La Opinión de Zamora

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Los refugiados de Ucrania llegan a Benavente: 6.000 kilómetros para un abrazo de 5 segundos

Los huidos de la guerra buscan una vida más segura en la provincia de Zamora con la esperanza de que la paz vuelva a su país

Abrazos a la llegada a Benavente de la caravana de refugiados y voluntarios.

El viaje humanitario de la ONG zamorana Acción Norte finalizaba poco antes de las siete de la tarde con la llegada de las familias ucranianas trasladadas desde Cracovia hasta Benavente. Desde la salida en Sanabria el pasado viernes 11 de marzo, el cuentakilómetros ha contabilizado 6.421 km, un largo viaje para un abrazo de 5 segundos y la perspectiva de una nueva vida.

Recibimiento a los ucranianos en Benavente, con chuches y regalos. Araceli Saavedra

La última jornada empezaba a las dos de la mañana en la frontera de Irún, un pueblo vasco que recibió a la caravana con los brazos abiertos cuando llegaron la noche anterior, a las dos de la mañana. Los dueños de un restaurante, La Juanita, ofrecieron desinteresadamente una cena a todos los refugiados y voluntarios a pesar de las horas intempestivas. Pollo y tortilla española. Muchos de ellos degustaban por primera vez el plato nacional en la primera cena sentados a una mesa todos en buena hermandad.

Niños españoles y ucranianos juegan juntos en Benavente. Araceli Saavedra

Solidaridad por el camino

Los niños ucranianos eran recibidos con una mesa de juguetes que donaron los niños iruñeses para que se los llevaran. Y se los llevaron. Uno de los adolescentes del grupo cogió un peluche para su prima que vive en Alicante y para él no coge nada.

Juguetes donados por los niños de Irún para los ucranianos. Araceli Saavedra

A las tres de la madrugada por fin llegaba el momento de irse a la cama, tras una brutal jornada para atravesar toda Francia. El hostal también tenía sus puertas abiertas para estos viajeros tan especiales.

Cena en Irún, la primera sentados en todo el viaje de regreso. Araceli Saavedra

La generosidad y gratitud quedó reflejada en muchos gestos como el de Patxi, un ciudadano vascofrancés que pagó unos cafés precipitados saliendo del hotel y que compró toda la bollería del bar para los niños. Gente que saludaba y miraba con una expresión difícil de explicar pero que resumía todo: “hacéis una gran labor”, dirigido a los voluntarios de una ONG pequeña pero que ha hecho un gran trabajo para repartir ayuda humanitaria y repartir humanidad.

En primer plano Patxi, el hombre vascofrancés que compró todos los bollos de un bar de Irún para los niños ucranianos. Araceli Saavedra

Contratiempos del viaje

Cumplir los horarios fue harto complicado, unas veces por las propias incidencias del viaje: repostar, tomar un café, ralentizar en los peajes, hacer pipí o alguna indisposición, confundir la ruta, volver, obras en el camino y el polvo sahariano, así a bote pronto. Y otras por el deseo de colaborar de la ciudadanía.

La caravana se sorprendió del polvo acumulado en la carretera y la calima que cubría el cielo. Araceli Saavedra

Uno de los empresarios iruñeses, del restaurante “Bakar”, regaló un copioso desayuno con tortilla española incluida, fruta y zumos lo que demoró el adiós a la ciudad vasca. Un primer desayuno en España sentados y con cierta tranquilidad. Los niños se entretuvieron jugando con los perros de un paseante. Cierta normalidad para ellos. Gestos como pedir una bolsa para llevarse el pan sobrante de la mesa, lo dicen todo de lo que ha sido este desastre de la invasión y bombardeo en Ucrania. No se desperdició nada del copioso desayuno porque se preparó todo para almorzarlo en el camino, y una caja de bollería y fruta.

Peluche que un adolescente ucraniano lleva a sus primos de Alicante como regalo. Araceli Saavedra

Primeras despedidas

El grupo de 34 refugiados se fue dispersando por el camino. La primera familia que se separaba de la caravana era recogida en Irún por la mañana para dirigirse a Valencia.

Hasta Burgos se desplazaron familiares de otros evacuados, donde les recogían unos parientes para llevárselos a su casa en Madrid. El reencuentro fue el momento más emotivo del viaje hasta el momento.

Primer reencuentro familiar en Burgos. Abrazos y lágrimas. Araceli Saavedra

Ver este abrazo de cinco segundos y las lágrimas en sus ojos paga todo el esfuerzo, es para lo que hemos venido, por ellos”, expresaba Javier Bodego, voluntario de la ONG Acción Norte.

