Las imágenes de la guerra en Ucrania me siguen produciendo, además de rabia, preguntas, resumidas en una sola: ¿Por qué hemos llegado hasta aquí? Durante los últimos días me he interesado por saber si en las aulas se habla de estos temas o si se omiten. La sorpresa mayúscula es que en el ámbito universitario, donde me muevo, tras preguntar a casi dos docenas de jóvenes de diferentes asignaturas y titulaciones, todos me dijeron lo mismo: “Nadie, hasta ahora, ha tocado el tema en clase”. Como no daba crédito a lo que escuchaban mis oídos, he insistido, diciéndoles que no podía ser, que alguien habría sacado el conflicto armado e incluso utilizado la guerra para hablar no solo del contenido de sus asignaturas sino para mucho más, como de lo que cada uno debemos hacer. Pero no, la respuesta seguía siendo la misma: “Nadie es nadie”. Como no daba crédito a lo que escuchaban mis oídos, les he preguntado que si ellos no habían sugerido en algún momento tratar la guerra en clase. Y la respuesta ha sido idéntica: “Pues tampoco”.

Ucrania debería de ser nuestro invitado de honor en nuestras mesas y estar muy presente en nuestros pensamientos y acciones. Porque no basta con lamentarse. También debemos y podemos actuar

¿Qué quieren que les diga? Pues que tras escuchar lo que ustedes acaban de leer, quedé atónito y perplejo. No me lo podía creer, porque conozco a un nutrido grupo de colegas con los que he hablado estos días que sí han introducido la guerra en sus clases y que incluso han ido un paso más allá adaptando los contenidos, las explicaciones y las actividades prácticas previstas durante estas semanas a lo que estamos viviendo en Europa, prestando atención sobre todo a los factores y las consecuencias de un conflicto que a la mayoría de las personas de bien nos sonroja o proponiendo reflexiones sobre qué podríamos hacer cada uno de nosotros para mitigar el dolor que observamos a través de las imágenes que aterrizan ante nuestras narices. Como pueden deducir, estos docentes merecen todos mis respetos. Son un maravilloso ejemplo de cómo se pueden conseguir los objetivos y las competencias de las asignaturas introduciendo la vida cotidiana en las aulas universitarias, como, en este caso, la guerra en Ucrania y sus implicaciones.

Pero no solo en la Universidad se puede hablar, discutir y reflexionar sobre lo que, en estos momentos, es uno de los problemas más importantes de la Humanidad. Sí, la Humanidad, aunque usted pueda estar viviendo a cientos o miles de kilómetros de distancia, en Luanco o en Honolulú, en México o Nueva Zelanda, en Quiruelas de Vidriales o en California. Y se puede hacer en casa, mientras saboreamos un plato de sopa caliente, unas lentejas estofadas, un conejo a la plancha o una ensalada con frutas del bosque. Y también en los bares, en los mercados, en las paradas del bus, en las estaciones de metro, en los paseos matinales o en los vespertinos. Y en los colegios e institutos, en las iglesias, en las cofradías de Semana Santa, en los clubs de fútbol y en las peñas del Toro Enmaromado. En fin, Ucrania debería de ser nuestro invitado de honor en nuestras mesas y estar muy presente en nuestros pensamientos y acciones. Porque no basta con lamentarse. También debemos y podemos actuar. Porque Ucrania, hoy, somos todas y todos.