Comienzo a tener mis dudas. El mundo rural, ese mundo agrícola y ganadero bajo las formas más primitivas según las comarcas, y al que iban llegando lentamente las aportaciones del desarrollo industrial, era en gran parte el que aportaba al medio urbano de manera regular y constante un tanto por ciento elevado de población, que huía del campo por falta de ambiente y por la imposibilidad de expansión de aquel mundo encorsetado por las limitaciones de la tierra y la falta de espacio vital.

Pasada la conmoción de la década de los años 30 del pasado siglo, se inicia una especie de puesta a punto, de actualización del llamado mundo rural. El régimen inicia un programa de culturización, a la vez que se tocan otros aspectos como la higiene, y principalmente una serie de cuestiones domésticas principalmente respecto a la mujer, a la vez que se recogían aspectos folclóricos, desde la indumentaria hasta todo lo popular, desde romances a fiestas. Esa labor, que en nuestra provincia llevó con toda dignidad y categoría la Sección Femenina, hizo posible recuperar y conservar infinidad de aspectos, de los que hoy presumimos y disfrutamos. Pasada la década de los cuarenta, en la siguiente se inicia por parte del Ministerio de Educación una campaña de alfabetización de ese mundo rural y la construcción de escuelas y casas para los maestros, incluidas muchas casas para el médico, labor muy clara, definida y eficaz. Pero la técnica y los grandes cambios sociales estaban comenzando a minar las bases de ese mundo rural y medio siglo más tarde aquellas escuelas y casas para los maestros han desaparecido. Se han hundido o se han trasformado en esta segunda etapa en centros sociales.

El mundo rural ha muerto, tal como estaba concebido y tal como se le trataba desde los distintos departamentos de la Administración. Hoy hay unidades de explotación de distintas categorías, intensidades y especies. Sólo quedan esa inmensa cantidad de núcleos rurales a los que yo llamaría "Centros de fin de semana", y eso para la primera generación aún con lazos afectivos al lugar, pero aún ese cambio no será muy extenso ni posiblemente duradero. Nada más hay que repasar como ejemplo esas célebres publicaciones a partir de la segunda mitad del siglo XIX para darnos cuenta de los núcleos de población que han quedado convertidos en dehesas o en simples nombres vinculados a otros núcleos cercanos por los que fueron absorbidos. Roales, por ejemplo, aquí bien cerca, es el resultado de la fusión de Villanueva de Roales y Roales. Así podemos encontrarnos con cerca de medio centenar en nuestra provincia y repasemos los censos del 2000 para ver cuántas décadas de vida le quedan a determinados núcleos.

El mundo rural, ese mundo de fin de semana, sigue siendo, cada vez menos, base de salida de población que se ve obligada a marcar. La política de fijación de población es además de negativa un absurdo cuando la sociedad camina ya claramente por una urbanización cada vez más decidida y asimilada por todos en núcleos donde se concentran todos o casi todos los servicios y desde donde se sale al punto de destino, trabajo, ocio o estudio con toda precisión y seguridad.

Y soñar con cosas raras es además de un pecado social grave una definición de incapacidad y de insolvencia de quien así habla y piensa. El desarrollo de un lugar comienza en el desarrollo de las posibilidades que ese lugar ofrece; todo lo demás son sueños. Desarrollar un territorio supone esfuerzo y trabajo. En la vida se triunfa para sí y para todos trabajando. Todo lo demás son sueños de inexpertos de bajo precio, que sólo llevan al descrédito y al desastre. Sólo que cuando eso sucede lo pagamos todos.