Han pasado seis días desde la desaparición de Antonio Arias Canas en Ferreras de Arriba y ni rastro. Tras intensas jornadas de búsqueda por caminos y monte a través, con hasta 150 personas desplegadas, nada se sabe del paradero de este anciano de 94 años, aunque sí han encontrado la sierra que llevaba en la mano la última vez que se le vio, la cazadora, el gorro y un guante, a unos veinte metros del río Castrón.

La Guardia Civil con perros especializados y desde ayer por la tarde también los bomberos y Protección Civil han peinado el entorno, junto a numerosos vecinos, hasta ahora sin éxito. Desesperada, ayer la familia hacía un llamamiento para aumentar los medios con equipos Geas (Grupo Especial de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil) con el fin de rastrear a fondo el río Castrón, una de las pocas zonas a las que los vecinos no han podido acceder a lo largo de todos estos días.

«Habría que rastrear el río con equipos especiales» indica Jorge Sardá, uno de los sobrinos del desaparecido. La familia teme que con el paso de los días la localización del anciano sea más complicada; también porque «ahora ya no queda casi gente en el pueblo, muchos son mayores y no pueden moverse como lo hemos hecho los más jóvenes durante los días del puente». Justo la desaparición del anciano coincidió con las pequeñas vacaciones de la Inmaculada y la Constitución, cuando el pueblo estaba lleno de gente y eso favoreció la colaboración en la búsqueda.

La pesadilla comenzó el pasado jueves, 5 de diciembre, fue la última vez que se vio a Antonio Arias por las calles de Ferreras de Arriba. Serían las cinco y cuarto de la tarde cuando, con la niebla metida, tres vecinos lo vieron con una sierra y una bolsa en dirección a un camino en las afueras del pueblo, donde el anciano tiene una parcela. Así lo confirmarían al día siguiente, viernes, cuando por la tarde, al echarle de menos su hermano en la partida y comprobar que no había estado en ninguno de los dos bares, se activó la alarma. La familia se acercó a la casa, las luces estaban apagadas, las puertas cerradas y por más que llamaban nadie contestaba. Fueron a los bares, preguntaron a los vecinos, en la tienda? Ni rastro de Antonio Arias. Nadie lo había visto el viernes.

A las nueve y media de la noche la familia decide avisar al 112 y a la Guardia Civil. También se desplazaron hasta Ferreras de Arriba los bomberos, que forzaron las ventanas para abrir la puerta de la casa; pero allí tampoco se encontraba. «Dentro estaba todo normal, sin signos de nada raro» cuenta su sobrino. En ese momento se inicia una búsqueda por los diferentes caminos del pueblo que duró hasta las tres de la mañana.

Sin resultados positivos, el sábado la familia y numerosos vecinos, reforzados por muchas personas que pasaban los días del «puente» en Ferreras de Arriba, reanudan la búsqueda de Antonio Arias, junto a varios agentes de la Guardia Civil. Al conocer la dirección que había tomado el desaparecido la última vez que fue visto, las tareas se centraron en el paraje conocido como «Urrieta las Llamas», donde el anciano tiene una parcela. Por allí, hacia las diez y media de la noche del sábado, encuentran la sierra que portaba.

Se intensifica entonces la búsqueda en esa zona, con perros especiales de la Guardia Civil y la colaboración de unas 150 personas del pueblo. A lo largo de todo el día se despliegan por varias zonas del entorno de Ferreras de Arriba sin encontrar nuevas pistas del hombre. El domingo a las 9 de la mañana se reanudan las tareas para intentar localizar a Antonio Arias, en dirección hacia donde había aparecido la sierra el día anterior, llegando incluso hasta el término municipal de Ferreras de Abajo. Y hacia las 12.30 de la mañana, a unos 400 metros de distancia de la sierra y a unos 20 metros del río Castrón, aparece la cazadora, el gorro y un guante del anciano.

Ayer los bomberos y Protección Civil se sumaban a la búsqueda por la zona del río. De momento sin éxito.

Pese a sus 94 años, Antonio Arias Canas, soltero, vivía solo en su casa de Ferreras de Arriba, manteniendo una autonomía admirable para su edad, aunque la familia solía a ir a dar una vuelta a diario por su casa para ver cómo estaba. Se hacía la cama y la comida, mantenía arreglada la casa, daba sus paseos y fácilmente «se podía hacer hasta tres kilómetros» precisa su sobrino Jorge Sardá. Casi una semana después de su desaparición, nada se sabe del paradero de este nonagenario.