Chany Sebastián. Ferreras

Las estribaciones de la «Sierra de la Culebra», cuna de ancestrales moradores y tradiciones, minas, historias y leyendas, se vistieron un año más de fiesta y arraigo popular, como cada 26 de diciembre, para revivir la mascarada de invierno de «La Filandorra» en la localidad de Ferreras de Arriba. Antiguamente se le conocía con el nombre genérico de «Obisparra» aunque con el paso del tiempo ha derivado hacia lo que en teoría es su personaje más importante o emblemático, «La Filandorra», como en otros pueblos ha girado hacía «Los Diablos» en Sarracín, «Los Carochos» en Riofrío o «Los Cencerrones» en Abejera.

Miguel Remesal Ferreras fue este año «el mozo» encargado de encarnar al Diablo con «chaqueto» rojo, careta con piel y cuernos de cabra y el sobeo de piel para atizar, suavemente, a quienes osaban no darle propina. Junto a él estuvo «la Filandorra» a la que dio vida Marcos Moldón Andrés, que con su colorido traje fue persiguiendo a los niños y a los jóvenes, desafiantes ellos, para enciscarles la cara con una corcha quemada. Ellos son «Los Feos», los representantes del mal.

Marcos Canas Sotero encarnó a «el Galán» y José Vicente Folgado a «la Madama», «Los Guapos», la cara pulcra del bien, siendo Eduardo Baladrón Vara, «el Tesorero», un personaje secundario cuyo cometido es el de ir guardando a buen recaudo los cuartos. Hoy se les da dinero. Se trata de un pueblo grande y lo recaudado ronda casi siempre los mil euros.

«Se agradece que te visiten y hay que cumplir todos con ellos» asegura un ama de casa. Antes cada uno le daba lo que buenamente podía, casi siempre productos de la reciente matanza: chorizos o morcillas.

La fiesta ha tenido diferentes altibajos a lo largo de la historia y ahora lleva ya veintinueve años consecutivos celebrándose desde su recuperación en 1980.

El salón ubicado en lo que antiguamente fueron las escuelas acogía por la tarde la convidada a base de limonada y hornazos para cuantos vecinos quisieron asistir. Algunos vecinos al borde de la jubilación recordaban que «cuando yo tenía ocho años íbamos ochenta niños y ochenta niñas a la escuela». Allí es donde los Feos y los Guapos olvidan sus diferencias y sacaron a bailar a unos y a otros.

La lucha entre el bien y el mal en las mascaradas casi siempre acaba impregnado por la convivencia y la hermandad. La noche se completo con una verbena popular con la actuación de la orquesta.