable en las circunstancias actuales que no cometiera las mismas torpezas de otras veces en la historia. Los miembros de la siempre zurradísima clase media española no han encontrado nunca el camino nada fácil ni sencillo para poder enrolarse en las afiliaciones izquierdistas, casi siempre por la intolerancia de los partidos de izquierda en materia religiosa y de costumbres, y también por su exaltación constante a veces de la violencia como única forma posible de trasformar el orden social existente. Muchos hombres y mujeres, notables y con finura por su cultura, por inteligencia y de apacibles y serenas maneras, han militado siempre en partidos de izquierdas; pero la historia nos ha dicho y hemos visto la rapidez y contundencia con que fueron rebasados y dejados a un lado, cuando no separados, por los más energúmenos y radicales. De lo que la izquierda es capaz de hacer en este país, tan profundamente aburrido de una derecha resistente a todo cambio en lo social principalmente, lo vemos casi a diario en los fugaces espacios televisivos en donde unos listillos en busca de estipendios se pasan de la raya cada vez que abren la boca.

No es que cierta clase de ciudadanos de España pretenda, para verse felices o satisfechos, tener unos jefes políticos que siempre se expresen como si esto fueran unos juegos florales de los de antaño. No; es que desean una clase política sincera, consciente, responsable y moderada, que les pueda garantizar libertad y autoridad en una sola mano, o un solo bloque, porque creen ver que ambos valores contendientes, Gobierno y oposición, andan ahora disociados y lo que promete cada uno de ellos es a costa de que merme en su ideología el otro. La mayoría básica de este país, no nos engañemos, currante o en paro, no desea una situación de autoridad con merma de libertad, ni un estado de libertad con menoscabo de la autoridad; quieren, queremos, que se den las dos opciones juntas y en toda su plenitud. Ahora bien, si detrás de Rajoy, tan moderado y prudente, nos va a quedar un panorama de puños cerrados en alto y de afirmaciones clasistas con matices pasados de moda y ya superados en la historia, o con histrionismos venezolanos, eso será otro tema, tema que por cierto no es de chicha y nabo, o baladí, que los amigos socialistas y de izquierdas que conocemos deberían estudiar a la luz de las experiencias históricas conocidas.

Aquí y ahora somos necesarios todos y este país no puede permitirse el lujo de ignorar a nadie que quiera participar en estos asuntos.