Los alcornocales, la producción y la comercialización de corcho es uno de los aprovechamientos forestales que más enorgullece a los vecinos de Fornillos de Fermoselle, que cuidan las masas de esta especie con especial empeño desde hace cientos de años. «Un año bueno, la producción local puede rondar los 600.000 kilos» afirma Tomás Corral.

Valduyán, Monte Las Cuestas, Rieta el Pozo, Valcuevo, Berrocales son los pagos locales que más suenan por el calado de las arboledas de alcornoques que los pueblan, y gran parte de los vecinos cuentan con quiñones a los que tratan de sacar el mejor rendimiento cuando toca el descorche. Una operación que, a bien ser, debe realizarse a los ejemplares que toque desnudar, «cada diez o doce años», según Tomás Corral.

Son varias las generaciones de residentes de Fornillos de Fermoselle ligadas al recurso del corcho, y prueba de la importancia de este recurso en el pueblo es que la localidad contara antaño con una fábrica de preparado del corcho, así como otra caldera móvil, que se instalaba en el monte de alcornocal.

Sin embargo, la felicidad y la esperanza está minándola en las últimas fechas la presencia de un hongo que, allí donde se presenta, acaba por arruinar la vida del alcornoque sin importar la magnitud o dimensión del árbol. Un hongo que trae a los propietarios de alcornoques de cabeza porque desconocen su identidad y solo ven cómo, poco a poco, pero irremisiblemente, se apodera del tronco del árbol y se extiende por su cuerpo dejando una delatora y negruzca mancha a la vista. El alcornoque tocado por este mal pierde la vitalidad a medida que sus hojas y su ramaje se resecan, y termina por convertirse en un esqueleto del mundo vegetal que ofrece una imagen descorazonadora en medio de un paisaje forestal tan sólido y enramado como es el alcornocal. Además, en un escenario ribereño como el de Arribes del Duero, que en estas fechas goza de un verdor y de un colorido digno de los pinceles, la estampa de estos ejemplares cadavéricos contrasta con la vitalidad del medio natural.

El portugués Antonio Ansino es uno de los compradores de corcho y, además, también poseedor de algunos quiñones en la zona. Aprovecha una jornada de aceptable clima para recoger un camión de corteza de corcho, propiedad de Tomás Corral. Elige algunas piezas desmanteladas de alcornoque para mostrar los viales que traza y deja más que visibles otra de las plagas instaladas en esta especie desde hace años, y que nunca jamás ha sido erradicada. Se trata de la culebrilla, y está tan familiarizada con el alcornoque como lo está la procesionaria con los pinos. Es un insecto conocido por los vecinos, que tratan de cortar su expansión descorchando y limpiando con celo las bases de los árboles para tratar así de que se propague por tierra. Si la culebrilla fuera por fuera sí podríamos atajarla, pero circula por dentro y entonces quién la mete mano, expresa un vecino de Fornillos.

Ansino maneja una navaja que utiliza para cortar las planchas que aparecen marcadas por el gusano, y, de este modo, separar piezas en buen estado y cargar piezas saneadas. Hace especial hincapié en la conveniencia de mantener bien cuidados los alcornocales, y aconseja no profundizar con las rejas para no destrozar las raíces de los árboles y, en consecuencia, provocar daños irreversibles. El vecino de Fornillos de Fermoselle Tomás Corral tiene una producción que ronda los 20.000 kilos. Las cargas de corcho que vende estas fechas fueron sacadas hace unos meses porque conviene «orear» el material para quitar la humedad del mismo. Algunas cortezas muestran un grosor inusual y es que corresponden a árboles que llevaban sin podar más de quince años. Otras planchas, por el contrario, presentan un grosor menor porque pertenecen a los cañones del alcornoque. Precisamente, observando con detalle los cañones de los árboles puede descifrarse las cortas aplicadas a los ejemplares a lo largo de su vida productiva.