Reencuentro familiar a las afueras de Burgos. Una familia se separa de la comitiva y se dirige a Madrid. Araceli Saavedra

Alexander era uno de los chóferes que esperaba a sus compatriotas y que ha estado colaborando con los municipios de Arroyomolinos (Madrid) y de Valmojado (Toledo) para llevar la ayuda, llevar los voluntarios hasta la frontera y regresar con “nuestros ciudadanos”. Reconocía que “tenía muchas ganas de ver a su familia, por parte de mi esposa”.

VÍDEO | Así ha sido la llegada de la ONG Acción Norte a Benavente tras su misión humanitaria en Ucrania

VÍDEO | Así ha sido la llegada de la ONG Acción Norte a Benavente tras su misión humanitaria en Ucrania Araceli Saavedra

Con rotundidad afirmaba que “lo que me gusta es como españoles y ucranianos estamos colaborando con todo esto”. Se corta cuando quiere hablar de las cosas negativas y vuelve a las cosas positivas, como que Polonia liberara de pagar los peajes a los convoyes humanitarios. Francia no ha perdonado ni un kilómetro, “Francia me costó un montón”. Y así es, alguno de los peajes en Francia atracó a la cartera de los voluntarios cerca de 40 euros.

Familias divididas

Ana Androshchuk decía que “teníamos muchas ganas de verlos. Tenemos más familia allí pero no quieren venir. Por lo menos traernos a unas cuantas personas. Te da tranquilidad. Tenemos familiares que están en diferentes puntos y por la mañana todo es ‘que tal familia’ ‘nosotros bien’ ‘nosotros vamos a un refugio’”, contaba. Tampoco puede llamar como quisiera porque “mi abuela no coge el teléfono porque dicen que mejor no encender las luces, y están a oscuras”. La ucraniana residente en España reconoce su preocupación y que “preferiríamos que estén aquí hasta que pase todo esto”.

La familia está partida, los maridos allí. “Mi tío, el marido de mi prima, los abuelos y el resto de la familia”. Los abuelos de Ucrania “todavía no conocen a su nieto, íbamos a ir este año pero ya no, y el año pasado tampoco por el coronavirus”.

Desde Burgos parten dos familias más, una en dirección a Salamanca y otra se separará en ruta para ir directamente a Zamora, mientras que el grueso sigue de camino a Benavente. Muertos de cansancio pero con el gusanillo de llegar a casa.

La última parada en Palencia para tomar la penúltima comida fría, es un resumen de la humanidad. Mientras que el empresario de un establecimiento ponía condiciones para prestar tres mesas que tenía apiladas para poner la comida, una de las empleadas de limpieza salió con 40 euros para comprarle cosas a los niños. El cabecilla de esta ONG repartió el dinero entre los pequeños para que se compraran lo que quisieran. Otra persona, en el mismo estacionamiento, entregó una garrafa de cinco litros de aceite de oliva porque deseaba colaborar. Mucha gente sencilla, con pocos recursos.

Unas letras para los niños

“¿A los españoles os gustan mucho los niños?”, pregunta una de las ciudadanas ucranianas llegada a Benavente. La respuesta es “mucho”. Ver a los hijos de Javier Bodego jugar con los niños de Ucrania con los botes que hacen pompas de jabón lo resume todo.

Si hay una imagen gráfica de todo esto es que en una de las ocasiones se demoró la partida desde un área de servicio para que los niños pudieran jugar al balón y subirse a los caballitos de un parque. Una cosa normal en este lado de Europa y algo imposible ahora en Ucrania.

Los niños ucranianos se paran en la calle a jugar con unos perros. Araceli Saavedra

Estos niños se han tenido que refugiar en sótanos, búnkers y dormir en huecos por miedo a los bombardeos. Todo está en los teléfonos móviles de sus familiares. Cosas tan sencillas como acariciar y jugar con un perro obligaban a reflexionar.

Los voluntarios se han desvivido por ellos, han cargado en brazos con ellos para aliviar un poco a sus madres. Acercarse a un McDonald’s y pedir unos globos lo dice todo. La empleada los entregó y se echó a llorar. Dos voluntarias hasta le echaron morro para pedir en una perfumería unas muestras de agua de colonia. No hubo suerte, pero se intentó. Las mujeres ucranianas, unas grandes sufridoras, unas veces en silencio y otras con sus lágrimas, arrastran sus ligeros equipajes y a sus hijos sin sus maridos.

Globos regalados por los trabajadores del McDonald's. Araceli Saavedra

Al cierre de esta crónica había una cena casera caliente de despedida en el restaurante La Trucha de Benavente. La otra cara que no se ve es la de las familias de los voluntarios, preocupados y en constante contacto, especialmente en el momento crítico de cruzar la frontera de Ucrania. Han cumplido su misión, sanos y salvos, y con una familia más, ucraniana.

En Benavente, los voluntarios también se reencuentran con sus propias familias tras el viaje. Araceli Saavedra

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