Es bajo, rechoncho, dicharachero y campechano. Nació hace poco más de medio siglo en Manganeses de la Lampreana, pero reside con su mujer en Piedrahíta de Castro y suele ir todas las mañanas a Pajares de la Lampreana a jugar una partida al tute. Cuando come un tres al contrincante de su izquierda, da un salto en la silla y tararea con guasa el fandango de Agujetas: "Dos mujeres tuve yo, / una buena y otra mala?". Y jalea el alegrón: "Aunque pierda este juego, ya me da igual".

Se llama Froilán y es una réplica exacta de Sancho Panza. Ensarta refranes como el escudero de Don Quijote, pero siempre oportunamente y nunca a destiempo. A veces, como los viejos troveros, compite en refranes con Anuncita, propietaria de la discoteca-bar "Yoryo" de Pajares; él saca a colación que "el melón y la mujer, acertar y no escoger" y ella le replica: "fraile flaco y hombre barrigón, ninguno cumple con su obligación". Con desenfado y buena camaradería.

Froilán ha pastoreado su propio rebaño de ovejas, cuando los pastores salían con ellas al campo. Allí memorizó refranes que insertaba en sus páginas "El Promotor" y que siempre llevaba en el morral. Ahora apacienta tres docenas de ovejas en un corral de Piedrahíta para matar el gusanillo. Ha tenido sus más y sus menos con la justicia por quítame ahí unos corderos. Es un castellano a palo seco, sin resquicios para la doblez y las medias verdades. Claro, sincero, espontáneo, ni una sola palabra se queda agachada en el frenillo de la lengua. Milita en esa reducida cohorte de los que llaman "al pan pan y al vino vino".

Es buen amigo de los amigos, pero igualmente enemigo acérrimo de los enemigos, que suelen ser los expertos en la simulación, las malas artes y las mañas aviesas, que de todo hay en la estepa cerealista zamorana. Quien se la juega, se la paga antes o después. El año pasado tuvo agallas para recuperar, navaja en ristre, las veinticinco mil pesetas que le prestó hace treinta años a un amigo para pagar a un trilero en El Rastro de Madrid. "Picó como un pardillo, pero tiró con pólvora ajena y creyó que todo el monte es orégano. Se lo dije muy claramente: A todo el cerdo le llega su San Martín", asegura mascando las palabras. Y sentencia: "Amigo que no da y cuchillo que no corta, nada importan".

Además de su afición pastoril, que lleva con orgullo en los entresijos, es un cinéfilo empedernido. Admira a los actores y actrices norteamericanos de los años setenta, lo mismo que a los actores españoles de la posguerra. Relata títulos y argumentos de películas sin desfallecer. A esta afición une una pasión por los cantantes de su juventud, en particular Los Módulos, Los Brincos y Los Pekenikes; conoce y entona la mayoría de sus canciones, a veces a dúo con su contrincante trovera.

Generoso y desprendido, solo acaricia un sueño: que le toque una quiniela o una primitiva de varios millones de euros. "Y a disfrutar lo que te quede de vida, ¿no?", le provoco. "De eso, nada. Me voy a Mónaco o a Las Vegas y hasta que los funda". Mientras llega esta oportunidad, se conforma con echar unas manos al gilé. Le comento: "Le oí decir muchas veces a mi madre que la bolsa del jugador no necesita atador". Me dice: "Tu madre era una mujer muy sabia, pero uno es como es y de poco vale darle más vueltas".

En esta época del disimulo y la simulación, se agradece toparse en estos páramos con personas que no son ni pretenden ser ejemplo de nada, porque el que más y el que menos ha cometido alguna que otra tropelía. Froilán es consciente de ello. "Mira, soy el menos indicado para criticar y dar lecciones a nadie, pero me gusta que me dejen vivir a mi aire", me asegura mientras tomamos café con sacarina. Anuncita, la dueña de la discoteca-bar Yoryo, nos recrimina: "Mucha sacarina y después sois todos unos zampabollos". Froilán enciende un ducados y se arranca por Nino Bravo pero con una octava menos: "Libre, como el sol cuando amanece?/ como el ave que escapó de la prisión / y puede, al fin, volar? ¿Sabes lo que te digo? Muera gata, y muera harta". Va al coche y vuelve con una bandeja de dulces.