Hace ya una serie de años que viene funcionando en España una especie de organismo oficioso o casi destinado al estudio y su puesta en práctica de los horarios nacionales para su adecuación al resto de los horarios europeos en sus usos y costumbres cotidianos, desde los aspectos laborales a los del ocio. Ni que decir tiene que nada se ha conseguido hasta la fecha y que en el país, sea en la región que sea, se sigue comiendo a las tres de la tarde, trabajando hasta las ocho o las nueve de la noche y viendo la televisión hasta las dos de la madrugada, dejando apenas tiempo para dormir. Las horas de sol, la alegría de vivir y todo lo demás tan tópico y tan típico. Como si la vecina Portugal, o Italia o Grecia, no fuesen tan soleadas y se ciñesen, sin embargo, a horarios europeos, más racionales y lógicos.

Pero aquí somos diferentes, ya se sabe. Lo raro es que esta Europa que todo lo controla permita que España se aferre a una forma de vivir tan distinta. Los de ese organismo o comisión se basan en una premisa elemental al respecto: la de destinar ocho horas para dormir, ocho para trabajar y otras ocho para todo lo demás. Aquí, según los datos, se trabaja más que en la mayoría de los otros países, y sin embargo se rinde menos y la producción es menor y peor. Al parecer, y según se cuenta, no siempre fue así pues la España menesterosa de la República, e incluso antes, vivía con arreglo a esos horarios casi universales que se mantienen y que en nuestro país fueron degenerando hasta llegar a los caóticos de ahora mismo. La situación social de la posguerra, en los años cuarenta, se percibe como una de las causas de ese radical cambio en las costumbres. Las familias eran numerosas, las mujeres no trabajaban, los hombres tenían que pluriemplearse para sostener el hogar y la conclusión era un arrastre de los horarios que fue instituyéndose como uso cotidiano hasta la fecha.

Muy difícil la labor de esta bien intencionada organización que sólo han conseguido, de hecho, buenos deseos y buenas palabras. Tal vez porque quien tiene el poder decisorio para hacer cambiar las costumbres de la población nunca se ha tomado demasiado en serio este asunto, que sin embargo puede tener tanta repercusión en la calidad de vida de las personas como en la situación económica del país. Ha sido el Gobierno del País Vasco el que ha anunciado que está dispuesto a dar oficialmente los primeros pasos para que la forma de vivir en aquella tierra se vaya adecuando progresivamente al modo habitual en el resto de Europa: empezar a trabajar a las ocho o nueve de la mañana, disponer de un tiempo limitado para una comida ligera, y cerrar todo a las cinco o las seis de la tarde, como mucho. Y después todos a casa, a la cena familiar, con los programas-estrella de la televisión a las nueve de la noche. Cuesta trabajo imaginar eso en España, sobre todo en los meses de julio y agosto. Pero aquí al lado en Portugal, a las siete de la tarde poca gente se ve ya por la calle. Otra cosa es que, en todas partes, luego haya una intensa vida nocturna para quienes lo deseen. Patronales y sindicatos tendrían que dar el ejemplo y las empresas de televisión cooperar con el adelanto del «prime-time». Claro que puede que no sea el momento más oportuno.