Valladolid, Efe

El pincho y la tapa, reunidos desde ayer en la ciudad de Valladolid en torno a su XI Concurso Nacional, se ha configurado en los últimos años como un espacio de arte e innovación, de libertad creativa, un reducto de placer y salud que además genera riqueza, "la moderna industria de la felicidad". Esta frase, pronunciada por el presidente de la Real Academia de la Gastronomía, Rafael Anson, resume a su juicio la esencia de este certamen organizado por el Ayuntamiento de Valladolid y en el que, hasta mañana miércoles, compiten 48 cocineros de todo el mapa autonómico.

Ambas modalidades, pincho y tapa, "simbolizan lo mejor de un país", uno de los "mejores alimentos" que ha exportado al mundo y que, en opinión de Anson, presidente del jurado, configuran en buena medida la denominada Marca España como ariete cultural, social y económico fuera de las fronteras nacionales.

Desde ayer y hasta mañana se disputarán el primer premio, dotado de 6.000 euros, 48 cocineros de Andalucía (3), Aragón (3), Asturias (4), Islas Baleares (4), Islas Canarias (2), Cantabria (2), Castilla y León (8), Castilla-La Mancha (2), Cataluña (2), Extremadura (1), Galicia (1), La Rioja (1), Madrid (4), Región de Murcia (1), Navarra (2), País Vasco (6) y Comunidad Valenciana (2).

Esta nutrida nómina, que abarca todo el territorio autonómico excepto a Ceuta y Melilla, es la demostración de que el pincho y la tapa "simbolizan lo mejor de un país" no sólo en cuanto a productos, creaciones y sabores, sino también en relación con otros valores como el de la convivencia y la amistad mediante la conversación entre comensales que propicia este tipo de bocados "en una barra".

"La gastronomía es la industria de la felicidad", resumió el presidente del jurado de un certamen que también incluye, de forma paralela, la celebración del VII Concurso Internacional de Escuelas de Cocina, con la participación de alumnos de Canadá, China, Corea del Sur, Dinamarca, Estados Unidos, Irlanda, México, Reino Unido, Singapur y Taiwán.

Anson reivindicó esta "cocina en miniatura" como un espacio de libertad para unos cocineros que en pleno siglo XXI ya no están sujetos, aunque sin desdeñarlos, ni a los cánones de la alta cocina francesa ni tampoco al recetario tradicional de "nuestras madres, abuelas y bisabuelas".

Esta conquista de la libertad, ha proseguido, también se extiende a un consumidor que para comer ya no tiene que sentarse a pedir dos o tres platos, sino que puede hacerlo de pie, en cualquier momento y con una amplia oferta de pinchos y tapas.