Hoy celebramos los periodistas la festividad de nuestro patrón San Francisco de Sales. ¿De dónde el patronato del batallador obispo de Ginebra ? Este destacó como un intelectual con gusto por el estudio y la acción. Doctor de la pluma y la palabra quiso y pudo escribir de todo; el Padre Llanos se maliciaba que por ego fue elegido por los periodistas que, por ambición y oficio, se atreven con todos los temas. Acaso el patronato presente un aspecto más definido y actual: Francisco de Sales fue polemista de vocación e indeclinable ejercicio; la polémica es hoy el banco de pruebas que place al periodista; no son pocos los profesionales que prefieren el popular debate público al editorial reposado y anónimo. Al patrón de los periodistas, sabio en disciplinas difíciles, le tiraba la discusión como si el cuerpo le pidiera estar en tensión constante; es probable, según apunta algún biógrafo, que muriera de alguna enfermedad hepática. Enérgico apologista, gastó tinta y saliva en defender la verdad en el feudo de los calvinistas y dedicó libros y sermones a la controversia con todo aquel que se desmandara. Gracias a su carácter de inagotable energía y ancha bondad, nunca blandenguería, merece ser considerado polemista modélico, firme en la argumentación y caritativo en el trato.

El fin de toda discusión seria y civilizada consiste en convencer al oponente, sin humillarlo como se advierte

en debates televisivos al uso y en las contumeliosas peloteras de cada día entre políticos. Repiten hasta la saciedad los mismos argumentos inanes porque, según parece, no tienen otros y dedican todo su afán a desprestigiar al contrario con acusaciones infundadas cuando no ciertamente calumniosas. El sabio decía temer al lector de un solo libro; el hombre contumaz en un solo insulto como arma arrojadiza, pronto será considerado inerme: en cuanto se descubra la falsedad de la ofensiva palabra. No puede haber polémica seria y resolutiva cuando se niegan los hechos que se discuten. Negar es el sistema; afirmar que todo es mentira; peperos y socialistas se acusan mutuamente de mentir; si los creyéramos, necesariamente llegaríamos a la conclusión de que todos engañan y que la política no tiene otra base que la mentira. El presidente Zapatero en declaraciones pronto famosas ha reconocido que no dijo verdad al negar en el Parlamento la existencia de algunas conversaciones con ETA después del criminal atentado de Barajas; es más que probable que le asistieran algunas razones para callar pero no había ningún derecho a llamar mentirosos a los que preguntaban en uso de sus prerrogativas y obligaciones parlamentarias. El tiempo y otras circunstancias han puesto las cosas en su sitio. En todo caso hay que tener en cuenta como disculpa que San Francisco de Sales, defensor acérrimo de la verdad, no tiene encomendado el patrocinio sobre los políticos.

En aras de la independencia de juicio el patrón de los periodistas descalifica a "quien es esclavo de los favores de la corte y la influencia de palacio". Parece prevenir de la polémica mercenaria "a favor del Delfín"; en este punto conviene recordar que la mujer del César no sólo estaba obligada a ser honesta sino también a parecerlo; porque a veces la fama le debe tanto a las apariencias como a la misma virtud. La irreductible contienda de los políticos se manifiesta con parecida o más acusada acritud en las polémicas mediáticas, los polemistas más asiduos unas veces aparentan ser inspiradores del discurso de los políticos, y otras, portavoces amplificadores de los productos del taller de pensamiento del partido, más o menos lúcidos y falsamente ingeniosos. Los del micrófono profesional y algunos de columna periodística fija los repiten una y otra vez, permitiéndose leves variaciones como si obedecieran a una consigna terminante. Es muy probable que no sean tantos como dicen lenguas maledicentes; pero se hacen notar. Era muy distinto el estilo del duro y enérgico polemista Francisco de Sales; allá cada maestrillo con su librillo. En cierta ocasión el cronista Sainz de Robles me entregó una nota autobiográfica para su publicación; contaba que siendo seminarista en San Dámaso, llegó a sentir el "don de lágrimas", a1 recordarle que San Francisco de Sales consideraba ese don como un truco de Satanás, decidió no rezarle nunca más: "Yo, argumentó, conozco mejor que otro cualquiera la verdad de mis lágrimas".