Faltan solo unos días para que "Imprudente", "Timbalero" y "Bonarillo" -que así se llaman los toritos del alba y el toro enmaromado de este año- recorran las calles de Benavente antes de ser sacrificados. Compartirán destino con otros tantos, tristes protagonistas de encierros, becerradas y recortes, que jalonan el programa festivo poniendo seriamente en duda nuestra evolución como sociedad.

Quienes defienden estas celebraciones se apoyan siempre en la tradición, pero seguro que tenemos en mente prácticas reprochables que fueron tradición durante siglos y que, afortunadamente, han ido cayendo en el camino hacia una sociedad más respetuosa y justa para todos, aunque aún nos quede tanto por recorrer... Me refiero a "tradiciones" como la esclavitud de quienes eran considerados inferiores (una práctica muy habitual en pueblos separados por muchos kilómetros y por muchos siglos de distancia); como la quema en la hoguera de quien estipulaba la Inquisición (no olvidemos que en España esta operó durante cuatro siglos); como el sufragio censitario y el sufragio masculino (en nuestro país no se ejerce el sufragio universal hasta 1931). La pervivencia a lo largo de los años no convierte en respetable o en ética una costumbre, esta debe serlo por sí misma.

Y es que la tradición no es una razón; es una excusa. No debemos olvidar que unas fiestas centradas en espectáculos taurinos son unas fiestas que basan la diversión de un pueblo en el sufrimiento y la agonía de animales inocentes, que sienten el dolor de la misma forma que podemos sentirlo nosotros. Si no nos gusta que nos hagan daño, ¿por qué nos gusta hacérselo a ellos? Si no queremos que nadie haga sufrir a nuestros animales ¿por qué hacemos sufrir, sin miramientos, a toros y vaquillas? ¿qué tienen de diferente?

Los propios toritos del alba se conciben como escuela para que los más jóvenes practiquen desde bien temprano cómo tirar del animal hasta el matadero, cómo vejarlo y maltratarlo en sus últimos minutos de vida. Curiosos valores estos, que los padres se empeñan en transmitir, llenos de orgullo, a sus hijos... Al fin y al cabo, no son más que adolescentes humanos aprendiendo a sacrificar a un adolescente de otra especie, que el único pecado que ha cometido ha sido nacer, en el cuerpo equivocado.

¿De verdad el ser humano del siglo XXI necesita irremediablemente hacer daño para divertirse? ¿Qué valores está trasmitiendo un ayuntamiento que destina el dinero público a actividades como estas?

Unos se escudan en la tradición, otros en la diversión, pero lo irrebatible es que esta "fiesta" se centra en el sufrimiento de un ser sintiente, que es humillado y torturado hasta la muerte.