“Me duele”, no deja de repetir este sentimiento en la conversación con ella y su hermana. Es Kristina Gendel, una mujer de origen ucraniano que lleva ya diez años en Benavente y que, en estos días, le cuesta hablar de lo que está pasando en su país de origen. “Yo aquí estoy bien, pero quiero a mi país y lo que está pasando duelo mucho, no es un conflicto como dicen en algunas informaciones, mi familia está viviendo una guerra. Para mí no es fácil hablar de ello”, asegura.

Apenas se la nota el acento, está totalmente integrada en la ciudad en la que vive, al igual que su hermana Nela Shydivska. Ella llegó antes a Benavente, lo hizo en 2004 cuando tenía 9 años, con su madre Tetiyana. Está preocupada por la familia que tienen en Ucrania y el día a día. “Ya nada es igual. Están en guerra. Todos los días hablamos varias veces con la familia, dos o tres veces por Skipe, y están pendientes de la sirena que anuncia los toques de queda”, explica. “Cuando suena la alarma recogemos”, indica. “Tienen que estar completamente a oscuras, sin gas ni nada, metidos en un búnker o donde puedan para resguardarse”, añade Kristina.

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Kristina y Nela son de la ciudad ucraniana de Kalush, una localidad que pertenece a “lo que podría ser como aquí la región” de Ivano-Frankivsk. Situada en un lugar estratégico a unos 170 kilómetros de la frontera con Polonia; a 150 de la de Hungría; a 300 kilómetros de Eslovaquia; y a unos 240 de Rumanía.

Este fin de semana es especialmente emotivo. Están preparando la acogida de parte de la familia de Ucrania para la próxima semana. Les esperan días complicados a los que les ha llevado el sin sentido de esta guerra que obliga a los ucranianos a dejar atrás su casa, su familia, su forma de vida, y con un futuro incierto. “Mi familia sale obligada. Mi abuela no quiere salir de Kalush, pero tiene que venir sí o sí. Lo peor es que no se sabe cuándo van a poder volver”, explica Nela.

¿Por qué dejaron su país?

Echan la vista atrás y recuerdan los motivos que las llevaron a ellas a dejar su país. “Mi madre trabajaba como enfermera en el hospital de los niños. Allí le pagaban con comida, con caramelos, azúcar o vodka. Con eso no podía comprar comida para darnos de comer a nosotras y se planteó salir de Ucrania a buscar trabajo”, explica Kristina. “Llegó con una amiga a Valladolid y ahí conoció a su marido, y después de estar en Valdunquillo de Campos vino para Benavente en 2007 con mi hermana”, añade. Kristina se reencontró años más tarde con su familia en esta ciudad.

Pero siempre ha podido volver, ahora las circunstancias dejan en la incertidumbre el futuro de los refugiados de Ucrania. Al explicar cómo están viviendo esta guerra, lejos de su país, hacen hincapié en que ya desde 2014 Putin empezó a bombardear pueblos. “Todos los años han seguido los bombardeos, querían Crimea y ya tienen Crimea. Y ahora, después de que nuestro presidente pidiera que Ucrania entre en el Unión Europea estamos en guerra. Esto es una locura, es muy duro pensar en lo que está pasando”.

Mi abuela algunos días se esconde en el baño que es muy pequeño y pasa ahí toda la noche, a oscuras, o metida en un armario

Explican que es muy doloroso cuando llaman a la familia y están escondidos. “Mi abuela Nela vive sola, algún día no se ha enterado de que había toque de queda. Algunos días se esconde en el baño que es muy pequeño y pasa ahí toda la noche, a oscuras. O metida en un armario porque su casa tiene las paredes de tabique y no tiene búnker”.

El dolor

También contactan a diario con su tía Lola. Ella no va a salir de Ucrania porque no quiere dejar allí a sus dos hijos, de veinte y treinta años. “Sasha y Dima no pueden salir porque tienen que combatir, son lo que más me preocupan”, asegura Nela. Explica también que ellos han ido a alistarse de modo voluntario para defender a su pueblo, pero les han mandado para casa porque no hay armamento. “No tiene sentido que se queden a combatir sin armas”, señala.

Además, su tía tiene dos nietos, Arsen y Volodya que junto a su madre Natalia saldrán de Ucrania hacia Polonia mañana lunes. También irá la abuela con ellos. “Llevan lo indispensable, una mochila con lo más necesario, ya veremos cuando vengan aquí lo que haremos, pero lo importante es que salgan de allí”.

Pendientes cada día del teléfono no pueden apartar su mente de Ucrania, donde día a día tienen dificultades para comprar productos básicos como el pan o la harina y los precios se han disparado. Las noticias prefieren seguirlas por internet y por el canal de Ucrania porque dicen, tienen más información. También conectan con el de Rusia. Recuerda Kristina que en su casa, en Ucrania, hablaban ruso. “Mi padre es Lituano y mi abuelo biolorruso. En mi casa se hablaba ruso y en el colegio se estudiaba ruso. Cuando yo nací en el certificado de nacimiento ponía que era de la URSS”, recordaba Kristina.