El segundo espante de toros de Fuentesaúco congregó, como es habitual, a una concurrencia de miles de personas en torno al prado de La Reguera. Llegan los aficionados atraídos por un espectáculo que, en esencia, enfrenta a un grupo de novillos de temple bravío con una masa de personas parapetadas ante las puertas y que, con arrojo y destreza, impiden que astados conducidos como rayos por cuatro decenas de jinetes alcancen este punto de salida y se fuguen del gran prado.

Algo imposible hoy día para los toros porque este portillo permanece cerrado a cal y canto hasta que, pasada una hora de puntuales confrontaciones, se permite sin oposición alguna el escape.

El espante de ayer vino marcado por la pasividad o nobleza del primero, organizado el sábado, que no dejó en toda la campa ni una arremetida, acometida o percance reseñable, de modo que los comentarios de los pacientes espectadores se resumía en buena parte de los presentes en la frase: "lo que la gente quiere es movimiento". O "al que no le guste el espante, tal cual es, que no venga". Esta disparidad tuvo su plasmación en que ayer se dieron abucheos y aplausos.

Los puristas defienden el espante auténtico, la colisión de novillos y espantadores en una línea de la pradera que finaliza con la victoria o fracaso de la población sobre unos animales que no admiten bromas y utilizan su fiereza y cuernos para descomponer todo obstáculo y barrera. Este sector tuvo ayer una satisfacción plena en el cuarto intento, cuando los caballistas consiguieron acercar a los toros al muro humano. Allí se vivió una refriega que dejó a algunos jóvenes tendidos por el suelo. Buscaron echándose a ras de hierba evitar la cornada o el atropello de unas reses que, obstruida la salida, ansiaban recuperar su sitio en el prado. "¡Éste sí es un espante! ¡Qué bonito!" Exclamaban eufóricos los puristas.

Pero hasta entonces todo había sido un estado de paciencia absoluta, de sucesión de espantes fallidos porque toros y bueyes se impusieron a toda gestión de caballistas y siempre ganaron la partida para irse a una especie de sextil adoptado en un apartado punto de La Reguera. Los que querían "movimiento" despotricaban por la parálisis existente. "Muy aburrido. Muy, muy aburrido" expresaba un joven que presenciaba por primera vez los famosos espantes saucanos. Hubo una concidencia general en "la profesionalidad" de los caballistas.

El movimiento de la pradera tuvo lugar con la apacible entrada de los caballistas, entre las nueve y las diez horas, con las cabalgadas preparatorias por el escenario que mostraban la comunión entre jinete y montura, con la llegada de los peñistas y la distribución de espantadores y los aficionados que tienen querencia por el pilón, la arboleda de la charca u otro gran árbol que da sombra en La Reguera. Y el aficionado que siempre ocupa su puesto en el regato, a la vista de todo el mundo, incluidos toros, cabestros y jinetes. La presencia de cortadores, citadores y otras almas que antaño sacaban juego a los novillos fue historia ayer en La Reguera. Está prohibida esta aventura, valentía personal o espontaneidad. Ahora el código impone su norma y la tensión y las emociones fuertes quedan limitadas. En estas fiestas de La Visitación a una decena de minutos de los más de ciento veinte que duró el espectáculo. "No se paga entrada" decía un hombre. El resto es mirar y ver cómo se prepara el asalto suavemente cada quince o veinte minutos. El público dedica su tiempo al debate taurino, a saludarse y, los veteranos, a recordar sus espantes.

Ayer, cuando las puertas se abrieron, y tras dos intentonas, toros, bueyes y caballistas abandonaron el prado y entraron en la calle como alma que lleva el diablo. Un cárdeno, prefirió quedarse solo ante el tendido. Hubo de regresar con los bueyes y tratarle a él solo como a los otros tres novillos: con señorío. Admitió la compañía y cerró un espectáculo que tiene sus momentos de gran emoción e incertidumbre, y sus largas etapas de pura contemplación. Luego siguieron los encierros de calle, que suelen estar siempre "entretenidos", pero el seguimiento es muy inferior al espante de Fuentesaúco. "¡De aquí no me mueve ni el tato! exclamó un joven que tomo plaza en un banco. "Te lo crees tú", de dijeron. A los dos minutos había desaparecido. El asiento para los espantes saucanos está más que disputado.