Así aparecen los escándalos económicos, de un día para otro, como las hojas de los plátanos de la Plaza de Viriato, que cuando pasas un día por allí ves sus ramas desnudas, y al otro ya se encuentran cubiertas por miles de hojas. Pero todos sabemos que no es así, que las hojas no surgen de repente, con nocturnidad y alevosía, que tienen su proceso, aunque sea rápido, que salen de manera gradual y progresiva.

Algo parecido ocurre con los escándalos económicos, de los que los ciudadanos de a pie no nos enteramos, aunque se estén produciendo en nuestras propias narices, porque los interesados en la cosa de forrar o forrarse, a sus partidos o a ellos mismos, son duchos en ocultarlos, hasta que sus calzoncillos, colgados en el tendedero del patio, ofrecen, de repente, muestras de haber tenido diarrea.

Nadie dice ni pío, y solo, cuando su ropa interior los pone en evidencia, alegan que no se han enterado de nada, porque eso de ir a visitar al "señor Roca" seis o siete veces al día es cosa normal, y más si no se tienen retortijones.

Los dirigentes se hacen los longis, no ven que el presidente de su comunidad autónoma tiene un ático en Marbella que vale un potosí, aunque gane lo mismo que ellos mismos, a los que solo les llega para un pequeño apartamento en Benidorm, ni que tenga una mansión en Madrid que quintuplica los metros de sus compis de partido.

No ven eso, ni tampoco escuchan el croar de las ranas que les van saliendo, cada dos por tres, aunque no sea época, ni ayude la estación del año. Prefieren hacerse los sordos y mirar para otro lado, como dijo Rajoy hace unos días, en un lapsus o a posta, porque a los gallegos es difícil pillarlos en un renuncio.

Y es que en la elección de un cargo público se puede llegar a meter la pata. Se puede pasar que al concejal del pueblo inventado por Cuerda en "Amanece que no es poco" se le hubiera ido la mano al cajón -en el caso que hubiera llegado a existir tal cajón, y tal concejal- pero colársele presidentes de comunidades autónomas, ministros, alcaldes y vicepresidentes de gobierno con dedos largos, a lo Madoff, o lo Arsenio Lupin, ya son otras cosas. Y que todos los tesoreros del partido hayan estado danzando por los tribunales de justicia, por mor de trapicheos, es cosa que debería darles que pensar. Quien elige a esta escoria de la sociedad no parece caracterizarse por una delicada agudeza. Aunque, lo cierto es que no son tan ineptos como pretenden aparentar, sino que se trata de hacerse el tonto, mientras se esquilma al erario público. Y, en el caso de ser pillados, "sufren el tremendo castigo" de ocupar un puesto en algún consejo de administración o en alguna embajada.

Dicen que no son capaces de escuchar el croar de las ranas que le van saliendo a cada momento, aunque los antedichos anuros se encuentren en el mismísimo "canal de Isabel II", porque son genios de la interpretación, a veces dramática, a veces vodevilesca, como la de la ex caza-talentos, ex presidenta del partido en Madrid, y ex presidenta de Comunidad Autónoma, que, con aire beatífico, ha interpretado el papel de la ingenua engañada, diciendo que se le habían colado un montón de ranas en forma de presidentes de comunidad, consejeros, secretarios generales del partido y otros afines, sin que su bondad y buena fe lo hubiera podido detectar.

En tanto esto sucede, un destacado pluriempleado, director de un conocido diario, justifica que llamar zorra a una funcionaria es cosa normal en las redacciones de los periódicos, y que decirle a su jefe que se va a inventar alguna noticia para presionar a determinada presidenta de Comunidad es solo un decir. El poder judicial, a través de los fiscales está dando un lamentable espectáculo, filtrando, diciendo que alguien filtra o deja de filtrar. Y determinados actores de la política diciendo que alguien ha chantajeado al presidente del Gobierno.

De manera que uno no sabe si está viendo pasar los acontecimientos a través de los espejos de Valle, o incrustados en el teatro del absurdo de Ionesco.

Pues eso, que hay días en los que uno se calienta más que en otros, porque en España hace tiempo que hace demasiado calor y, en tal situación, lo mejor es refrescarse, dejándose caer por esa terraza que pone un conocido bar de la plaza de Viriato, bajo la protección del tupido enramaje de los plátanos, ahora inundados de hojas verdes y de primavera.