La Opinión de Zamora

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Refugiados ucranianos en Benavente: “Nuestra vida parte ahora de cero”

Tres generaciones de mujeres que llegaron “con lo puesto”, afrontan las dificultades del idioma, buscar trabajo y escolarizar a los niños

Nela y Natalia y el pequeño Arsen, junto a su primo benaventano, en la Plaza Virgen de la Vega. | E. P.

Son tres generaciones distintas y un modo muy diferente de afrontar el futuro. Nela, Natalia y Arsen son de Ucrania. Acaban de llegar a Benavente después de buscar alternativas para salir de su ciudad residencial de Kalush, a unos 170 kilómetros de la frontera con Polonia, y conseguir contactar con la ONG Acción Norte para emprender el viaje hasta Benavente en una caravana de solidaridad para la que no tienen más que palabras de agradecimiento. Ha sido un viaje “muy duro”, de muchos kilómetros y dejando atrás su vida y parte de su familia, pero lleno de gestos de empatía, de solidaridad y ayuda, según explican.

En primer plano Krisinta (derecha) recibiendo a su madre a su llegada a Benavente. | E. P.

Ellos son parte de la familia de Kristina y Nela, dos hermanas ucranianas que llevan años residiendo en Benavente, y que, junto a su madre Tetyana han hecho lo posible por sacar de la guerra a su abuela y sus primos, dos niños de 7 y 8 años con dificultades de adaptación.

La abuela Nela y Natalia buscan con la mirada a Kristina, que hace para ellas de intérprete, porque el idioma es una barrera infranqueable en estos primeros días en Benavente. Arsen, que va a cumplir en abril nueve años, lleva peor que no le entiendan y se enfada al sentirse incomprendido. Nela se lo toma de otra manera y a sus casi 73 años de edad está dispuesta a aprender el idioma. Coge su bolso y saca de él un cuaderno en el que va realizando anotaciones que le ayudan a recordar palabras o frases del nuevo idioma, del que apenas conoce algunas palabras, las justas para poder saludar, despedirse o dar las gracias, algo que no dejan de repetir. “Quiero aprender el idioma para poder comunicarme con la gente, es muy importante”, asegura la abuela, que hace grandes esfuerzos gestuales para expresar lo que quiere decir.

En el encuentro con ellos, Nela y Natalia aseguran que siguen en contacto con su familia, la que quedó en Ucrania, en Kalush, y amigos de diferentes lugares. En sus rostros asoman las lágrimas al recordar todo lo vivido en las últimas semanas y la incertidumbre de lo que puede pasar en su país, inmerso en una cruel guerra que, aseguran: “No tiene sentido, nunca pensamos que esto podía pasar, las amenazas estaban ahí pero nunca pensé que tendría que dejar mi casa para escapar de la guerra”, explica la abuela. “No puedo dejar de estar en contacto con Ucrania, el corazón duele mucho”, asegura emocionada, con lágrimas en los ojos y agarrándose el pecho.

Explica la abuela que no quería salir de Ucrania, donde tiene toda su vida, pero “teníamos que salir por los niños, estamos en guerra y eso es muy duro para los niños, para todos los niños, el día a día es insostenible para cualquiera pero más aún para los niños”, explica. Ella perdió a su marido hace año y medio y asegura que le echa mucho de menos y “quiero volver a Ucrania, es mi país, aunque aquí estoy bien y estoy muy agradecida pero tengo allí mi casa”. En las últimas semanas pasaban la vida “escondidos”. “No tenemos búnker en casa y nos refugiábamos con otra gente en el colegio con los niños”, recuerdan.

Ella ya conocía Benavente. Vino a visitar a su biznieto cuando tenía un año y ya tiene siete. Vive en Benavente una de sus hijas, que fue precisamente la que decidió viajar hasta Polonia para reunirse con ellos y emprender el regreso a Benavente. “No fue como pensamos. De un día para otro todo cambia. Teníamos previsto coger un autobús desde Kalush a la frontera un lunes y no salió hasta el miércoles. Había mucha gente, fue muy duro”, aseguran.

Cuando ha estado en Benavente en otras ocasiones siempre tenía una casa a la que volver. Ahora lo ve complicado. “Salí de casa con lo puesto, apenas una mochila con algunas medicinas y poco más. No tenemos nada ahora, empezamos de cero, con 73 años que voy a cumplir”, comenta con los ojos vidriosos de modo permanente.

Natalia, por su parte, tiene claro que quiere quedarse aquí. Con 27 años y dos hijos refugiados de la guerra no echa la vista atrás. “Hemos empezado una nueva vida”, asegura. Nunca antes había salido de su país, ni siquiera de la ciudad donde residía. “Ahora lo he hecho obligada por la guerra”. Su determinación a seguir adelante la lleva a explicar que, aunque ahora está en una casa acogida, quiere encontrar trabajo cuanto antes para poder valerse por sí misma y poder cuidar de sus hijos. “El idioma es ahora una barrera muy grande, pero estoy dispuesta a aprender el idioma y necesito trabajar, en lo que sea. Necesito sacar a mis hijos adelante. No tenemos nada, hemos venido sin nada. Estamos mirando cómo escolarizar a los niños cuanto antes”.

Natalia muestra la preocupación por su marido, que quedó en Ucrania para combatir. También por su padre. “Lo único que quiero es que salgan cuanto antes de Ucrania. De momento en el nivel que están ellos no combaten, pero si sigue la escalada llegará un momento que todo el mundo va a combatir, él también y estoy muy preocupada. Yo no quiero que vaya a combatir”.

Ella tiene, además, dos hermanas y cada una ha tenido que salir refugiada a un país diferente. “Una está en Alemania, otra en Italia y yo aquí en España. Nos sentimos afortunadas porque no todo el mundo ha podido salir de Ucrania”, señalaba. Su abuela de 85 años quedó en Ucrania. y como ella otras mujeres que no han querido separarse de su familia o bien no han tenido la oportunidad de encontrar un nuevo lugar al que ir.

Al preguntarles qué echan de menos de Ucrania, dicen que la paz. Natalia lamenta la situación por la que está pasando su país. “Ahora estamos muy preocupados porque cada día muere mucha gente. La gente es muy buena en Ucrania y queremos la paz. Estamos sufriendo por ello”. Apuntan lo bonita que era Ucrania antes de la guerra, y recordar la comida de su país les hace echar una sonrisa. Kiev o la ciudad de Lviv son debilidades de la abuela que les nombra entusiasmada sacando “algo bueno” de su país, al que recuerdan constantemente y al que vuelven con una sonrisa cuando ven por la calle los colores de su bandera.

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