Fueron Aliste y Alba tierra de misiones y misioneros, hombres y mujeres que muchas veces, incluso de niños, dejaron sus hogares para iniciar un camino que les llevaría a dedicar su vida, en cuerpo y alma a los más desfavorecidos de la tierra, a evangelizar lugares donde incluso a la fe y a su Dios les hubiese costado abrirse camino y sobrevivir si el apoyo, aliento y tesón de alistanos y albarinos, hombres y mujeres transmitiendo la palabra de Dios y la de su madre María, enseñando y compartiendo rezos, tirando de azadón y pala para abrir pozos y sembrar huertas, que las plegarias alivian el alma y la santidad, el pan y el agua sacian la sed y el hambre en el largo y duro trecho hasta ella. Son los alistanos y albarinos hijos de la historia que les cultivó su pertenencia a Compostela, labradores de ilusiones a la vera de La Luz, Fátima, La Riberiña y como no su amada Virgen de la Salud. Gentes de bien que predican con el ejemplo, para los que la solidaridad no es una meta sino el camino que hace florecer la hermandad y la convivencia, la del campesino, que mira al Cielo y cree en Dios sin olvidarse de labrar su tierra, que no sólo de milagros vive el hombre. Después de una vida larga llena de sudores y trabajos nuestras gentes se van a recorrer la tierra, a conocer mundo y a dar a conocer Aliste y Alba. Sabios ellos que saben que la mejor cosecha es para el que labra la tierra desde el amanecer de la vida hasta la anochecida de su existencia donde Dios es juez pero los hechos de cada cual son quienes juzgan y dictan sentencia.