Los pueblos de Zamora como esperanza

Hoy conocemos... San Martín de Tábara,

Humilde realidad actual de una antigua y fecunda historia

Viaducto de vertillo, en San Martín de Tábara, con una altura de más de 30 metros.

Viaducto de vertillo, en San Martín de Tábara, con una altura de más de 30 metros. / Javier Sainz

Javier Sainz

Perduran escasas noticias, aunque bien documentadas, que señalan que en este pueblo de San Martín existió un vetusto monasterio activo a finales del siglo IX. Se desconocen los datos precisos sobre su fundación, ignorándose por lo tanto si sus promotores provenían de la tradición lugareña o fue poblado por mozárabes. Lo que sí parece seguro es que mantuvo una relación armónica con el muy importante cenobio de San Salvador de Tábara, el instituido por San Froilán y San Atilano, bajo el patrocinio del rey Alfonso III.

Llegados al año 988, las huestes musulmanas guiadas por Almanzor atacaron estas tierras en la incursión o razzia número 31 dirigida contra los reinos cristianos. Los florecientes centros monacales de Tábara y Moreruela fueron saqueados e incendiados, arrasados totalmente, obligando a los monjes a dispersarse para poder salvar sus vidas. Al parecer, algunos de esos religiosos se refugiaron en San Martín, el cual se libró de la destrucción al estar ubicado en un apartado valle, a desmano de los caminos más transitados. Muerto Almanzor, la vida cenobítica debió de continuar en este rincón largos años, anónima pero fecunda. Existen diversos informes que testifican esa pervivencia. Una lápida incrustada en la iglesia de Santa María de Tábara, alzada sobre las ruinas del viejo monasterio de San Salvador, señala que fue consagrada en el año 1137 por Roberto, obispo de Astorga, estando presente Domingo Alfonso, abad de San Martín. Asistió también la infanta Sancha Raimúndez, señora de la zona.

La perduración de esa institución monacal de San Martín hizo que el lugar adquiriera una singular importancia entre los demás poblados del entorno. Sólo así se puede explicar que fuera elegido por los prelados astorganos para recalar aquí, con todo su acompañamiento, cada vez que acudían a la comarca en su preceptiva visita pastoral.

La citada infanta Sancha Raimúndez donó toda la Tierra de Tábara a los caballeros templarios, los cuales mantuvieron su posesión hasta la supresión de la Orden en el año 1312. A partir de entonces todas sus pertenencias, éstas entre ellas, revirtieron a la corona. Así se mantuvieron hasta la muerte del rey Pedro I, asesinado por su hermano Enrique de Trastamara, en 1369. El nuevo monarca, en su afán de consolidarse en el poder, se caracterizó por entregar generosas “mercedes” a todos los que le había ayudado. Por ello, en 1371 estos espacios de la Tierra de Tábara pasaron a depender señorialmente de Gómez Pérez de Valderrábano. Tras una serie de polémicas vicisitudes, el señorío recayó en Pedro Pimentel, hijo segundo de los Condes de Benavente. Un vástago suyo, Bernardino Pimentel, fue nombrado marqués de Tábara por Carlos I. En el poder de esos marqueses estuvo toda la comarca tabaresa hasta el mismo siglo XX, sumiendo a sus pobladores a una tiranía y opresión de la que, en sus últimas servidumbres, sólo consiguieron liberarse en la avanzada fecha de 1905.

1.- Vista parcial del pueblo.
2.- Viaducto de Vertillo.
3.- Iglesia.
4.- Potro.
5.- Calle Era.

Vista parcial de San Martín de Tábara. / Javier Sainz

Con la institución de los modernos municipios el pueblo de San Martín se integró en el ayuntamiento de Olmillos de Castro. Este distrito está formado por cuatro localidades, cercanas entre sí, que pertenecieron a jurisdicciones históricas muy diferentes. El propio Olmillos fue de la Encomienda santiaguista de Castrotorafe, Navianos y Marquiz dependieron del condado de Alba y archidiócesis de Compostela y, ya señalamos, San Martín estuvo incluido en el Marquesado de Tábara y en la diócesis de Astorga.

El pueblo se ubica a la solana de la Sierra de las Carbas, una de las estribaciones secundarias de la más importante Sierra de la Culebra. Queda dentro de un valle abierto y acogedor, con amplias praderas y tierras de labor en sus fondos y encinares dispersos en las lomas que lo limitan. A oriente de las casas se extiende una fresneda pujante y frondosa. Aparece drenado por el arroyo de San Ildefonso, curso acuático activo sólo en tiempos de lluvias abundantes, afluente del Esla por su margen derecha. El casco urbano está constituido por dos áreas muy dispares. Una es la formada por el núcleo antiguo, situado en la ladera, con la iglesia como emblema. Sus calles son sinuosas e irregulares, limitadas por edificios vetustos, construidos con una áspera mampostería de bloques de esquisto, muy desiguales entre sí. Advertimos que existen numerosos inmuebles abandonados y en ruinas, debido a la dificultad para adaptarlos a las exigencias actuales en cuanto a habitabilidad y confort. La otra parte se extiende por la zona baja, contigua con las antiguas eras, teniendo como eje la carretera de la Estación. Está configurada por casas de nueva hechura y buena calidad. Encontramos una pista deportiva y un parque con juegos infantiles bien cuidado ocupando espacios marginales de las citadas eras. También se ha colocado ahí el tradicional potro para herrar los ganados, de madera en este caso. Algunas naves ganaderas se alzan en un entorno periférico más distante.

