N uestro medio rural camina a marchas forzadas hacia su trágico final, ese donde nadie queda para llorar tu pérdida, por desgracia a causa del éxodo rural y la despoblación, sí, pero también forzada la crónica de una muerte anunciada por la falta de compromiso de las instituciones públicas y las autoridades, no todas, pero sí muchas, más preocupadas de los sueños de grandeza de Puigdemont, Rufián y Junqueras y sus Juegos de Tronos que, ya no de implantar servicios en los pueblos, sino siquiera de mantener los pocos que hay con un poco de dignidad. Tardó en llegar la telefonía móvil e Internet y lo hizo gracias a caros, muy caros, repetidores, puestos por las operadoras muchas veces gracias a las ayudas del Estado y de los vecinos y ayuntamientos que cediendo gratis los terrenos. Decía mi abuela que de desagradecidos está el mundo lleno y razón tenía, una vez cobrada la subvención, a los pobladores del medio rural que les den por el saco: no somos rentables. Para pagarles la factura y los impuestos, para eso sí vale nuestro dinero.

Ver, un día sí y otro también, que la cobertura de telefonía fija y móvil se cae y deja abandonados de la mano de Dios a los alistanos ya no da vergüenza propia y ajena -que también-, da muy mala leche. La telefonía es parte imprescindible de unos pueblos aislados, con personas de la tercera edad, sin coche ni autobús, donde un celular es la única manera de llamar al médico, a urgencias o a la familia cuando llega la desgracia y la vida y la muerte se la juegan a cara o cruz. Se están dando casos donde estas deficiencias impiden al enfermo llamar al centro de salud y al médico, y este a su vez a la enfermera o a la ambulancia o el helicóptero cuando estos urgen para llegar a tiempo de salvar la vida a los hospitales de León, Zamora o Salamanca. Tarde temprano ocurrirá una desgracia. Tiempo al tiempo. Alcaldes y ayuntamientos deben formar un frente común y exigir a las operadoras soluciones, por las buenas, y si no se atienden a razones, por las malas, en el Juzgado. Con la vida no se juega y vivir en los pueblos supone jugársela cada minuto a la ruleta rusa. Un teléfono sin señal cuando llega la agonía es más peligroso que un revolver en la frente listo para matar.