La personas mayores, los ancianos, los que sesteamos en la jubilación desde una situación que se estima de abandonos y comodidad, nos enterarnos de golpe que el júbilo no consiste en dejar de trabajar, y evidenciamos que la aparente falta de responsabilidades sociales nos induce, en sí misma, a una aceleración hacia el lugar sin retorno de la senectud más profunda, aunque con el conocimiento de las circunstancias vividas y experimentadas que graban de manera indeleble las respuestas a problemas suscitados en el pasado y que se mantienen expectantes a pesar de los olvidos por el reconocido destrozo cerebral. Personalmente he contrastado la importancia en la vida del trabajo responsable; es algo que se observa en la longevidad de las mujeres que, comprometidas con la familia, trabajan hasta el límite de sus fuerzas. Pero, sin embargo, hay que admitir la conocida facultad, de la llamada tercera edad, para los recuerdos de los tiempos de la juventud que constantemente se rememoran; de ahí, las batallitas del abuelo que cansan por repetidas a los nietos ya mayores.

Lo cierto es que en estas edades de evocaciones espontáneas y sinceras, aun sin querer, se impone la comparación entre los tiempos pasados y lo actual; es una constante que objetivamente nos lleva a declarar que en el pasado hubo cosas muy buenas que hoy día se desprecian y no podemos hacer que se consideren porque, para esta sociedad extraviada, los viejos no cuentan ni entienden la modernidad. Hoy, aparte de algún caso raro, todos entendemos que nadie, en su sano juicio, puede declarar que el pasado fue mejor ni que hubiera menos barbaridades, pero se han destruido virtudes sociales de convivencia que otrora determinaron y compusieron una sociedad más fraterna, y, sin razones e intereses políticos mal entendidos, han roto caminos de convivencia y lazos de hermandad.

En estos tiempos, estamos manipulados y gobernados por instituciones sectarias que se definen como partido político y entienden mucho de partir y repartirse el erario público y que, realmente, son simples grupos de intereses sectarios y abyectos que contra todo derecho y justicia, en alarde de sin razón, ejercitan una praxis política sin consideración al Imperio de la Ley y en un difunto Estado de Derecho.

Para comprobar esta situación no hay que salir de Benavente, basta comparar tiempos pasados con la actualidad, aquí se procuró y se consiguió que nadie se sintiera forastero, ahora depende de la adscripción política del foráneo que, por experiencias repetidas, sabemos que si no es de la progresía, se monta el cirio.

Estas situaciones sectarias la manifestaron los personajes de sainete con ínfulas de sabihondos del grupúsculo de eurodiputados de IU en el Parlamento Europeo ante la presencia de su santidad el papa Francisco; que fue invitado, por la institución parlamentaria, para hablar de lo que habla y defiende la iglesia a pesar de los errores que arrastra: los Derechos Humanos.

Está comprobado que donde no hay no se puede sacar nada; los gerifaltes de podemos, ante esta competencia con poca o ninguna información y el D. Pedro, viven en una nube de egolatría permanente que obnubila a la masa de seguidores a medio fermentar.