Aquí se ubicó un ancestral monasterio que sobrevivió a las destrucciones provocadas por Almanzor

Elementos importantes de la arquitectura tradicional son los antiguos palomares, dispersos entre las fincas, por arriba de las últimas casas. De nuevo están levantados con mampuesto, aunque suavizado con enfoscados y presentan planta cuadrada y tejado a una sola vertiente. Pese a su sobriedad y a su estado de desamparo, aún mantienen un cierto encanto.

Ya señalamos que la iglesia se sitúa en la zona alta, dominando desde ese emplazamiento el pueblo entero y gran parte de su entorno. Dado el nombre local, no podía ser menos que su titular fuera San Martín, el de Tours en este caso. Es de suponer que este templo ocupe los viejos solares del ancestral monasterio antes señalado, aunque nada perdura, ni un sillar, ni elementos ornamentales o inscripciones, que puedan testimoniarlo. El edificio que ahora vemos es muy posible que fuera alzado a finales del siglo XIX o comienzos del XX. Presenta planta de cruz latina, bien marcada en cuanto a sus volúmenes. Sus muros vuelven a ser una vez más de mampostería, completada con ladrillo en las esquinas y recerco de los vanos. En el hastial del oeste se yergue el campanario, formado por un cuerpo bajo, recio y sólido, sobre el que carga una espadaña superior dotada de tres ventanales para las campanas. La puerta, adintelada y funcional, se abre hacia el mediodía, amparada por un pequeño porche. Por delante de esa entrada se extiende un atrio libre, dotado de gruesos muros de contención y con una estética verja como límite. Unos pocos árboles agregan sombras gratificantes.

San Martín de Tábara Humilde realidad actual de una antigua y fecunda historia

Potro ubicado en San Martín de Tábara. / Javier Sainz

Al penetrar en el interior volvemos a comprobar la relativa modernidad del recinto y de su contenido. Está formado por tres naves separadas por arcos enfoscados y cubiertas con armaduras leñosas. Los retablos muestran líneas neoclásicas, provistos de columnas con fuste liso, sobre las que se tienden frisos rectos y un ático enmarcado por volutas. Se presentan desprovistos de policromía, mostrando un ascético color marrón con algún toque de purpurina dorada en basas y capiteles. En cuanto a las imágenes que contienen, muchas son modernas de escayola. Sí hallamos algunas de talla, como las de San Pedro, San Antonio, San Roque, San Sebastián… de tipo muy popular. La única más noble es un Santo Cristo colgado directamente en la pared, acaso del siglo XVII. El retablo del altar mayor aparece presidido por una efigie de la Virgen con su hijo en brazos, mostrando en el ático la figura de San Martín, representado como obispo. La pila bautismal, tallada en granito, acaso sea la pieza más antigua, aunque resulta difícil aventurar para ella una cronología aproximada. Está colocada en el presbiterio y, en su exterior, consta de dos troncos de cono de tamaños diferentes, con escotaduras alrededor. Sabemos de la existencia de un hermoso y colorista relieve del siglo XVIII, representando a Santiago Matamoros, que se conserva en el Museo de los Caminos de Astorga, donde se rotula como procedente de esta localidad de San Martín de Tábara.

San Martín de Tábara Humilde realidad actual de una antigua y fecunda historia

Calle Era de San Martín de Tábara. / Javier Sainz

Aunque no tenemos ninguna información sobre ello, ante la modestia actual y la carencia de piezas vetustas, nos atrevemos a afirmar que este templo pudo quedar destruido por algún incendio en el que perdió todos sus enseres. Ello obligó a una reconstrucción total, con la consiguiente dotación de nuevos elementos litúrgicos y de culto.

Por el extremo suroeste de los espacios locales cruza el ferrocarril convencional de Zamora a Orense, con mucho tránsito en el pasado. Contó con una estación, distante de San Martín unos tres kilómetros, compartida con el vecino Losacio. Sus instalaciones están abandonadas en nuestros días, con los edificios en ruinas, percibiéndose todavía los hermosos diseños del inmueble principal, construido con esmero y con tejados muy inclinados de pizarra. Casi a su orilla se alza el viaducto del Vertillo, formado por 17 enormes arcos con los que las vías salvan la profunda vaguada por la que discurre el arroyo de los Vallones. Su longitud sobrepasa los 200 metros, siendo su altura máxima de unos 30. Esta obra, proyectada por Federico Cantero Villamil en 1913, fue concluida en 1933, aunque tardó todavía algún tiempo en entrar en servicio, ya que la línea fue inaugurada en 1952. Su figura emerge sobre espacios poblados de sotos arbóreos, fresnos sobre todo, generándose encuadres muy estéticos.

San Martín de Tábara Humilde realidad actual de una antigua y fecunda historia

Iglesia parroquial de San Martín de Tábara. / Javier Sainz

Un paraje peculiar incluido en el término local es la dehesa de Moratones. Fue un antiguo latifundio propiedad de los señores de Tábara, posteriormente marqueses. Uno de ellos, Pedro Pimentel, en 1497, pretendió instaurar en él una nueva localidad, otra más semejante a Sesnández, Escober y Abejera, nacidas de esos impulsos; pero en este caso el intento fracasó, pues el enclave quedó yermo con posterioridad. En el siglo XVII ya estaba despoblado.

Aunque todavía se siembran los pagos locales más fértiles, el resto del territorio se halla en baldío, resultando muy apropiado para el aprovechamiento ganadero. Al menos en una explotación familiar, en este caso con un rebaño de cabras, se ha completado el ciclo productivo. Han instalando una fábrica de quesos de calidad, la cual ha conseguido un notable prestigio. Los grandes incendios del año 2022 provocaron un agudo desastre, pues calcinaron todos los espacios, con mortandad de animales. A ellos se agregaron otros contratiempos. No dudamos de que tal empeño recobrará de nuevo su pujanza.

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